Se pensaría que por las terrazas del sentimiento, por esas avenidas que nos traen recuerdos violáceos, recuerdos que nos dejan un raro sabor de boca, algo que al parecer escapó y que vuelve ahora de nuevo, algo que nos da la impresión de que eso ya no lo volveremos a vivir, aquello que nos pareció tan radiante en el pasado y que nunca retornará en el presente, unos juegos quizás, o unos rostros, unos rostros, sí, bellos y desaparecidos, conversaciones fugaces, luminosas horas, todo ese mundo que ahora nos trae el viento de los años, la brevedad de la existencia, eso que llega y que nos envuelve de pronto en golpe imprevisto del pensamiento, lo podríamos bautizar sin duda como melancolía, y es cierto, la dama de la melancolía nos acompaña por esas terrazas del sentimiento y anda despacio con nosotros, pisa por donde nuestro silencio pisa y apenas nos habla, tan sumida va en cuanto nosotros estamos pensando que la melancolía en ocasiones somos nosotros mismos.
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