Si creemos que la vida es un don de Dios, en la vejez vemos como El  Señor ha trabajado ese don; y es que las personas mayores son  depositarios de experiencias, de sabiduría, que necesitamos los jóvenes  para precisamente poder llegar a su edad pasando todas esas mismas  experiencias a las generaciones venideras. 
Envejecer es una obra maestra
Hace unas semanas leí un artículo en una revista, escrito por una  persona mayor de 80 años, que se presentaba así: “el como yo, he  recibido el don (entre otros muchos) de haber cumplido los noventa y  siete años y me siento con la posibilidad de escribir algunas cosas  sobre la vejez, me siento con la autoridad para exponerlas y hasta con  la obligación de hacerlo por si a otros pudiera aprovechar”. Anoté  algunas cosas de su artículo. Una: “Saber envejecer es la obra maestra  de la sabiduría y una de las partes más difíciles del gran arte de  vivir”.
De ahí me puse a buscar más y más citas sobre la vejez, esperando que como a esta persona mayor les de ánimos:
a) “En los ancianos está el saber y en la longevidad la sensatez” (Job 12, 12);
b) “Si no cosechas en la juventud ¿cómo lo hallarás en la vejez?  ¡Cuán bien sienta a los cabellos blancos el juicio y a los ancianos el  consejo”;
c) “Vieja madera para arder, viejo vino para beber, viejos amigos en  quien confiar, y viejos autores para leer”  Sir Francis Bacon
d) “Una bella ancianidad es, ordinariamente, la recompensa de una bella vida” Pitágoras
e) “Muchas personas no cumplen los ochenta porque intentan durante demasiado tiempo quedarse en los cuarenta” Salvador Dalí
La vejez como toda etapa de vida tiene dos caras
Desde que nacemos nunca dejamos de crecer, por esto que la vejez es  también parte del crecimiento y, por ello, queda implicada en la  formación permanente. Evidentemente toda realidad, también la vejez,  tiene dos caras: positiva y negativa. Por eso, si nos quedamos en la  positiva, no es para hacernos el iluso o soñar en añoranzas imposibles.  Es para motivarnos a intentar descubrir lo que de oportunidad de  crecimiento tiene la vejez. Afrontar con ánimos y esperanza la vejez es  una tarea difícil, un desafío, porque la serenidad no es un regalo  asegurado sino una conquista moral. Por ello, como tantos otros momentos  de la vida, la vejez requiere tesón, empeño y optimismo. Si es cierto  que podemos encontrar ancianos –y  hablo en general- que han  evolucionado hacia un carácter agrio, amargo, fácilmente irritable y  caprichoso, quejosos, apesadumbrados y envidiosos por la nostalgia de la  juventud irrecuperable, vanidosos quizás. Ahora, también los hay -y son  muchos- que siguen desarrollando sus mejores cualidades y virtudes,  afrontando sin pesar alguno las dificultades de la edad, felices sin que  nada envidien, mirando más bien el porvenir, aunque no lo puedan  disfrutar, con las mismas fuerzas físicas que las demás etapas de la  vida.
Los grandes psicólogos y antropólogos discuten si la vejez, en el  fondo, no propicia otra cosa que el aparecer con mayor nitidez los  defectos y cualidades que ya uno tenía de niño, adolescente, joven o  adulto o, por el contrario, es una oportunidad más para hacer aflorar en  uno la inteligencia, el equilibrio, la sensatez y ponderación, la  generosidad y la paz interior que antes sólo se vislumbraban como  tendencia o potencialidad.
Yo prefiero pensar como ya lo mencione antes que la vejez es una etapa más en la vida que como las demás nos ayuda a crecer.
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