El brillo en la mirada de Antonio aquella mañana, era distinto al resto de los días de su monótona vida. Se levantó temprano para prepararle el desayuno. Le puso una rosa en un vaso con agua y se lo llevó a la habitación a duras penas.
Aquél 21 de febrero, Antonio y Carmen hacían 60 años de casados. Toda una vida juntos. Vieron pasar soles brillantes, días lluviosos, baches que parecían imposibles de superar, momentos mágicos, segundos de felicidad, eternos minutos de complicidad. Toda una vida...
Tenían ya 85 años y sus huesos ya estaban resentidos ante el paso del tiempo. Carmen no podía levantarse de la cama. Hacía ya meses que sus piernas decidieron no continuar caminando con ella. Pero aún así, Carmen sonreía cada mañana al ver todo lo bueno que le rodeaba. Unos nietos encantadores, unos hijos felices y... Antonio.
Llamó con un golpe flojo a la puerta de la habitación.
-¡Pasa! –Respondió Carmen desde dentro.
Antonio entró con una sonrisa y una bandeja con un suculento desayuno.
-¡Vaya! ¿A qué se debe esta sorpresa?
-A los 60 años maravillosos que me has hecho pasar junto a ti.
Antonio le dio un dulce beso en la frente a Carmen. Parecía increíble que la pasión no desapareciese en ningún momento. Se amaban con la misma intensidad que el primer día.
-Cómo pasa el tiempo Antonio...
-Sí, pero aún nos quedan unos años por dar guerra –Rió.
-No sé Antonio... Estoy muy mayor, y siento que la vida comienza a abandonarme.
-No digas eso, por favor... Inspiras vitalidad con sólo mirarte.
Antonio intentaba animarle, pero hasta ella se dio cuenta de que mentía. Los ojos de Carmen delataban que la vida se le estaba apagando. Pero no quería ni pensarlo. Jamás sabría continuar si ella no estaba a su lado. Carmen se tomó el desayuno y puso la flor en la mesilla de noche. Sacó fuerzas y se incorporó un poco más para poder abrazar a Antonio.
-Te quiero. Siempre lo he hecho, y siempre lo haré. –Dijo Carmen.
-Y yo a ti.
Carmen cerró los ojos y se durmió. Antonio permaneció junto a ella durante un rato. La inmensa calma que reinaba en aquella habitación, le inquietaba. Sabía lo que había pasado, pero no reaccionaba. Carmen había cerrado los ojos para no volver a abrirlos.
Días después, Antonio soñó con Carmen. Volvió a verla en sus sueños. Caminaba... Se abrazaron y se agarraron las manos. Comenzaron a seguir avanzando en su camino y no rompieron la promesa que se hicieron 60 años atrás: “Te seguiré amando incluso después de la vida. Iré contigo a dónde tu vayas”.
Aquél 21 de febrero, Antonio y Carmen hacían 60 años de casados. Toda una vida juntos. Vieron pasar soles brillantes, días lluviosos, baches que parecían imposibles de superar, momentos mágicos, segundos de felicidad, eternos minutos de complicidad. Toda una vida...
Tenían ya 85 años y sus huesos ya estaban resentidos ante el paso del tiempo. Carmen no podía levantarse de la cama. Hacía ya meses que sus piernas decidieron no continuar caminando con ella. Pero aún así, Carmen sonreía cada mañana al ver todo lo bueno que le rodeaba. Unos nietos encantadores, unos hijos felices y... Antonio.
Llamó con un golpe flojo a la puerta de la habitación.
-¡Pasa! –Respondió Carmen desde dentro.
Antonio entró con una sonrisa y una bandeja con un suculento desayuno.
-¡Vaya! ¿A qué se debe esta sorpresa?
-A los 60 años maravillosos que me has hecho pasar junto a ti.
Antonio le dio un dulce beso en la frente a Carmen. Parecía increíble que la pasión no desapareciese en ningún momento. Se amaban con la misma intensidad que el primer día.
-Cómo pasa el tiempo Antonio...
-Sí, pero aún nos quedan unos años por dar guerra –Rió.
-No sé Antonio... Estoy muy mayor, y siento que la vida comienza a abandonarme.
-No digas eso, por favor... Inspiras vitalidad con sólo mirarte.
Antonio intentaba animarle, pero hasta ella se dio cuenta de que mentía. Los ojos de Carmen delataban que la vida se le estaba apagando. Pero no quería ni pensarlo. Jamás sabría continuar si ella no estaba a su lado. Carmen se tomó el desayuno y puso la flor en la mesilla de noche. Sacó fuerzas y se incorporó un poco más para poder abrazar a Antonio.
-Te quiero. Siempre lo he hecho, y siempre lo haré. –Dijo Carmen.
-Y yo a ti.
Carmen cerró los ojos y se durmió. Antonio permaneció junto a ella durante un rato. La inmensa calma que reinaba en aquella habitación, le inquietaba. Sabía lo que había pasado, pero no reaccionaba. Carmen había cerrado los ojos para no volver a abrirlos.
Días después, Antonio soñó con Carmen. Volvió a verla en sus sueños. Caminaba... Se abrazaron y se agarraron las manos. Comenzaron a seguir avanzando en su camino y no rompieron la promesa que se hicieron 60 años atrás: “Te seguiré amando incluso después de la vida. Iré contigo a dónde tu vayas”.
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