Exiliados. Hijos que se reunen con sus padres. El retrato del inmigrante que primero nos viene a la mente casi nunca es el de los mayores. Los abuelos. Las abuelas. Los que viajan a otro país en la última etapa de su vida para unirse con el resto de la familia. O para echar una mano con los nietos.
Llegan a Estados Unidos y muchas veces caen en una red de soledades, de malos entendidos. Perdidos con el idioma. Atrapados en la familia que tanto añoraron y sin reconocer a sus nietos. Extranjeros frente a sus ojos. Hablando una cultura que no es la de tus propios hijos.
“Los inmigrantes adultos se enfrentan a los mismos problemas que los más jóvenes: manejar otro idioma, otra cultura y formas nuevas de vivir el día a día. Pero además, la mayoría de ellos vienen a reunirse con la familia, y hay problemas añadidos que surgen cuando sus nietos no se comportan como ellos esperan o sus propios hijos están demasiado ocupados con sus trabajos como para dedicarles el tiempo necesario”, nos explica Steven Wallace, sociólogo y director de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de California.
En el año 2000, el 9.5 por ciento de la población estadounidense eran inmigrantes con más de 65 años de edad, A pesar de ser una proporción importante, su visibilidad no es tan alta. Las condiciones en las que viven, prácticamente aislados del resto de la sociedad, hace que se les resista el idioma de sus propios nietos. La tensión entre estas dos generaciones no suele surgir de igual modo entre los inmigrantes que han vivido durante más tiempo en Estados Unidos. Ellos ya se han acostumbrado a los valores y las costumbres de los niños norteamericanos, ya han tenido tiempo de aprender inglés y saben cómo manejarse con la burocracia o la atención médica.
Wallace describe dos perfiles distintos del inmigrante de la tercera edad. El que se queda en casa para ayudar con niños recién nacidos y reside en las afueras, donde hay pocos inmigrantes ni servicios como tiendas o iglesias a las que acceder. Y el resto, los que participan activamente con sus familias y en el vecindario, disfrutando de esa etapa también. A veces, el simple hecho de poder conducir o tener buena movilidad y acceso a transporte privado puede hacer que caigan en un perfil o en otro.
“Al residir en una de estas áreas les permite comunicarse en su lengua materna y mantener hábitos sociales o acceder a comida de su país. Esto previene el aislamiento social que muchas veces conlleva vivir en un vecindario o región en la que sólo hay población nativa”, argumenta la doctora Andreea Seicean, bioestadista e investigadora del departamento de salud de la Universidad de Medicina de Cleveland.
Los expertos coinciden en que vivir en una comunidad tan estrecha es tanto la causa de su aislamiento como su solución. “El mayor recurso que tienen las familias inmigrantes para sus mayores es precisamente esa cohesión familiar. Los inmigrantes son mucho más proclives a vivir rodeados de sus familiares que otras personas de la tercera edad”, comenta Wallace.
Sin embargo, Seicean identifica retos sociales que afectan a los inmigrantes más mayores, como la discriminación, falta de apoyo en su entorno como resultado de haber dejado atrás a otros familiares, grupos religiosos y su comunidad más cercana. También suelen encontrarse con diferencias éticas, religiosas y culturales relacionadas con la medicina occidental. Esto se traduce en una menor confianza en el sistema de salud y un sentimiento de soledad y abandono por esa falta de entendimiento.
“Estas dificultades persisten aunque lleven tiempo viviendo en Estados Unidos. Además, suelen ir acompañadas del desaliento asociado a la migración y padecen depresión en proporciones mayores que la población en general”, comenta la investigadora.
Los estudios sociológicos han documentado que los inmigrantes de la tercera edad son además menos proclives a ir al médico, hacerse pruebas o análisis -para casos de cáncer, colesterol o tensión-, vacunarse o recibir medicamentos para tratar enfermedades crónicas. “El resultado es que determinados grupos de inmigrantes tienen tasas más altas de detección tardía de cáncer y mayores índices de mortalidad asociados con un retraso en el diagnóstico e inicio del tratamiento”, explica Seicean.
Para la doctora, la diferencia de idioma entre el paciente y el médico se traduce en la dificultad del paciente para tomar decisiones, falta de compromiso con el tratamiento y visitas posteriores, así como el resultado de la atención en general.
Las opciones de recibir atención médica son bastante limitadas. Deben haber residido legalmente en Estados Unidos durante diez años, trabajado y contribuido a la Seguridad Social para poder recibir atención médica pública después de los 65, a través del programa Medicare. Si no cumplen los requisitos de cotización laboral, entonces sus ingresos deben ser muy reducidos y carecer de bienes para acceder a ese sistema público.
La alternativa para personas mayores de 65 años suelen ser centros comunitarios y hospitales públicos que en muchas ocasiones están situados en vecindarios con alta población inmigrante y además cuentan con profesionales bilingües y acceso a traductores. En comunidades con una larga tradición de inmigrantes ya han surgido centros de atención especializada, como AltaMed para hispanos en Los Ángeles.
Sin embargo, la realidad no suele ponérselo tan fácil. Apenas un uno por ciento de las personas de la tercera edad en Estados Unidos carece de cobertura sanitaria, pero la mitad son inmigrantes. Su familiares no siempre pueden incluirles en su seguro privado o carecen de recursos para pagar tratamientos asociados con la edad. Y la crisis económica sólo ha añadido complicaciones. Familias que hace unos años confiaban en poder patrocinar el visado de sus padres, tienen ahora dificultades para mantener a una persona más.
Según un estudio realizado en 2006 por la Universidad de Nevada, en Las Vegas, la responsabilidad de cuidar de los mayores acaba cayendo en la comunidad local, sus familiares u otros individuos. En 1996, durante el gobierno de Bill Clinton, una ley retiró el acceso a los recursos públicos de salud y cheques de comida a todos los inmigrantes legales mayores de 65 años. “Diez años después, médicos y trabajadores sociales se han dado cuenta de que los inmigrantes legales sí merecen una ayuda para acceder a cuidados médicos. Por desgracia, seguimos sin tener una solución a este problema”, lamentaba entonces el autor del estudio, Emmanel Gorospe.
“La reforma sanitaria impulsada por Obama no cambia esta situación”, comenta Seicean. La única opción restante es pagar un seguro privado, pero esto puede resultar demasiado caro. Además, los mayores son considerados pacientes de alto riesgo, por lo que las condiciones del seguro, que obligan al paciente a pagar parte de los costes, a veces son inaccesibles. “Como resultado, la mayoría carece de cobertura y recibe atención médica en urgencias, clínicas comunitarias y hospitales públicos”.
Según un estudio de la compañía MetLife, la mayor contribución que realiza esta generación de inmigrantes a la sociedad estadounidense es precisamente el cuidado de sus familias. Cuando se involucran en actividades de voluntariado en el vecindario, cuando apoyan a los recién llegados o simplemente desde sus casas, con los familiares más cercanos. Sin embargo, el estrecho círculo que les acoge también les esconde del resto de la sociedad. Las verdaderas necesidades de este vulnerable grupo de población se vuelven invisibles.
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