Hoy será la tercera vez que Carolina saldrá con Tomás. Ella sabe que él es muy inteligente, bastante divertido y sincero pero, inclusive dentro de toda esa gama de virtudes, no ve en él a alguien para estar. La verdad, es que no le gusta mucho. No es feo, no es guapo. Simplemente no le gusta mucho. Sin embargo, le agrada hablar con él y se divierte bastante con su compañía. Hoy, sin que ella lo sepa (o quizá sí), Tomás le pedirá ser su enamorado. Ella le dirá que no.
Antes de pedírselo, le dice que lo acompañe a comer unos Tacos en un puesto ambulante que está en la avenida Arequipa. Ella hace una mueca de asco y le dice que jamás comerá allí. Él se avergüenza y no insiste.
Tomás, sorprendido y triste, debajo de un inmenso árbol del distrito de San Isidro, le pregunta, por qué no lo acepta como su novio. Ella le dice, sin ganas de lastimarlo, que no desea estar con nadie en ese momento. Él sabe que eso es una tontería, y se da cuenta de la verdad: que no le gusta. Así que, sin muchos traumas, sin pedir una oportunidad, acepta su derrota, se despide y se va. Pero antes, Carolina le pide que sean amigos. Él no quiere su amistad, él quiere ser su enamorado. Sin embargo, le dice que no hay problema y se va.
Tomás, de 20 años, se entristece camino a su casa. Carolina, de 18, está segura que él volverá.
Pasaron los meses y Tomás, si bien es cierto que no la olvidaba, nunca llamó. Carolina se apenó, en algún momento se arrepintió pero, justo cuando pensaba llamarlo, conoció a José, un chico muy guapo. Ella se enamoró de sus grandes ojos y sus varoniles brazos. Así que no le fue difícil aceptar una invitación que él le hizo. Esa misma noche se besaron y, luego de muchas semanas y algunas presiones de parte de ella, él le pidió que sean novios. Ella aceptó en el acto.
Luego de unos años, Carolina está llorando en su cama al enterarse que José se acostó con una de sus mejores amigas. Ella tiene ahora 25 años y es la primera vez que irá al psicólogo.
Así, la vida de Carolina se tornó más eufórica. Todas los fines de semanas bebía mucho, consumió drogas y salía con diversos chicos. En algún momento, en medio de una increíble resaca, decidió cambiar su estilo de vida. Recordó a Tomás y lo llamó, pero colgó rápidamente. Se moría de miedo y vergüenza. Tenía temor a un rechazo, tenía miedo de enterarse que Tomás la haya olvidado.
Quería rehacer su vida, lejos de los malos recuerdos. Quiso, luego de mucho pensarlo, vivir fuera del país. Así que habló con sus padres y les pidió ayuda para buscar una maestría en España. Y así, se fue.
Después de cinco años de noviazgo, Carolina tiene su primer hijo. Le pone de nombre Julián, como se llamaba su abuelo. Su esposo, un guapo odontólogo español, está muy contento también. Carolina, va a la iglesia y le da gracias a Dios por tener ahora, a sus 33 años, una vida feliz y tranquila.
Cuando nació su tercera hija, tuvo muchos problemas con el parto. Sin embargo, todo salió bien gracias a la rápida atención de sus doctores. Decidió, por esos problemas, no tener más hijos, aunque su marido si lo deseaba.
Sin que él lo sepa, se hizo una ligadura de trompas. Cuando su esposo se enteró, enfureció. Sin embargo, la alegría de tener a Estefanía, su tercera hija, calmó las aguas.
Pasaron algunos años y la actitud de él poco a poco cambió. Ella sospechaba muchas cosas pero nunca dijo nada. Su instinto de autoprotección negaba en el acto cualquier posibilidad de engaño. Pero ahora no puede contener las lágrimas cuando su esposo le dice que tiene, desde hace mucho tiempo, una relación con su joven secretaria, y que piensan casarse. A sus casi cincuenta años es la segunda vez que va al psicólogo, pero éste, al darse cuenta de lo mal que Carolina está, la mandó al psiquiatra.
Luego de muchos años en el que la tristeza y la soledad se hicieron más llevaderas para Carolina y al ver que todos sus hijos tenían ya una vida hecha, ella, sola y sin muchas ganas de vivir en España, decide regresar a Lima. Piensa, en el vuelo de retorno, en los miles de recuerdos que dejó en el Perú. Piensa en sus antiguos novios. Piensa en Tomás. No sabe siquiera si estará vivo. De estarlo tendría 70 años y, fácilmente, muchos nietos.
Al entrar a su casa la esperaban sus amigos de siempre… Angélica, una de sus inseparables confidentes, le dice, al abrazarla, te tengo una sorpresa, viejita. Tomás estaba sentado en un rincón. Algunos cabellos negros, otros blancos, y otros a medio pintar. Un poco gordo, con lentes, pero con la misma gentil sonrisa de siempre.
Se abrazan, se muestran las fotos de sus nietos y se ponen al corriente. Tomás, luego de la muerte de su esposa, se dedicó al negocio de las flores y a cuidar a sus nietos. Antes de irse, luego de muchas horas de risas y tragos, él le dice, sintiéndose un poco ridículo, para encontrarse y salir juntos a tomar un café, el próximo fin de semana. Ella, sorprendida y pasmada, acepta.
Cuando todos sus amigos se fueron de su casa, se sirvió una copa de vino, se soltó el cabello, prendió la radio y, sonriendo, escuchó una vieja canción.
Un día antes de la cita, Tomás, de 70 años, se pintó el cabello. Carolina, de 68, se compró un vestido. Él, se puso una faja para barajar su gordura. Ella, luego de muchos años, se depiló las cejas. Emocionada, se miró al espejo y sintió que le temblaban las piernas. Emocionado, se miró en el espejo retrovisor de su auto y se dio valor a sí mismo.
Sin bajar del carro, miró a Carolina con su vestido nuevo esperándolo. La vio tan linda como cuando la veía saliendo de la universidad hace casi 50 años. Ella le dice que está guapo con su cabello crespo y negro. Él no dice nada y es que no puede. Solo atinó a darle unas rosas de su florería. Ella se ruborizó y agradeció el regalo con un beso en su mejilla.
Luego de tomar un café, él le dice para ir a bailar algunas canciones antiguas en un lugar para “gente de nuestra edad”. Y fueron. En una sola loseta estaban bailando un bolero de Los Panchos. En una sola loseta estaban ambos, en medio de la pista de baile, mirándose con cariño, amor y respeto. Antes de darle un beso, Tomás le dijo que nunca la había olvidado. Antes de aceptar el beso, Carolina le pidió perdón por haberlo rechazado. Y se abrazaron… y se besaron.
Ahora, Tomás está tomando una pastilla llamada Viagra dentro del baño. Carolina está agradeciendo a Dios, en silencio, por brindarle esta nueva oportunidad de ser feliz.
Ya en su habitación, mientras le quitaba la ropa, Tomás le prometió ponerse a dieta. Carolina, excitada y contenta, le prometió cocinar cosas ricas y saludables para el corazón. Él le acarició unas arrugas. Ella le besó una cicatriz. Te amo, le dijo. Yo también, le respondió. Mientras ella hacía el amor, después de casi 15 años de abstinencia, lloró. Mientras Tomás hacía el amor, pensó en todo el tiempo que había esperado para decirle que la amaba. Mientras estaba uno encima del otro, ambos sintieron, desde el fondo de sus corazones, que estaban haciendo el amor, del verbo amar.
Al salir del hostal, tomados de la mano, él sintió mucha hambre y le dijo que lo acompañe a comer unos Tacos en un puesto ambulante que está en la av. Arequipa. Ella, emocionada hasta las lágrimas, aceptó agradecida y, con los ojos húmedos, se dio cuenta que había luna llena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario