2. Con estas letras quiero invitarlos a valorar más y cuidar mejor nuestras familias. Aunque no hacen ruido ni noticia gracias a Dios todavía son muchas las familias donde reina el amor fiel, la ayuda mutua, la alegría sencilla, el respeto y la paz. Sin embargo, les escribo con preocupación porque siendo la familia tan necesaria para la vida humana no la estamos cuidando bien: nuevas formas de vivir y trabajar, nuevas leyes y costumbres la están enfermando. Si nos decidimos a colaborar con el Señor para fortalecer la vida familiar haremos el aporte más esencial para nuestro futuro y el futuro de la patria.
3. Les escribo convencido que la familia es la humilde ventana a través de la cual entra a nuestro mundo la luz, la vida y el amor de Dios. Se está empañando la ventana y es urgente hacer algo, empezando por la nuestra. Los cambios profundos de la sociedad actual si no ayudan a la familia, no tienen futuro; no serán buenos para la humanidad.
4. Dios es una familia -el Padre, El Hijo y el Amor- y por eso no es extraño que la obra de su creación que mejor lo da a conocer es la familia humana: el primer lugar para encontrar a Dios y saber cómo es. “Dios, con la creación del hombre y la mujer a su imagen y semejanza, corona y lleva a la perfección la obra de sus manos” (Familiaris Consortio. C 28 )
«LO QUE MÁS QUEREMOS Y NECESITAMOS»
5. Si miramos con un poco de detención nuestra propia vida descubriremos que lo mejor que nos pasa tiene que ver con lo familiar. Al preguntar por lo más querido de cualquier vida, las respuestas, casi todas, tienen que ver con lo mismo: mi familia. En los jóvenes esto es especialmente notorio, las estadísticas lo confirman. Y por el contrario, cada vez que le seguimos la pista a las tragedias, las violencias, las adicciones, los complejos e intolerancias... normalmente llegamos a una carencia familiar.
6. Nada se parece tanto a Dios como una familia donde el amor hace que el hombre y la mujer, la fuerza y la ternura, se encuentren y colaboren con el Creador para recibir la vida y cuidarla. El hombre y la mujer son como las dos manos de Dios que va modelando a los hijos como un albañil. Una mano fuerte y firme y la otra tierna y delicada: una para la obra gruesa y otra para las terminaciones.
7. Los grandes valores que pueden hacer grande un país y a cada uno de sus habitantes tienen su cuna original en la familia. El respeto por la vida en todas sus formas y edades; la fraternidad entre los hombres y los pueblos, la paternidad de jefes y gobernantes, el trato justo para todos como hijos iguales, el respeto por la autoridad y tantos otros son valores que brotan de la familia y necesitan de ella. El Papa Juan Pablo II ha dicho con claridad que la familia “...es la primera escuela de virtudes sociales” (Familiaris Consortio 42 ). Una sociedad que no cuida la familia reniega de sí misma y seca la fuente natural de la vida buena. Por la familia entra a la tierra ese aire fresco y saludable que al respirar nos llena de vida plenamente humana.
«EL EJEMPLO DE JESÚS Y SU MADRE
8. Si miramos con detención la vida de Jesús descubriremos que siempre vivió en relación con su familia: en ella nació (Lc 2,1-12) y en ella -con la Virgen y San José- creció en gracia y sabiduría (Lc 2, 51–52) . En una fiesta de bodas le llegó la hora de manifestar su Gloria (Jn 2, 1–11) y en la cruz murió rodeado de su Madre y de los que se habían convertido en sus hermanos (Mt 12, 46–50). La vida de nuestro Salvador nos confirma en la necesidad de poner a la familia en el primer lugar de todas nuestras tareas e intereses. Por una familia vino y seguirá viniendo la salvación al mundo.
9. En la fiesta de la Asunción de la Virgen María leemos el relato de la visita de la Virgen a su prima anciana (Lc 1, 39 - 56). San Lucas nos cuenta una sencilla historia que puede ser la nuestra. La Virgen es como el candelero que trae a Cristo la Luz verdadera. “... el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como irradiando su luz a través de los ojos y de la voz de María” (Ecclesia de Eucaristía 55). Testigo de ese encuentro fue el hogar de Zacarías e Isabel, una familia sencilla y fiel a Dios, de un pueblito rural.
10. La Virgen María inundó ese hogar con la presencia del Señor. Ella cambió el ambiente con su oración constante y su servicio en las cosas diarias y pequeñas de toda familia, en el aseo, la cocina y la compañía. Esa visita les cambió la vida para siempre a ellos y a su hijo Juan Bautista. Cuando el Espíritu de Cristo vive en una persona le inspira siempre lo mismo: gastar la vida para que los demás vivan. Años más tarde Juan Bautista haría lo mismo (Jn. 3,30).
11. Nuestra Iglesia Diocesana contempla los gestos y palabras de María y descubre en ella muy vivo, el ideal que nos mueve: ser una Iglesia misionera que vive en comunión y que busca la santidad (Sínodo, pág. 51-134)
12. El interés de esta Carta es simplemente acercarme para contarles que esa misma alegría del Reino que llevó la Virgen a aquella casa en las montañas de Judá se encuentra a nuestra disposición hoy.
NUESTRA FAMILIA SIEMPRE NECESITA LA VISITA DE DIOS
13. Zacarías e Isabel tenían un hogar humilde y fiel a Dios, pero tenían aflicciones como tantos otros. Es probable que hoy ustedes tengan cerca alguna situación difícil de enfermedad, luto, cesantía o separación. Es parte de la vida que, en algún momento a todos nos llegue la visita de la alegría o el dolor. El Padre Hurtado decía que la alegría y el dolor son siempre una visita de Dios. Nuestro Padre Dios no suele evitarnos las dificultades y dolores pero su amistad siempre nos da la gracia que es luz y fuerza para que salgamos fortalecidos, más unidos, con el amor más profundo y noble (1Cor 1, 3-5) .
14. Dejemos que el Evangelio de San Lucas nos regale una nueva luz para iluminar nuestras vidas familiares. Abramos los ojos -con la luz del Señor- para ver mejor, más allá de los problemas, el tesoro que tenemos en la vida familiar. Busquemos algunas formas simples de cultivar este don y tarea que son nuestras familias ¡la esperanza de días mejores está todos los días a nuestro alcance! Si no tenemos familia o la tenemos lejos, se pueden establecer con los que nos rodean un clima familiar de cariño, respeto y servicio.
“MARÍA ENTRÓ EN CASA DE ZACARÍAS Y SALUDÓ A ISABEL” (Lc 1, 40)
15. Durante estos años y en especial a medida que he ido haciendo la Visita Pastoral, que es una visita más tranquila a las parroquias, he podido conocer más de cerca sus alegrías y sus dolores. Con sencillez y confianza muchos me han compartido lo que más aman y lo que más temen; en esas conversaciones más profundas siempre llegamos a la familia, los hijos, los enfermos. Ha sido un regalo grande de Dios compartir tantas experiencias de amor familiar oculto y humilde, tantos esfuerzos y luchas, tantos gestos heroicos de fortaleza y fidelidad.
16. En las innumerables conversaciones y encuentros con niños, jóvenes, adultos y adultos mayores, he podido comprobar cómo la familia es el lugar de las mayores alegrías y también de las más grandes penas. Lo más hermoso y lo más triste, la muerte y la vida habitualmente, se vive en la familia.
17. Si damos una mirada a nuestra vida sencilla descubriremos en ella verdaderos tesoros de humanidad. Siempre me ha impactado, por ejemplo, ser testigo de las luchas y angustias de los padres por sacar adelante a los hijos. ¡Cuánto sacrificio por alimentarlos y educarlos para que sean personas de bien! Una tarea que en muchas ocasiones debe asumir la madre sola o con los abuelitos.
18. Es conmovedor el desvelo por los hijos: tan tenaz, tan infatigable, tan gratuito y en muchos casos vivido hasta el heroísmo. Es como para preguntarse, por ejemplo, ¿Por qué aquella señora vive tan preocupada de ese joven o esa niña en particular? Es un joven común y corriente, como tantos otros, pero sin embargo por él sufre, con él se alegra hasta las lágrimas y para él trabaja. Son miles y miles esos cariños humildes anónimos que hacen posible la vida de otro. En esa relación tan frecuente, simple y honda hay algo que viene de Dios y que nos puede llevar hacia Dios.
19. Hay entre los padres y sus hijos un lazo invisible y más fuerte que un cable de acero. Es una fuerza impresionante que se llama amor y que no se da en ninguna parte como en la familia: allí es donde aprendemos a amar y a ser amados. Ese amor familiar que hace crecer, anima y corrige es una manifestación del amor de Dios; más aún, es una presencia de Dios que así nos ama, así nos cuida, así nos tiene dentro de su corazón. El mismo nos lo dice a través del Profeta Isaías: “¿acaso olvida una mujer a su niño de pecho sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ellas llegasen a olvidar, Yo no te olvido” (Is 49,15). Así nos cuida el Padre Dios, con nombre y apellido y con un cariño imposible de describir.
20. Demos gracias por el regalo de nuestra familia, aunque sea pequeña, o falte alguno de los padres, aunque haya dolores, desempleo, enfermedades y rupturas, siempre es necesario agradecer y orar. Agradecer porque para mejorar lo primero es reconocer todo lo bueno y positivo que tenemos. Orar es necesario para que como Isabel recibamos a Dios en nuestra debilidad y todo lo transforme en alegría. Orar para que el amor que nos une como hijos, padres o esposos reciba de Dios su influencia y lo haga permanente, gratuito, firme, profundo y total. Orar para que siempre, como nos pide el Señor, tengamos la disposición a perdonar y volver a comenzar.
“¿DE DÓNDE QUE LA MADRE DE MI SEÑOR VENGA A MÍ?” (Lc 1, 43)
21. El hogar de Zacarías e Isabel estaba pasando por dificultades como le sucede a tantos hogares. En muchas ocasiones, viendo y escuchando a muchos hablar sobre su familia me han venido a la mente aquellas palabras de Jesús al mirar a la muchedumbre: “tuvo compasión de ellos pues andaban como ovejas sin pastor” (Mc 6,34). Isabel anciana y débil debe hacer frente a algo que la supera. Hay una maravilla en su vientre esperando nacer pero no tiene quien la ayude ¡Qué común es la situación de esta mujer sencilla y rural que debe hacerse cargo de algo que supera sus fuerzas!. Isabel está hoy en muchas casas, vive en nuestros barrios y campos. En cada familia, en cada pobreza, en cada dolor, es seguro, siempre hay algo muy bueno esperando nacer.
22. Si hacemos silencio y aguzamos el oído, escucharemos que la Madre de Dios está golpeando suavemente nuestra puerta trayéndonos a Cristo para hacerse cargo de nuestras necesidades (Mt 11, 28–30) .
23. Así como una familia es una maravilla, también la falta de ella nos debilita. He visto jóvenes hambrientos de familia, de paternidad, de acogida, buscando afanosamente en los amigos algún hermano para querer y sentirse queridos. Me he fijado que esa hambre de cariño y fraternidad muchas veces los saca del hogar para buscar grupos que los cobijen y que a veces los dañan. He conocido padres y madres acongojados por la lejanía de sus hijos. He visto y escuchado a mucha gente que se siente sola, como si la familia sólo fuera una ausencia. Los ancianos, en especial, sufren con la soledad y con la sensación de que son una carga cuando en realidad son una bendición.
24. La época que nos toca vivir puede fortalecernos o debilitar nuestra familia. Por muchos lados se le ataca y no son pocas las familias que caminan apenas. Hay algunas que parecen haber sufrido los temporales invernales que inundan, rompen caminos y puentes. A veces el tipo y ritmo de trabajo con horarios poco humanos destruye la comunicación: no se conversan las cosas y aumentan hasta que explotan. Otras veces es la superficialidad que se lleva el diálogo y corta los puentes. También aparecen las pasiones que como ríos desbordados se llevan el esfuerzo de años. De muchas maneras el ambiente individualista que arrasa como un viento huracanado con el cariño y la preocupación por el otro... No quiero seguir con esta lista que ustedes también conocen y -quizás- a veces muy cerca, en sus propias familias.
25. Quisiera, más bien, invitarlos a descubrir y rescatar lo mejor de nuestras familias para cultivarlo y hacerlo crecer. Soy un convencido que allí, en cada familia, se encuentra la posibilidad de ser más felices y vivir en paz. Creo que es el lugar pensado por el Señor para que se siembre, nazca y se desarrolle la vida humana como Él la quiere: buena para todos sus hijos. Creo que la familia es el mejor huerto para cultivar el amor humano, alimentarlo y hacerlo crecer y madurar para ofrecerlo a otros.
26. Isabel y Zacarías escucharon el llamado y abrieron su puerta, reconocieron su debilidad y aceptaron la ayuda que les envió el Señor. Ellos abrieron su puerta para que entrara el Señor, nosotros también podemos hacerlo hoy.
“DICHOSA TÚ QUE HAS CREIDO QUE SE CUMPLIRÍA LO QUE TE DIJO EL SEÑOR” (Lc 1, 45)
27. La Virgen María creyó que el amor de Dios es más fuerte que la muerte. Siempre estuvo segura que ese amor de Dios es la mayor necesidad del corazón humano. Ella creyó que allí se encuentra la fuente de todas las alegrías. Quiero invitarlos a que cada uno haga todo lo posible por cuidar la vida familiar; es el esfuerzo más importante y significativo en nuestras vidas, es la tarea que más tiene que ver con la felicidad de cada uno y de quienes nos rodean.
28. No esperemos que cambie la sociedad para comenzar a mejorar nuestra vida familiar. A nuestra mano está el pedirle a Dios que Él se abra paso en nuestra vida familiar. Acogerlo significa creer que -no importa lo complicadas que estén las cosas- siempre hay un paso que cada uno puede dar, un perdón que pedir, una actitud que modificar... aunque sea pequeño ¡siempre hay algo que se puede hacer! ¡El amor es más fuerte!
29. Recojamos la invitación que el Papa Juan Pablo II nos repitió al visitar Chile: “¡Familia, sé lo que eres!”, y viviendo lo que somos, avancemos hacia la meta que nos propone la Iglesia: ser una comunidad de vida y amor. Apostar por la familia es creer que el amor elevado por la gracia de Dios y hecho sacramento es capaz de darle a la vida humana su mejor oportunidad.
Permítanme algunas sugerencias muy sencillas para crecer como familias
* Es una verdad probada que “cuando una familia reza unida, permanece unida”, porque poniendo al Señor en el centro El nos transmite su vida y nos enriquece con los frutos del Espíritu Santo (unidad, diálogo, perdón, respeto, etc.). Busquemos los momentos de oración en familia, ¡son tantas las ocasiones para ello!; sobre todo, procuremos participar como familia de la Eucaristía del día Domingo.
* El Rezo del Rosario en familia nos puede ayudar a aprender de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor (Rosarium Virginis Mariae 1)
v No tengamos miedo de mostrar a los niños y a los jóvenes toda la belleza del amor humano, frente a las caricaturas de ese amor que reciben por otros lados. Pueden los padres contar la historia de su amor a los hijos: que esa historia de amor alimente la memoria de la familia.
* En medio de tantas cosas que todos tienen que hacer. Alguna vez apaguemos la TV y dejemos tiempo para algo muy importante: conversar en familia, acostumbrarnos a contar lo que nos pasa, a interesarnos por el otro y sus cosas, a buscar lo que Dios quiere, y a tomar decisiones juntos.
*Si Usted tiene trabajadores a su cargo pídale a Dios la inteligencia para organizar las cosas de modo que ellos puedan encontrarse y distraerse como familia . Esto será fuente de alegría para todos y de progreso auténtico.
* Frente a las dificultades de la convivencia familiar, tomemos muy en serio las palabras del Apóstol San Pablo: “si se enojan, no lleguen a pecar, que el término del día no los encuentre enojados, así no darán lugar al demonio” (Ef 4,26). Enfrenten los conflictos sin dejar que se estiren en el tiempo; en el cariño familiar encontrarán siempre las armas para hacerlo: el diálogo, el perdón, la renuncia a sí mismo...
* Es muy necesario que cada cristiano y cada familia aprenda a reconocer la cruz que está presente en su vida. Cada familia tiene problemas y dolores muy propios que el Señor nos invita a reconocer y cargar con cariño. El Señor nos quiere cerca suyo y nos invita a caminar con su cruz. Él viene con nosotros haciendo que el yugo sea suave y la carga ligera. Esas cruces asumidas en la familia son ocasiones de mayor unidad y hacen de nuestras familias el primer lugar de refugio y consuelo.
* Cultivemos el agradecimiento en la vida familiar, sepamos darnos las gracias unos a otros por lo que cada uno es y cada uno hace. El amor se alimenta del sacrificio de unos por otros y de la gratitud de unos por otros. Una buena cosa es celebrar, aunque sea muy simplemente, los cumpleaños o los santos... celebrar es agradecer.
* Si pasamos por un momento difícil en la familia, no tardemos en pedir ayuda. El pedir apoyo es muestra de nobleza e inteligencia; el no hacerlo puede ser fatal.
* Cuidemos de no hacer de nuestra familia un mundo cerrado. Aprendamos a ser mejores parientes y vecinos, a estar atentos a otras familias para -como lo hace la Virgen María- servirlos en sus necesidades, en sus debilidades, en sus dolores.
En fin, estas pistas y muchas otras que ustedes mismos conocen y pueden desarrollar son medios sencillos y reales para ir avanzando en el camino de cuidar nuestras familias y hacerlas cada día más como el Señor las quiere.
A través de esta Carta quisiera iniciar un diálogo con sus familias. Dios quiera que este intercambio continúe y crezca para poder ayudarnos mutuamente; por eso me gustaría mucho recibir su respuesta(*). Como pastor de nuestra Iglesia misionera al servicio del Reino les bendigo junto a todos sus seres más queridos.
Los bendice en el Señor y su Madre santísima.
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