No se limitan a cogerse de la mano. Los mayores también lo hacen. Con quien quieren y pueden. Como quieren y como pueden. el sexo en la vejez aún es tabú. Es hora de derribarlo.
Bonica, ¿me vas a operar tú?
-Sí, esté tranquila, va a ir todo muy bien.
-Sí, esté tranquila, va a ir todo muy bien.
-No, si lo digo para que me dejes bien por ahí abajo, que tengo un amiguico en la residencia y no quiero perder el gusto.
Primero, Silvia se quedó parada. No entendía lo que quería decirle la señora del quirófano. Luego le entró, sucesivamente, la risa, el cargo de conciencia y la complicidad. Todo, en los tres segundos que tardó en contestarle con una sonrisa de oreja a oreja:
-No se preocupe, María, que la vamos a dejar estupenda y con sus cosas en su sitio.
Silvia Montoya, una ginecóloga de 35 años, se disponía a operar de un prolapso a una mujer de 80 años en el hospital del Vinalopó de Elche. Se trataba de extirparle el útero, descolgado por la edad y los cuatro partos previos. Los médicos suelen, además, recortar la vagina para corregir al máximo el bulto. Si se trata de una paciente joven, el corte es conservador, para que la afectada pueda tener relaciones con penetración. Pero si es mayor suelen ser más drásticos, aun a costa de dejar la vagina reducida al mínimo o incluso clausurarla.
Muchos, "por no decir todos", reconoce Montoya, dan por sentado que la vida sexual de las ancianas es historia. "Me dio una lección", dice la doctora. "Llevaba décadas con el útero fuera y había decidido operarse porque después de años viuda volvía a tener relaciones. Me dio tanta ternura, que me esmeré a tope".
Silvia, como muchos jóvenes, ni se imagina a sus padres haciéndolo. Mucho menos a sus abuelos. Pero lo hacen. Los padres. Y los abuelos. Parejas recientes y matrimonios que han cumplido las bodas de oro. Solteros y solteras. Viudas y viudos. Separados y separadas. Lo hacen cuando quieren y pueden, con quien pueden y quieren, y como quieren y pueden. Unos, mucho; otros, menos, y algunos, nada en absoluto. Como sus hijos. Y sus nietos. Como todo el mundo.
Sucede, sin embargo, que mientras que la sexualidad de los jóvenes y los adultos de mediana edad, con sus altibajos, sus etapas, sus gozos y sus sombras, se da por supuesta, la de los mayores se da por extinta. Se tiende a pensar que en un determinado momento entre los 60 y los 70 años se acabó lo que se daba.
Los abuelos, lo sean o no, pasan a considerarse seres asexuados. Como si, cumplida su fase productiva y reproductiva, sufrieran una regresión a la infancia de cintura para abajo. Pueden ser cariñosos. Tiernos, galantes, atrevidos incluso. Pero sin malicia. Todo lo más se les ve con agrado cogidos de la mano o bailando un pasodoble en una verbena. Lo otro: los besos húmedos, las caricias íntimas, los gemidos, la pasión, los orgasmos, son palabras mayores que muchos prefieren ignorar. O lo dan por imposible, o no les cabe en la cabeza, o les parece de mal gusto pensarlo siquiera. Cosa de viejos verdes. El sexo en la vejez es, quizá, uno de los últimos tabúes que permanecen intactos después de todas las revoluciones sexuales del siglo XX y bien entrado el XXI.
Cristina Molina y Amadeo González quieren derribarlo. Por eso están aquí. Dispuestos a dejarse retratar juntos. Desnudos. Tocándose, besándose, acariciándose. Con sus arrugas, sus carnes maduras, sus motas de la edad. Piel con piel. Algo tensos primero. Más relajados después. Explorándose. Conociéndose. Cómplices. Vivos. Ningún modelo de ninguna agencia del país quiso aceptar un trabajo que requería ponerse en esa situación. Tampoco ninguno de la docena de veteranos actores y actrices a los que se invitó. Ni ningún socio del puñado de clubes naturistas consultados. Ni solos, ni con su pareja, ni con nadie. Cristina y Amadeo dijeron que sí a la primera. Donde fuera. Con quien fuera. Sin condiciones. Sin vergüenza.
¿Por qué? "¿Por qué no?", contestó cada uno por su lado. "Porque el sexo es arte, y es vida, y no es tabú. Y porque puede que cambie con la edad, pero no termina", dijo él. "Porque soy libre. Soy mayor, pero soy una mujer, y estoy viva, y tengo derecho a ser feliz. Porque he tenido que cambiar mi mente para lograr gozar de mi cuerpo. Y si yo he podido, pueden otras", añadió ella.
Así fue como Amadeo González, de 64 años, naturópata y comercial sanitario, tres veces separado, con tres hijas y una nieta, residente en Mallorca, y Cristina Molina, "de edad indefinida, la que tú creas", enfermera jubilada, viuda desde hace 20 años, con siete hijos y ocho nietos, residente en Madrid, aceptaron conocerse y posar para este reportaje. El resultado de ocho horas de charla, risas, confidencias y caricias son las fotografías que ilustran estas páginas.
En España hay casi ocho millones de mayores de 65 años. El 28% son ancianos de más de 80. Más de la mitad viven con su cónyuge, pero el 38% son mujeres viudas, dado que la esperanza de vida es mayor para ellas (84,1 años) que para ellos (77,7). Las cifras proceden de la Encuesta de personas mayores 2010 del Instituto de Mayores y Servicios Sociales (Imserso). Un informe que, por cierto, no dedica una línea a la sexualidad. La Encuesta de salud sexual 2009, último estudio nacional, no presta atención específica a los de "65 y +", como los denomina. Ni demógrafos ni políticos parecen tener tampoco especial interés en el asunto.
El 60% de los mayores de 65 años dice tener una vida sexual placentera, con una frecuencia media de cuatro contactos al mes, según un estudio de la Sociedad de Medicina de Familia. El 40% restante confiesa problemas para obtener satisfacción plena o haber renunciado al sexo: bien por esos problemas o, sobre todo las viudas, por falta de pareja. Hay, por tanto, más mujeres que hombres sexualmente inactivas en la vejez. Los datos coinciden con una encuesta publicada en el prestigioso New England Journal of Medicine en 2008. El 73% de los estadounidenses entre 57 y 64 años practican sexo. La cifra baja al 53% entre los 65 y los 75 años y cae hasta el 26% a los 85. "Aun así", concluye el estudio, "hay un importante número de personas que tienen relaciones vaginales, sexo oral o se masturban incluso a los 90".
Que la vida sexual se transforma con la edad es una evidencia. Hay factores fisiológicos objetivos. El desplome de los estrógenos tras la menopausia provoca en algunas mujeres sequedad vaginal y un descenso del flujo de sangre en los genitales que puede influir en una bajada del deseo, explica el ginecólogo Santiago Palacios, director del Grupo Europeo para el Estudio de la Menopausia.
En los hombres, los factores hormonales no son tan determinantes, aunque la testosterona baja. El deterioro físico general y las enfermedades cardiovasculares como la hipertensión o la diabetes suelen provocar, además, un descenso de la capacidad y potencia de la erección, y cierta bajada de la libido, apunta Eduard Ruiz-Castañer, director del servicio de andrología de la Fundación Puigvert. En ambos sexos, el estado de salud, la calidad de la vida sexual previa, la comunicación con la pareja y la disponibilidad de intimidad influyen más que la edad en la satisfacción de los mayores. La sexualidad, coinciden Palacios y Ruiz-Castañer, evoluciona, pero no se extingue hasta la muerte.
Fina y Joan hacen el amor todos los sábados "de reglamento" y alguna vez entre semana "si se tercia". A sus 79 y 85 años, relativamente sanos más allá de la diabetes y la hipertensión de él y la artrosis de ella, parecen dos ancianitos de anuncio. Da gusto mirarlos: lustrosos, pelo blanquísimo, cutis de bebé. Llevan 57 años casados. Se desvirgaron mutuamente en su noche de bodas y tuvieron tres hijos sin más anticonceptivo que "la marcha atrás".
"Cuando le venía el placer, él controlaba y se retiraba", ilustra Fina. Hace diez años, "por no dar guerra a los chicos", vendieron su casa de Barcelona y se retiraron a una de las docenas de residencias privadas que se arraciman en la costa levantina. No son los únicos. Cada vez son más los mayores que prefieren sacrificar el grueso de su pensión en pagar una residencia o cuidados profesionales en su domicilio, que tener que volver a vivir con los hijos a la vejez para estar atendidos. Por no darles guerra, como dice Fina, pero también por gozar de independencia e intimidad.
Así que Fina y Joan reciben en su casa-habitación. Comen y alternan en las instalaciones comunes, pero estos 20 metros son su hogar. Un dormitorio-estar limpio como un jaspe y un balcón restallante de geranios soleado todo el año. Invitan a un café de la máquina que tienen camuflada en el cuarto -no se permite cocinar a los residentes por seguridad- y a unas pastas sin azúcar.
La cama de matrimonio, cubierta con una primorosa colcha de ganchillo, se come tres cuartas partes de la pieza. "Hemos disfrutado mucho en ella, y seguimos disfrutando. Hay algunas compañeras de aquí que dicen que qué asco, pero a mí nunca me ha dado asco ni vergüenza de mi marido", rompe el hielo Fina. "No lo hacemos como se debe, sino como se puede, pero el placer no se pierde", prosigue Joan. "¿Viagra? No, hija, dónde voy yo ya. No soy el que era, ya ni me acuerdo de lo que es un coito completo, pero me va bien así", añade. "Para algo Dios nos ha dado las manitas, y los labios, y la lengua", tercia Fina. "Nunca sabes cómo empiezas ni cómo acabas: a veces con unas cosquillas viene todo lo demás, y otras con besarnos y acariciarnos tenemos bastante".
Joan y Fina, sin más educación sexual que la propia experiencia -"antes no se hablaba de esto, hasta te asustabas cuando te venía la regla. Luego vas aprendiendo. Anda que no hemos aprendido cosas de la tele, y de alguna película verde que alquilábamos"-, han gozado y gozan de sus cuerpos en todas las fases de su vida. "Yo disfruto más ahora, hija, las cosas como son", confiesa ella. "Antes, él se ponía como un toro, pero acababa muy rápido y yo necesitaba más tiempo. Ahora no es tan fuerte, pero es más lento y a mí me viene el gusto muy bien. De todas formas, como no he tenido otro hombre, no tengo punto de comparación", confiesa, mirando pícara a Joan. Y se ríen los dos, como chiquillos.
En espíritu lo son. De hecho, se siguen llamando nena y nen. Mientras la población general sitúa en los 70 años el umbral de la vejez, los mayores piensan que ser "mayor" no depende de la edad, según el Imserso. Las generaciones de la guerra y la posguerra crecieron en años duros. Las dificultades económicas y de acceso a la educación, y la represión de la dictadura y la moral católica dominaban la sociedad.
El sexo fuera del matrimonio era pecado o clandestino. Dentro, se justificaba por la reproducción. Los roles estaban claros. El del hombre, penetrar para fecundar. El de la mujer, satisfacer el débito conyugal. El placer no era el medio ni mucho menos el fin. Muchos mayores llegaron tarde a muchos trenes. El de los anticonceptivos.
El de la liberación de la mujer. El de la educación sexual. El de la tolerancia. Pero siguen estando en el mundo, y no se quieren perder el último: el disfrute de su sexualidad. Viven más años y quieren vivirlos mejor.
"Las mujeres ya no se resignan. La que ha tenido buen sexo, quiere seguir teniéndolo, y si hay problema, pide ayuda", dice el ginecólogo Santiago Palacios. "Mientras que se investiga sobre cómo mejorar el flujo sanguíneo, ya hay cremas y comprimidos vaginales absolutamente inocuos que proporcionan microdosis locales de estrógenos, combaten la sequedad y facilitan las relaciones. Deberían usarlas todas las menopáusicas. Yo les digo a mis pacientes que piensen que es como la hidratante que se ponen en la cara mañana y noche, pero en la vagina, dos veces por semana y para toda la vida".
Respecto a los hombres, el andrólogo Ruiz-Castañer admite que hay un antes y un después de la comercialización en España del sildenafilo -el principio activo de Viagra, Cialis y Levitra- hace una década.
El vasodilatador ha dado alas a muchos mayores con problemas de erección. Pero el coito no lo es todo. Ruiz-Castañer recurre a un símil deportivo. "Hay que desgenitalizar el sexo. Cuanto más variada haya sido la sexualidad durante la vida, mejor y más plena será en la vejez. Hay quien ve el orgasmo y la eyaculación como tocar el Everest. Pero también se puede disfrutar del senderismo, incluso pasear en plano y gozar de la excursión sin tener que hacer cumbre. El sexo siempre vale la pena".
-Ganas tengo, doctor, pero eso de ahí abajo no me responde.
José Antonio García, mecánico jubilado, de 73 años, está en el centro de mayores Pedro Laín Entralgo de Zaragoza. Mientras otros socios juegan al tute, hacen yoga o se toman un cafelito en la cantina, él ha venido a la consulta de Santiago Frago, sexólogo, médico de familia y fundador del Instituto Amaltea, que gestiona la Asesoría Sexológica para Mayores del Ayuntamiento maño. José lleva casado casi medio siglo con Eufemia Hernández, de 82 años.
"Una compañera extraordinaria que nunca me puso un pero a nada". Los primeros 15 o 20 años lo hacían cada día. Después, dos veces por semana, "miércoles y sábado, para medir fuerzas". Pero hace un año, José Antonio empezó a "flojear". La hipertensión, el ácido úrico y el colesterol pasaron factura y "dejaron el asunto". "Soy yo quien ya ni la molesto, me parece una falta de respeto calentarla para luego nada". Frago le sondea:
-¿Y no podéis hacer otras cosas: besaros, tocaros, acariciaros...?
-Nosotros somos del sistema antiguo, lo otro no lo hemos probado, y ya no estamos para novedades. Yo nunca le he faltado a ella, eh, ni que hubiera venido Rita Hayworth. O la Beyoncé esa, que está tremenda.
-Bueno, José Antonio, aunque viniera, si no tomas nada, tampoco se te levantaría.
Así que el clásico José Antonio sale con una receta de Cialis. Frago le aconseja tomar cuatro pastillas de cinco miligramos dos horas antes del posible encuentro sexual, y que le servirán para poder durante tres días. "Ya me contarás", le despide. "Claro que hay que desgenitalizar el sexo", explica ya a solas, "pero hay personas que te vienen con una sexualidad determinada y no se puede cambiar de repente. Para ellos, el sildenafilo es estupendo. Debería financiarlo la Seguridad Social". Frago, que lleva lustros escuchándoles, cree que los mayores están cambiando.
"Hoy se ve a los sexualmente activos como viejos verdes, pero los que ahora tienen en torno a 60 van a ser viejos sexies, porque tienen buena salud, han tenido deseo, van a seguir teniéndolo y no van a esconderlo. Muchos han estado muy reprimidos. Los que llegan ahora, no". Hay datos elocuentes. En 2008 se separaron 13.000 españoles al filo de los 70 años, 3.000 más que en 2005. Los mayores aspiran a vivir tranquilos sus últimos años. Lo de nunca es tarde si la dicha es buena cobra una nueva dimensión.
Encarna perdió su virginidad el año pasado, a los 66 recién cumplidos. Fue con Pedro, un viudo de 78 años al que conoció en la residencia valenciana a la que se mudó al jubilarse después de toda una vida como portera en Madrid. "Quería empezar de cero junto al mar".
Pedro, ex legionario y ex viajante, acababa de ingresar. Ninguna de las "dos o tres novias" que tuvo tras enviudar hacía seis años había cuajado. Se sentía solo. Enseguida reparó en Encarna. Él la veía a ella "tan alegre"; ella a él, "tan triste" que acabaron "hablando". Y "congeniando". Hasta hoy. "Fue muy natural, como conocer a un amigo hasta que pasa a ser algo más", dice ella, que "nunca antes" había sentido tanto por alguien "como para hacerlo". Para tal ocasión reservaron un hotel. Se pusieron sus mejores galas, cenaron, subieron a la habitación. Y ocurrió. Él, que tenía miedo a "no dar la talla" a su edad, quedó satisfecho. Ella, "ni fu ni fa, hija, pero después ha estado mejor".
-¿Nunca había tenido un orgasmo?
-No, pero ya sí, porque digo yo que será esto. Tampoco es para tanto, me importa más el amor , el respeto y la compañía.
Pedro asiente solícito a Encarna. Le coge la mano. Le echa el azucarillo al descafeinado. Se la come con los ojos. Por ahora viven cada uno en su habitación y quedan para salir. Y para "acostarse" una vez por semana. Él querría más: "Me da coraje dormir solo. A lo mejor mi hermanillo se pone en condiciones, y no puede ser". Hasta le ha "ofrecido" casarse para que le quede su pensión de viudedad, pero Encarna no quiere "meterse en líos a esas alturas". "Estamos mejor así", le dice a su enamorado. Y se van del bracete, como novios de los de antes.
"Hay personas que mejoran o incluso descubren su sexualidad mayores. Viudas que se quedan solas y se atreven a explorarse o encuentran otros hombres que las satisfacen. Pero también hay otras que viven la muerte del compañero o el fin de su vida sexual como una liberación, porque el sexo nunca les fue satisfactorio". Ni unas ni otras son bichos raros por hacerlo mucho o por no hacerlo. Ambas son perfectamente normales y sanas, explica la sexóloga María Pérez Conchillo, del Instituto Espill de Valencia. "El sexo es elección, no obligación".
Entre foto y foto, Cristina y Amadeo se cuentan su vida. Él siempre fue muy activo sexualmente. "Para mí lo ideal es hacerlo una o dos veces al día. El sexo te da fuerza para emprender muchas batallas. No necesito Viagra, sino una mujer que me excite. Verlas disfrutar es mi mayor fuente de ego", dice. El ejercicio -es entrenador de baloncesto- y las píldoras Macatonic, "una planta peruana que se cultiva a 4.500 metros" y que él mismo vende, son sus únicos secretos. Fue una de sus hijas la que el pasado otoño, tras su última separación, le apuntó al casting de Hombres, mujeres y viceversa oro, de Telecinco, un programa donde mayores de ambos sexos buscaban pareja. La emisión no duró. Pero Amadeo salió del plató con varios números de candidatas en el móvil.
Cristina ha apagado el suyo. No quiere que alguno de sus siete hijos "le corte el rollo" con su cariñoso control: "este es mi día y este es mi espacio". Cristina, casada a los 20, tuvo "una sexualidad reproductiva" con su marido. "No me entregaba, no sentía". A los 40 años se masturbó por primera vez y descubrió "el poder" de su cuerpo: "todo está en ti, tú eres la llave". Después, al enviudar, decidió recuperar el tiempo perdido "sin tabúes ni resentimiento". Internet, las clases de danza, el teatro, la calle, le ofrece oportunidades. Y aprovecha las que quiere. "La vida ha velado por mí: lo vas a pasar bien, aunque sea a destiempo. Mis hijos dicen que estoy salida, creen que ya no me hace falta eso. Pero soy mujer. Necesito caricias, intimidad, abandono, entrega, sentirme deseada. Les he dado mi vida, ahora me toca a mí".
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