Todos los seres vivos estamos regulados por los ciclos biológicos. Es por eso que nuestro cuerpo experimenta momentos de máximo rendimiento y otros de reposo, al igual que cualquier ser viviente y los requerimientos energéticos varían de acuerdo a estos ciclos.
En base a este concepto, podemos decir que hay momentos en los que el organismo experimentará un mayor desgaste energético y otros en los cuales entrará en reposo, sin tener apenas un gasto de energías. Entonces, el consumo de alimentos debe adecuarse a estos requerimientos para obtener el mejor rendimiento y por ello, debemos comer cuando el cuerpo está sometido a una mayor actividad y no hacerlo durante el reposo.
De acuerdo a estudios recientes han constatado este hecho, verificando que las comidas realizadas en los horarios en que el cuerpo está naturalmente en un mínimo de actividad, dificultan el metabolismo de los alimentos, por lo que el cuerpo se ve obligado a guardar para más tarde los nutrientes. Esto lo hace en forma de depósito de grasa, que será consumida más tarde, cuando los requerimientos físicos lo indiquen.
Los mencionados estudios pudieron constatar una pérdida de peso importante en personas que consumían la misma cantidad de alimentos, pero que lo hacían a diferentes horas. Se pudo constatar que aquellos pacientes que ingerían sus alimentos en los horarios naturales del cuerpo, experimentaban una pérdida de peso, en relación con los que recibían sus alimentos fundamentalmente de noche, los cuales sufrían una ganancia de peso.
También es importante adecuar las cantidades de alimento ingerido en cada comida. Durante el desayuno, cuando el cuerpo recién retorna de su reposo, se hace más necesario el aporte de energía para comenzar las actividades. A medida que el día avanza, los requerimientos energéticos van disminuyendo, hasta llegar al reposo nuevamente (excepto en los casos en que se realice actividad física durante la tarde o la noche). Por estos motivos, la comida más abundante debería ser el desayuno, porque es cuando el cuerpo necesita más energía y cuando tiene más tiempo para metabolizar dichos alimentos. Le sigue el almuerzo, para descender notoriamente en la cena, donde debemos tomar una porción mucho más pequeña y los alimentos deben ser más livianos.
Debido a todo lo antedicho, se desprende que es imprescindible respetar los horarios del cuerpo para realizar las comidas, comenzando con el desayuno, entre las 7 y 9 de la mañana, el almuerzo, entre las 12 y las 13hs, la merienda a las 5 de la tarde, y la cena que no debe pasarse de las 7 o 9 de la noche, ya que luego de esta hora, el cuerpo comienza a mermar su actividad, pues entra en la fase de reposo y el metabolismo se enlentece notoriamente.
Las ventajas de respetar los horarios naturales:
Las comidas deben respetar los horarios del cuerpo, pero además deben adecuarse en calidad y cantidad a los requerimientos del mismo en cada momento del día.
No debemos hacer menos de cuatro comidas diarias, para no recargar el hígado y facilitar el metabolismo. Estas cuatro comidas deben distribuirse en un desayuno abundante y de alto contenido energético, para favorecer el comienzo de las actividades, que es momento cuando se necesita más energía. El almuerzo debe ser de menor carga calórica, pues las necesidades descienden hacia el mediodía. A la tarde, la merienda debe ser liviana, como para reponer energías hasta la hora de la cena. La cena debe ser liviana, no sólo porque el cuerpo ya entra en la fase de enlentecimiento metabólico, sino porque la digestión suele hacerse en la cama, con lo cual aumentan los riesgos de padecer infartos, trastornos digestivos, dificultad para conciliar el sueño, flatulencias, hinchazón.
También se pueden fraccionar las comidas para realizar más tomas, con lo cual se reduce el tiempo entre comidas y esto contribuye a mantener el nivel de glucosa en la sangre, con lo que se evitan los picos de cansancio y desánimo que pueden ocurrir entre comidas.
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