jueves, 19 de julio de 2012

PARA EL ADULTO MAYOR

LA TERCERA EDAD
 La vida adulta se desarrolla en diferentes etapas, con su particular problemática y potencialidad. Nos referimos ahora a los adultos de cualquier clase, condición o estado, a quienes el proceso de envejecimiento afecta de tal suerte que llegan a encontrarse en una situación desfavorable ante el resto de la población; por ello merecen un especial cuidado de parte de la familia y de la misma comunidad.
 Los ancianos son portadores de un conjunto de valores que representan la memoria positiva de las familias: experiencia, unidad, tradiciones, educación, normas de conducta, religión e incluso la fe. La llamada tercera edad, sin embargo, se ve afectada por ciertos condicionamientos propios de esa etapa de la vida: enfermedad, jubilación, viudez, abandono, inutilidad.
 También afectan a los ancianos otras crisis originadas por los profundos cambios de la época: nuevas valoraciones y costumbres, dificultades económicas, insuficiente atención médica y marginación social.
 La Pastoral de la tercera edad se ha ido desarrollando, con esfuerzos, en no pocas comunidades parroquiales y a través de variadas obras de asistencia; sin embargo, es necesario hacer aún más, no escatimar ningún esfuerzo en favor de esta acción testimonial privilegiada, precisamente como signo de la Nueva Evangelización.
DESAFÍO
 En la actualidad muchas personas, incluso cristianas, consideran a los ancianos como una carga pesada por ser improductivos y necesitar múltiples atenciones.
La acción evangelizadora de la Iglesia debe:
* promover el cambio de mentalidad de estas personas;
* lograr una presencia testimonial a fin de secundar y favorecer el ejercicio de las capacidades de los ancianos, sobre todo en los grupos más desprotegidos;
* apoyar las instituciones e iniciativas en favor de la promoción, atención y cuidado de los ancianos ya incapacitados.
HECHOS
 Cada día es mayor el número de personas que llegan a la tercera edad; mientras en 1936 el promedio de vida era de 36 años, en 1990 llegó a los 71 años.
 Junto a la tradicional atención y amor que muchas familias brindan a sus ancianos, últimamente hay muchas otras que los relegan, rechazan, utilizan, maltratan y hasta los abandonan; los ambientes de trabajo los marginan y no los preparan para la jubilación.
 Ante los ancianos que se vuelven, de ordinario, muy sensibles, exigentes y que se sienten improductivos, las familias -sociedad e Iglesia- carecen de una orientación adecuada para tratarlos.
 Los ancianos viven más del recuerdo del pasado y poco o nada atienden al futuro; en espera de la muerte, ya no se abren a las expectativas de cambios y de renovación de la sociedad y de la historia; cuando se aferran a su modo de pensar, costumbres, puestos, a veces se imponen e impiden la renovación de la vida.
 La Iglesia siempre ha ejercido acciones asistenciales en favor de los ancianos, pero falta falta una atención más integral. Falta también una educación continua que prepare a todas las personas a la vejez, así como a los niños y jóvenes para amar y respetar a los ancianos.
 Es alentadora la importancia que van cobrando algunas experiencias de atención no sólo a los ancianos sino también a las personas de la tercera edad: retiros, ejercicios, visitas domiciliarias, diversas formas de asistencia y promoción, entre las que resaltan por su novedad aquellas que se dan dentro del mismo ambiente comunitario.
 Incluso con sus limitaciones dentro de la sociedad y de la Iglesia, los ancianos pueden participar provechosamente en trabajos de asesoría y de presencia activa en las comunidades y muy propicia para ser promocionada y dinamizada, brindándoles la posibilidad de vivir mejor; sin embargo, todavía muchas personas -y la feligresía en general- no descubren la gran valía de los ancianos, de modo que permanecen en una situación de descuido hacia ellos.
 Muchas personas de la tercera edad son feligreses muy activos en sus Parroquias; participan principalmente en la animación de centros de oración.
 Los asilos y casas de cuidado son insuficientes y no siempre son la solución adecuada para todos los casos.
CRITERIOS
 "Hijo, cuida de tu padre en la vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no lo desprecies en la plenitud de tu vigor" (Si 3, 12-13).
 "Corona de los ancianos es la mucha experiencia; su orgullo es el temor de Dios" (Si 25, 5).
 "Al anciano no lo reprendas con dureza, sino exhórtalo como a un padre; a las ancianas, como a madres" (1 Tim 5, 1).
 "Todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo" (Mt 13, 52).
1688 La Iglesia ha de estimular a todos a descubrir y estimar la colaboración que el anciano puede ofrecer a la sociedad, a la familia y a la misma Iglesia (Juan Pablo II).
 El anciano es testigo de la tradición de fe, maestro de vida y agente de caridad (ChL 48).
 Es necesario que la acción pastoral de la Iglesia estimule a todos a descubrir y a valorar los cometidos de los ancianos en la comunidad civil y eclesial, y en particular en la familia (FC 27).
 El acrecentado número de personas ancianas y la cesación anticipada de la actividad profesional y laboral abren un espacio nuevo a la tarea apostólica de los ancianos (ChL 48).
 La ancianidad -como dice el Papa acerca de la enfermedad- consigue que el hombre caiga de su pedestal y se descubra tal como es: pobre, desvalido, necesitado de la ayuda de Dios (Cfr. Juan Pablo II. Villahermosa, Tab. N° 408).
LÍNEAS DE ACCIÓN
 Revalorizar e impulsar a los ancianos, sea cual sea su condición en los grupos familiares, en las comunidades y en el ambiente del clero, como vínculos de unión, como memoria del grupo, como experiencia acumulada al servicio de los demás, como transmisores de tradiciones y cariño.
 Aprovechar toda clase de recursos para crear una mentalidad que prepare a las personas a valorizar a los ancianos, y propiciar la comunicación cristiana de bienes en todos ordenes en beneficio de ellos.
 Ayudar a promover a los ancianos para que tengan actitudes más positivas ante la vida y en relación a sí mismos.
 Hacer entender que el dolor, la enfermedad y la muerte son expresión muy clara de la limitación de la condición humana: estas experiencias, propias de la ancianidad, son camino de apertura hacia Dios.
 Promover en diversos ambientes pastorales iniciativas como:
* cursos de gerontología para Agentes de pastoral;
* centros de servicio, ocupación y esparcimiento para ancianos;
* mayor número de asilos y apoyo a los existentes;
* coordinación de diversas instituciones que brindan ayuda a las personas de la tercera edad;
* banco de datos referentes a organismos y programas de atención a la ancianidad.
 Asumir el hecho de que gran parte de los Agentes de pastoral, sobre todo en las Parroquias, pertenecen ya a la tercera edad, para ofrecerles servicios, en diversos órdenes, adecuados a su condición, y así potenciar más su compromiso apostólico.
 Difundir las experiencias más significativas de pastoral integral de la tercera edad: atención sacramental, apoyo económico, dispensarios médicos, convivencias apropiadas.
 Insistir en la formación comunitaria en torno a los problemas de la tercera edad, para crear un clima de respeto y valoración en favor de los ancianos.
 Catequizar sobre la naturaleza de la unción de los enfermos, de la cual han de beneficiarse las personas de la tercera edad, preparando a los Agentes para la atención especial que requiere este sector.
 Intensificar la presencia evangelizadora de los Laicos en los asilos en donde es poca o no existe la atención religiosa adecuada.
 Impulsar los asilos atendidos por Religiosas, apoyando a éstas para que tengan más recursos materiales, educativos, espirituales y sacramentales.
ORDENAMIENTOS
 Los responsables de la formación de Agentes procuren ofrecer una adecuada visión sobre la ancianidad, de modo que surjan iniciativas para valorizar la condición de los ancianos.
 Los Párrocos y demás responsables de comunidades favorezcan la intervención de personas conocedoras de la problemática de la ancianidad, a fin de orientar a las familias y, en particular, a quienes tienen ancianos bajo su cuidado.
 Las Vicarías, Decanatos y Parroquias destinen, en cuanto sea posible, locales adecuados para diversos servicios en favor de los ancianos.
 Los diversos Agentes preparen a los cristianos para que puedan llegar con dignidad a la tercera edad.
 El organismo arquidiocesano de Pastoral Social tome muy en cuenta, dentro de sus planes, la atención esmerada a los ancianos, tanto en las Parroquias como en instituciones y centros especializados.
 Los movimientos y agrupaciones de Pastoral Familiar deben apoyar las iniciativas y las acciones en favor de la tercera edad y, dentro de lo posible, en sus programas integren actividades propias de este campo.
 Las Vicarías, Decanatos y Parroquias despierten la conciencia comunitaria en favor de la atención de las personas de edad avanzada, alentando iniciativas apropiadas: elaboración de un censo de casos de atención urgente, organización de visitas domiciliarias y de apoyo material y espiritual, creación de talleres para actividades de terapia ocupacional, instalación de servicios médicos y de higiene, involucrando en todo esto a las agrupaciones laicales, principalmente a los Ministros Extraordinarios de la Eucaristía.
 Establezcan las Parroquias y demás templos, en cuanto sea posible, las misas y celebraciones especiales para ancianos y enfermos, sin olvidar el aspecto de convivencia y animación festiva para después de dichas celebraciones.

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