Desde hace unos ocho años, cuando murió
su esposa, Marta, don Felipe se sienta frente a su casa a esperar la
tarde. Hay días en que la soledad lo agobia, no se siente acompañado por
sus hijos y el pasado lo persigue, sobre todo, los errores que cometió
en su matrimonio. “Siento que me quedé sin un lugar. Me siento inútil”, me dijo en voz baja.
Acostumbrados
a valorarnos por lo que tenemos, cómo lucimos y las cosas que hacemos,
medimos el envejecimiento por lo que nos ocurre por fuera, pero en esa
etapa de la vida el regalo más grande está en nuestro interior.
Tomé de la mano a don Felipe y lo escuché sin pausas. Aquella tarde
sentí la necesidad de revalorizar la vejez. Comprendí que ofrecer
bienestar a los mayores es una tarea que nos concierne a todos: no
depende sólo de ellos, sino también de su entorno y de las actitudes que
adoptemos.
Los invito a revisar nuestra relación con los ancianos y a aplicar lo que yo he aprendido para vivir en armonía con ellos.
Valorar su pasado.
Una buena manera de acompañarlos es escuchar sus experiencias. Al
contarlas, ellos pueden revivir las cosas buenas y sanar heridas que no
cerraron. No podemos cambiar su pasado, pero sí ayudarlos a que lo vean
con otros ojos, sin juzgarlos y recordándoles el valor del perdón. A
cambio, recibiremos de ellos lecciones sabias e invaluables acerca de la
vida.
Ayudarlos a madurar.
Ellos también necesitan madurez para entender que en esta etapa es inútil aferrarse a lo que hacían en el pasado. Y
esa madurez se basa en la aceptación: aceptar que las fuerzas físicas y
mentales van cediendo el paso a las espirituales, que el alma es ahora
lo que iluminará su vida. Debemos darles un espacio propio y
respetar sus tiempos. En vez de pedirles lo que ya no pueden dar,
valoremos todo lo que nos han dado.
Hacer que acepten sus limitaciones.
Al vivir en un mundo que demanda rendir al máximo, algunos mayores se
ven obligados a realizar tareas que les exigen demasiada energía. Otros
intentan practicar deportes que exceden sus posibilidades, cuando una
caminata u otro ejercicio sencillo beneficiaría igualmente su salud. Si
ellos no quieren o no pueden aceptar sus limitaciones, ayudémoslos a
hacerlo con una actitud compasiva pero firme. Esto redundará en su
seguridad y bienestar.
Integrarlos.
La soledad no debería ser parte inevitable de la vejez. Los mayores tienen más tiempo libre que nosotros y se nos dificulta estar con ellos en todo momento.
Como algunos de sus amigos y allegados fallecen, la soledad se vuelve
parte de su vida. Quizá logren adaptarse a ella cultivando una vida
interior que la compense, pero también podemos ayudarlos haciendo que se
unan a grupos de adultos mayores donde puedan convivir con otras
personas que disfrutan y valoran los mismos intereses. Al compartir y
realizar actividades en esos grupos pueden sentirse útiles, valiosos e
integrados. Poco a poco recobrarán la alegría y el entusiasmo, y eso
llenará los vacíos de su corazón.
El secreto para llegar a una vejez plena es reunir sabiduría a lo
largo de la vida. Esta palabra proviene del latín sapere y significa
saborear, disfrutar lo que nos pasa. Es decir, cuanto más saboreemos la
vida y dejemos un buen sabor en las personas con quienes tratamos, más
sabiduría reuniremos, lo cual nos permitirá llegar a la vejez en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario