martes, 31 de enero de 2012

CONCLUCIÓNES DEL PORQUE UN ADULTO MAYOR SE DETERIORA ANIMICAMENTE


La depresión durante la senectud se acompaña de complejidades nosológicas, fenomenológicas, diagnósticas y terapéuticas, que requieren conocimientos especiales, toda vez que abundan las presentaciones clínicas poco usuales, capaces de confundir el diagnóstico; también el tratamiento se ve afectado por los efectos colaterales de los medicamentos antidepresivos indicados a los senescentes. Deviene indispensable estar familiarizados con estos aspectos para identificar de manera adecuada a los ancianos geriátricos con este trastorno psiquiátrico reversible, que pone en peligro su vida.
Para diversos autores, la asociación de depresión según el sexo es controversial. En ancianos continúa siendo predominante en las féminas, con una razón mujer/hombre de 2:1; pero en los varones aumenta proporcionalmente su prevalencia por una brusca pérdida de roles, de modo que a los 80 años sobrepasan a las ancianas, como también se observó en este estudio. Deben prestar atención a los familiares del sexo masculino de edad avanzada, que vivan solos, debido a que tienen un alto riesgo de intentar suicidarse.
En un estudio de mujeres con depresión  se plantea que los sucesos vitales también influyen en la gravedad de los síntomas y pueden provenir de diferentes áreas de la vida: las relaciones, el hogar, la familia, la salud, los hijos, el matrimonio, las obligaciones sociales, el dinero, el descanso y otras, de modo que su poder traumático tiene que ver con su traducción subjetiva. Estos sucesos incluyen la vivencia de pérdidas, no solo personales (la muerte o separación de la pareja), sino también social (quedarse sin trabajo) o de una idea (descubrir el comportamiento delictivo de un hijo).
La jubilación es uno de los acontecimientos importantes en la vida de un adulto mayor y en todos los miembros de la familia. Como consecuencia de ello prevalece el temor a la inadaptabilidad, o a no ser tomado en cuenta en el seno del hogar. El fallecimiento del cónyuge es otro suceso que tiene una connotación negativa y provoca vivencias similares a las que se producen por el cese del vínculo laboral. La familia es, entonces, un factor protector de la salud individual de sus integrantes o un proceso desencadenante de sufrimientos o enfermedades. 
En la casuística, los pacientes que evaluaron como mala la comunicación, expresaron la escasa posibilidad de intercambio que se les concede en el sistema familiar; aspecto este que incide en el bienestar psíquico, al sentirse que están siendo maltratados. 
Senescentes que viven solos o con personas no cercanas al núcleo familiar (sobrinos, ahijados u otras), se deprimen más. Esta situación pudiera explicarse porque la soledad y la falta de convivencia social y familiar en ancianos que dependen económicamente de otros individuos, unidas a discapacidad y enfermedades crónicas, alteran en forma importante la esfera psicosocial. 
La incapacidad para reír es más preocupante que la facilidad para llorar. Sensaciones verbalizadas de culpabilidad, vacío existencial, dolores abstractos, ideas suicidas, cansancio diurno exagerado y pérdida o ganancia de peso desacostumbradas, apuntan hacia la posibilidad de una depresión. Algunos tratamientos farmacológicos y el consumo de alcohol pueden ser causa de estados depresivos, por lo que también deben ser tenidos en cuenta. 
En la tercera edad, los estados depresivos afectan de una manera u otra las funciones psíquicas; distorsionan negativamente la percepción de la realidad de sí mismo, del mundo y del futuro que le espera, así como conducen a una pérdida de interés por existir. Hay grandes enigmas en la vida del ser humano y el suicidio es uno de ellos, pues resulta a veces difícil determinar por qué un individuo llega a su propia autodestrucción.
Se sabe que el divorcio y la separación afectan en gran medida al anciano que intenta privarse de la vida, así como igualmente que factores psicosociales no solo pueden agravar el cuadro depresivo, sino hacerlo más complejo y facilitar la conducta suicida. La soledad, el aislamiento social y el entorno ambiental del geronte dificultan notablemente la petición de ayuda o el acceso a tratamiento psiquiátrico, además de que su calidad de vida puede verse limitada por numerosas enfermedades y la ausencia de un suficiente soporte familiar o asistencial.
El diagnóstico de los trastornos depresivos en el anciano sigue siendo fundamentalmente clínico, basado en la anamnesis y la exploración para identificar los síntomas depresivos.
Los resultados de este estudio coincidueron con otros donde la soledad no se refirió únicamente a la realidad de "vivir a solas", sino también a la subjetiva, donde la interioridad afectiva se halla plena de sentimientos emocionales imaginarios y simbólicos.
Si bien el síntoma básico es la tristeza, el adulto mayor puede expresar su malestar por medio de aburrimiento, apatía o indiferencia, sin que necesariamente deba estar triste. Frecuentemente, junto con la tristeza, aparece un sentimiento de angustia, capaz de reflejarse tanto en la esfera psíquica (nerviosismo, inquietud interior) como somática (cefaleas de tensión, bolo esofágico, meteorismo, diarreas, tensión muscular…). Otros síntomas característicos son la irritabilidad y la lentitud en el pensamiento; el paciente tiende a sentirse tan inseguro, que se infravalora y autorreprocha.
El mal curso de la depresión aumenta la vulnerabilidad suicida; así, los cuadros depresivos recurrentes y los episodios más prolongados con un nivel de remisión menor, son factores que aumentan el riesgo. En las fases de remisión parcial, la persistencia de manifestaciones depresivas residuales origina desesperanza y fragilidad y dificulta la adaptación a acontecimientos vitales mínimos, que pueden desencadenar el paso al acto de los pensamientos de muerte.
En la mayoría de los estudios epidemiológicos 9 se informa una prevalencia de la enfermedad bipolar de alrededor de 1 % y una relación de hombre/ mujer de 1:1. El primer episodio de la enfermedad es en la segunda y tercera décadas de la vida, seguido de una larga remisión, hasta que el episodio subsiguiente ocurre a los 4 ó 5 años. La enfermedad bipolar no se asocia solamente con la disminución de la calidad de vida de pacientes y familiares, sino también con el aumento de la mortalidad por suicidio y enfermedades concomitantes.
A juicio de los autores de este artículo, la mayor presencia de trastornos depresivos mayores y bipolares confirma que junto a los factores psicológicos que condicionan la predisposición del anciano a deprimirse, también están los biológicos.
Los trastornos depresivos en el geronte siempre serán una verdadera urgencia médica y social, pues constituye un alerta del ser humano que independientemente de su edad, además de sentirse solo, es incapaz de enfrentar los rigores de la vida y llega a la más triste y grave conclusión de que "no vale nada" y lo mejor es terminar definitivamente con esa angustia; de ahí, la importancia de una realizar una eficaz intervención ante este dilema.
Se impone conocer que los trastornos depresivos son tratables aún en las personas seniles y en aquellas que presentan condiciones de comorbilidad, entre las cuales figura la demencia. La mayoría se recupera cuando recibe un tratamiento apropiado y la hospitalización generalmente debe producirse solo después de un análisis multidisciplinario y con la anuencia del paciente y de su familia.
En la etapa más joven de la vejez, la mujer se deprime con mayor frecuencia al tener experiencias traumáticas negativas que influyen en la vivencia de pérdidas objetivas y subjetivas y tornan más severos los síntomas depresivos.
La comunicación fue buena en los ancianos que vivían con familiares; pero en los que permanecían solos o con otras personas, predominó la conducta suicida. El trastorno depresivo mayor y la enfermedad bipolar fueron los diagnósticos psiquiátricos que determinaron una mayor atención médica, tanto institucional como ambulatoria, y los que se asociaron con un mayor riesgo de conducta suicida; problemática esta muy frecuente en el adulto mayor deprimido. La soledad como síntoma depresivo estuvo presente, tanto de forma subjetiva como objetiva e incidió grandemente en la dinámica del cuadro clínico.

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