Envejecimiento y vejez
Dr. Andrés Flores Colombino. Médico especialista en Psiquiatría,
Geriatría-Gerontología y Sexología Clínica. Miembro del Consejo Asesor y
del Comité Científico de la Asociación Mundial de Sexología (WAS).
Vicepresidente 2º del Comité Ejecutivo de la Federación Latinoamericana
de Sociedades de Sexología y educación sexual (FLASSES)
¿Existe El Amor Otoñal?
¿Existe el amor después de la juventud, después de la adultez, en la
adultez mayor, en la última edad de la vida? Recuerdo que un amigo
psicogeriatra respondió a la misma pregunta con un sí rotundo. Pero
agregó: "Siempre que conserve la capacidad reparatoria". Es decir,
ofreció una argumentación kleiniana muy válida, no se conformó con el
lugar común de "el amor no conoce edades". Pero la pregunta planteaba la
duda, suponiendo que también podría tener una respuesta negativa,
porque "Vejez con amor, no hay cosa peor" dice el aforismo popular.
La capacidad de amar y la capacidad de ser amados son las dos
condiciones básicas de la calidad de vida del adulto mayor. No todos
poseen capacidad de amar: no la han desarrollado o la han perdido.
Sabemos que según esa concepción reparatoria de Melanie Klein y Joan
Riviére (1976) el amor del niño que supera exitosamente su posición
paranoide y se instala en la posición depresiva, adquiere la capacidad
de amar cuando surge el deseo de brindar felicidad a los demás, ligado a
un sentimiento de responsabilidad e interés por ellos, que se mantiene
en forma de genuina simpatía y de capacidad de comprenderlos, tales y
como son. Nosotros (Flores Colombino 2001B) simplificamos la idea
kleiniana afirmando que quien ama es capaz de ver a la otra persona con
sus partes buenas y malas, al mismo tiempo, aceptándola tal cual es, sin
pretender cambiarla. Pues la simpatía genuina implica identificación
con el otro, colocándonos en el papel de buen padre y de buen hijo,
eliminando los motivos de nuestro odio y reparando nuestros agravios
fantaseados.
La crisis de la mediana edad, por ejemplo, suele obedecer a la
persistencia de la posición maníaca, no reparatoria del adulto, quien
enfrentado a la posibilidad de la muerte, en lugar de enfrentarla
integrativamente, se deprime profundamente y de paso niega su edad,
adoptando ridículas posturas extravagantes o reivindicativas como la
fuga o la desaparición, abandonos laborales, cambios en la manera de
vestir por ropas juveniles y colores chillones, autos deportivos, motos,
botas, camperas, lentes oscuros. Las mujeres en crisis acortan las
polleras, se preocupan de la línea como nunca, se independizan y rebelan
de sus maridos. Ambos pueden abandonar el hogar en aras de una nueva
pareja, generalmente de menor rango social y cultural, y a veces de
menor edad. O se entregan a actividades extramatrimoniales impensables
en épocas anteriores de sus vidas (Flores Colombino, 2001A). Todo por no
haber alcanzado la capacidad reparatoria.
Dice Klein (1976) "Este mecanismo de 'reparación' es, a mi juicio, un
elemento fundamental en el amor y en todas las relaciones humanas". Si a
estas consideraciones psicoanalíticas kleinianas sumamos las
freudianas, que prevén la adquisición de la capacidad de advenir a una
postura 'anaclítica' que supere el narcisismo primario y permita cargar
catexialmente los objetos de amor con nuestra libido sin experimentar un
vaciamiento angustiante, incorporamos la segunda condición básica para
alcanzar el amor en el adulto mayor: manejo del narcisismo y capacidad
reparatoria. No es raro que muchas personas mayores hagan un repliegue
narcisista y que demanden afecto y atención, renunciando a su capacidad
de dar amor. El resultado es que también pierden la capacidad de recibir
el amor, pues temen crearse la obligación de responder, de devolver, de
reparar, y utilizan mecanismos de negación y de encasillamiento con
mayor frecuencia (Zinberg y Kaufman, 1976). Pero cada uno envejece
diferente, se va dejando de ser joven poco a poco. La salud mental de
cada uno es fundamental y marca la diferencia, aunque la salud física y
social no son menos relevantes.
Las estadísticas son muy claras, y establecen que la mujer enviuda
con mayor frecuencia que el varón, lo que implica que tanto en términos
absolutos como relativos, hay más mujeres adultas mayores en estado de
viudez que varones. La relación en el Uruguay es de 4 a 1. Y estos
últimos se casan rápidamente, pues pareciera que toleran peor la viudez
que las mujeres, además de tener una oferta mayor para componer una
nueva pareja. Los Clubes de mayores suelen ser un ejemplo claro: la
participación femenina es todavía mayor que 4 a 1 y suele llegar a
cifras como de 30 a 1 y 50 a 1.
Por tanto, en el amor otoñal pueden darse situaciones muy variadas,
pues hay una radical diferencia entre un/a adulto/a mayor y otro/a, si
está casado/a o viudo/a o divorciado/a o separado/a o soltero/a. El amor
entre adultos mayores comprende tantas variables posibles como en la
juventud, pero señalaremos algunas variables típicas de esta época de la
vida.
EL ENAMORAMIENTO OTOÑAL
Los cambios que produce el enamoramiento en una persona pueden
obedecer a la presencia de sustancias químicas, como lo afirmara
Liebowitz (1983), o a una reestructuración de la conciencia con fuertes
mecanismos de idealización fantasiosa inspirada en un modelo de pareja
preconcebido. Pero el resultado es el mismo. El individuo enamorado
adquiere un estado de alerta, modifica sus patrones de sueño y
alimentación, adopta una postura maníaca en que todo es posible, sus
pensamientos grandiosos respecto a la pareja elegida le hacen adoptar
compromisos exagerados y comportamientos muchas veces ridículos, como
hablar horas por teléfono, hacer regalos caros o gastar en exceso,
escribir poemas y canciones que antes despreciaban y despliegar
actitudes impresionantes propias del cortejo y de acuerdo a las
posibilidades de cada uno, que se ven aumentadas por lo general.
Del varón y la mujer adultas mayores se espera sensatez, mesura,
realismo, serenidad, de acuerdo a los estereotipos vigentes en todas las
épocas. Por tanto, el adulto mayor no tiene permiso para enamorarse,
según sus hijos, nietos y amigos, y según la sociedad. Enamorarse
estaría fuera de lugar. Esta fuerte tradición cultural se ha modificado,
por suerte. Ha desaparecido la gerontofilia como desviación sexual, así
como la sospecha de que todo anciano varón sobre todo, es más proclive a
las parafilias y abusos de niños. Se reconoce que hay adultos mayores
de ambos sexos, atractivos, seductores, amables.
No poseemos estadísticas sobre los niveles de feniletilamina y
noradrenalina que segregan las personas mayores enamoradas, pero sabemos
que hay personas enamoradizas a toda edad, aun en la vejez. Los
terapeutas y geriatras suelen ser destinatarios de la transferencia
positiva de sus pacientes añosas, casi tanto como de sus pacientes
jóvenes, y ello constituye un indicativo de la persistencia de la
capacidad de enamoramiento. Pero existe un prejuicio contra su
manifestación pública, sobre todo si no se trata de su pareja estable.
El mexicano Carlos Fuentes, con 73 años cumplidos protesta frente a una
sugerencia de la entrevistadora (Barragan, 2001) sobre su famosa
versatilidad en cuestiones amorosas. "No ando por ahí de cachondo por
todos lados. Fui un donjuán en la juventud, que es justo cuando hay que
serlo," -dice- "si no, uno corre el riesgo de serlo en la vejez y
entonces uno se vuelve ridículo y un viejo verde". O como dicen los
españoles, recordamos nosotros "Vejez enamorada, locura declarada".
Los amores secretos y unipolares, unilaterales, no son raros sin
embargo, a esta edad, y suelen llenar los días y las fantasías de las
personas mayores, que pueden transformar en amistades sus amores
inconfesos o imposibles. Porque su amor heterosexual se deposita sobre
una persona casada o comprometida, o es expresión de su orientación
homosexual.La literatura nos ha dado con "El amor en los tiempos del
cólera" de García Márquez uno de los más conmovedores y mágicos amores
entre dos adultos mayores: Fermina Daza y Florentino Ariza. ¿Era solo
enamoramiento? Duró toda una vida de Florentino, por lo menos. Cuando
sus hijos se oponen a los nuevos amores de la viuda Fermina dice: "Hace
un siglo me cagaron la vida con ese pobre hombre porque éramos demasiado
jóvenes, y ahora nos la quieren repetir porque somos demasiado viejos".
Y sentenció: "Que se vayan a la mierda. Si alguna ventaja tenemos las
viudas es que ya no nos queda nadie que nos mande". Y subió al buque
'Nueva Fidelidad' para remontar una y otra vez el río Magdalena, con la
bandera de cuarentena para preservar los amores de la indiscreción de
los profanos. Al fin y al cabo su celoso hijo Urbino tenía razón cuando
afirmaba: "Los viejos, entre viejos, son menos viejos".
LOS MATRIMONIOS SUPERVIVIENTES
Aunque parezca mentira, en los albores del siglo XXI hay personas que
se han casado una sola vez y siguen juntos luego de 30, 40, 50 y más
años de matrimonio. El individuo atraviesa por fases o periodos vitales,
así como se han descrito diversas edades personales, que no
analizaremos aquí. Pero es importante que esas crisis vitales -como la
mediana edad, por ejemplo, o el climaterio masculino y femenino- sean
exitosamente resueltas, que los proyectos existenciales se hayan
alcanzado, que la convivencia con los hijos y nietos, las crisis del
retiro laboral, las inevitables enfermedades y limitaciones
concurrentes, sean bien llevadas. Pero sobre todo -lo recalcamos- el
mantenimiento de un nivel de comunicación fluido y negociador de las
nuevas situaciones que la convivencia prolongada va creando en la
construcción de realidades cambiantes, aseguraría la sobrevivencia del
amor en la adultez mayor.
Estas parejas son decididamente monógamas. ¿Héroes? ¿Víctimas? Los
partidarios del matrimonio abierto de los 70s como James y Lynn Smith
(1974) afirmaban que "el casamiento monógamo es, en su propio macabro
modo, una forma legalizada y normatizada de esclavitud emocional y
erótica... contraria a la naturaleza humana" y Albert Ellis (1974) que
"la monogamia conduce a la monotonía, a la restricción, a la
posesividad, a la inanición sexual, a la muerte del amor romántico y a
otras muchas desgracias".
El conocido aburrimiento de la larga convivencia ("el matrimonio mata
el amor"), no es un destino de todos. "Cabin fever" o "fiebre de la
cabaña" es una vieja expresión inglesa que designa los problemas
derivados de la sensación de asfixia, generada por el exceso de
contigüidad (Frings Keyes, 1981). Pero no hay exceso cuando el amor está
vivo. Todo es cuestión de encontrar la modalidad adecuada para la
convivencia de acuerdo a los caracteres y a los intereses personales.
Nosotros (Flores Colombino, 2000B) describimos seis formas de ajuste
de la pareja añosa: simbióticas, defensivas, dependientes, disociadas,
románticas e integradas. Cada una encontró algún factor fundante y
cohesionante: la interdependencia obligada, el blindaje paranoide, la
adscripción pasiva a otro grupo familiar, la independencia mutua, el
amor sentimental como eje del vínculo y la dinámica renegociación
realista de la vida, integrando las tres dimensiones del tiempo: pasado
rico, presente disfrutable y futuro lleno de sentido.
De alguna manera, el amor otoñal en cada tipo de las parejas
mencionadas adquiere formas diversas: más afectuosa, más amistosa, más
sexual, más tierna, más refinada, más espaciada, más profunda, más
romántica. Pero por sobre todas las cosas, aunque pueda parecer
insípido, el amor otoñal es realista, acepta las arrugas del otro, la
sordera, las pequeñas manías, las depresiones peculiares, los gustos y
preferencias, así como el manejo del dinero cada vez más restrictivo,
incluso las infidelidades del pasado son finalmente elaboradas cuando
existieron. Según estadísticas, el 50 % de las parejas que no son
interrumpidas por la viudez, envejecen juntas sin problemas. La otra
mitad convive en medio de un infierno pequeño, mediano o grande, con
diversos grados de separación y divorcio, bajo el mismo o diferente
techo. Una crisis matrimonial frecuente es la provocada por el llamado
'nido vacío' cuando los hijos ya adultos se van de la casa para formar
un nuevo hogar, casados, unidos o por independizarse. Dice Boero (1999):
"Se encuentran solos y con una fachada de matrimonio, que franqueada,
solo muestra ruinas de una relación frustrante". Los gerontólogos y
sexólogos señalamos que es la ocasión en que la presencia de los hijos
como postergadora y catalizadora de los conflictos conyugales, ya no
está, y los conflictos se desatan. Claro que un matrimonio sano los
resuelve o ya los tiene resueltos de antemano.
La nueva realidad es la situación del "nido relleno", cuando los
hijos divorciados, separados o incapaces de financiar su independencia,
vuelven al hogar paterno que ya se reorganizó para procesar la ausencia
de hijos, y ahora debe reestructurarse, no solo edilicia sino
económicamente, lo que no es poco.
DIFERENCIAS DE EDAD EN EL AMOR OTOÑAL
Difícilmente se observan matrimonios en primeras nupcias con grandes
diferencias de edad, aunque en todas las culturas, el varón es unos años
mayor que la mujer. Históricamente el matrimonio en segundas nupcias de
un varón añoso y poderoso con una mujer joven, hermosa y virgen, aunque
pobre, era un derecho consagrado por la costumbre. Los árabes ricos,
cualquiera fuera su edad, que practicaban y practican la poligamia
normativa, se casaban con las mujeres más bellas y jóvenes de su
comunidad y aun de lejanas tribus. En la baja Edad Media el 'derecho de
pernada' de los nobles fue un ejemplo atenuado de esa costumbre.
Pero la estigmatización de la vejez ha predominado en todas las
épocas, por más que era contrarrestada con oportunos reconocimiento de
su valor.
Un ejemplo bíblico de parejas con gran diferencia de edad que
trascendió a nuestros tiempos, fue el del Rey David, quien, cargado de
años y triste, mejoraba con el calor de jóvenes mujeres que dormían con
él, aunque no 'yacían' en sentido bíblico. Una de ellas, la más
importante, Abisag, pertenecía a la tribu de Sunam, por lo que el Rey
poseía una virgen concubina sunamita. No se trató realmente de un
matrimonio, pero el 'sunamitismo' equivale hoy al efecto rejuvenecedor
por cohabitar con jóvenes.
Hacia el siglo XII, Felipe de Novara decía que los viejos "deben
evitar sobre todo casarse con mujeres jóvenes, porque serán engañados
indefectiblemente; pero casarse con una vieja no es mucho más
recomendable, pues 'dos carroñas en una cama no son apetitosas' (Minois,
1989). Geoffrey Chaucer en sus 'Cuentos de Canterbury' escrito entre
1385 y 1390 cuenta la historia de un viejo carpintero que se casa en
segundas nupcias con una mujer de 18 años, a quien mantenía enjaulada
por sus celos, pero igual es engañado y ridiculizado hasta pasar por
loco. Bath, una mujer casada tres veces de sus cinco matrimonios con
ancianos, relata así sus avatares con estos últimos:
Difícilmente podían rellenar Los aparatos que los ataban a mí (si
comprendéis mi sonrisa). ¡Dios me perdone! ¡Todavía me río al recordar
como los hacía trabajar por la noche! Y a mi vez, yo apenas gozaba:
Aquello no me proporcionaba ningún placer. Ellos me habían dado su
tesoro, Y por tanto yo no necesitaba en absoluto darme prisa Para ganar
su amor o mostrarles respeto.
Por la misma época, el Obispo de Avignon escribió 'Los quince gozos
del matrimonio' donde critica duramente la diferencia de edad entre los
esposos. Decía: "Considero completamente estúpido al anciano que quiere
dárselas de guapo y se casa con una mujer joven. Imaginad cómo ella, que
es tierna y de dulce aliento podrá soportar al que toserá, escupirá y
se quejará toda la noche, ventoseará y estornudará: será un milagro que
ella no se mate. Y él tiene el aliento agrio a causa de su hígado. Y
cuando los jóvenes galanteadores vean a esa mujer bonita y alegre casada
con ese pobre necio, echan cebo; porque piensan con acierto que ella
caerá con más facilidad que otra que tenga marido joven y capaz. Y si
por desgracia el anciano se vuelve impotente, todo se convierte en un
infierno para él y para ella es más fácil la aventura".
En la misma obra, el Obispo no ahorra epítetos para el matrimonio en
que la mujer es mayor, según Minois(1989). Si el joven se casa con una
anciana, también él es la víctima. "Pues no hay nada más esclavo que un
joven sencillo y de buen natural esté sometido y gobernado por una mujer
viuda. El apetito y la lujuria de la fresca carne del joven la ha hecho
glotona y celosa y querrá tenerlo siempre en sus brazos y asimismo
querría sentirse siempre abrazada por él. Pero sabed que no hay nada que
desagrade más a un joven que una mujer vieja, ni que le perjudique más
su salud. Y si se da el caso de que una vieja se case con un joven, éste
sólo lo hace por avaricia; por tanto, nunca llegará a amarla, y les
pegan mucho, y malgastan lo que ellas tienen. Chaucer encuentra una sola
ventaja en casarse con una mujer vieja: el marido joven nunca será
engañado (Minois, 1989).
Sin embargo, el frecuente fallecimiento de las mujeres en el parto,
hacía que el varón viudo se volviera a casar con mujeres más jóvenes. La
diferencia de edad no se daba solo entre los cónyuges, sino entre
padres e hijos. En el siglo XV y en Florencia, la diferencia media de
edad entre los esposos es de catorce años entre los ricos y de once
años entre los pobres y la mitad de los niños de menos de un año tienen
un padre de más de treinta y ocho años. Aun hoy, cuando un padre adulto
mayor pasea con sus hijos pequeños, se fastidia cuando les dicen ¡qué
lindos son sus nietos!
En el siglo XIX el escritor ruso Chéjov (1980) en su obra 'El tío
Vania', hace decir a Yeliena, casada con un profesor retirado, enfermo y
viejo. "¡Todo el mundo vitupera a mi marido, todos me miran compasivos:
una mujer desdichada, casada con un viejo. Esa simpatía hacia mí. ¡oh,
qué bien la comprendo!". Ella tiene 27 años, y es pretendida por el tío
Vania quien también ha pasado los 50.
ESTADISTICAS Y EJEMPLOS
Sin remontarnos mucho en el tiempo, tenemos muchas historias de
parejas amorosas de edades muy diferentes en todas las épocas. En el
Uruguay y por tomar como ejemplo lo que ocurrió en un solo año: 1997, se
casaron 56 varones mayores de 50 años con mujeres menores de 29 años.
En detalle: 8 varones mayores con mujeres menores de 20 años; 20 varones
mayores con mujeres entre 20 y 24 años y 28 varones mayores con mujeres
de 25 a 29 años. En cuanto a las mujeres mayores de 50, 14 se casaron
con varones menores de 29 años. Detalle: Ninguna se casó con varones
menores de 20, 4 mujeres mayores de 50 se casaron con varones de 20 a 24
años y 8 con novios de 25 a 29 años (Flores Colombino, 2000A).
No pretendemos hacer un catálogo de los casos contemporáneos de
matrimonios de edades muy diferentes. La Argentina tiene al ex
Presidente de la República de 72 años que se casó recientemente con una
joven chilena de 35, el actual Presidente de México también lo hizo en
segundas nupcias con una mujer joven, siguiendo el camino del ex Primer
Ministro Canadiense. El Presidente Perón casi doblaba en edad a Eva
cuando contrajeron nupcias. Y mujeres argentinas famosas como Susana
Giménez, Moria Casan, Graciela Alfano tienen parejas masculinas jóvenes.
Tita Merello tenía 17 años cuando aprendió a leer con su amante
sesentón. Solo mencionemos muy someramente algunas parejas no del todo
conocidas.
Pablo Picasso tenía 46 años cuando conoció a Marie-Thèrese Walter de
17, y 61 años cuando pasó a convivir con Françoise Guilot de 21 años.
Con ambas tuvo hijos (Stassinopoulos Huftington, 1988).
Charles Spencer Chaplin se casa por primera vez a los 35 años con
Lillita McMurray que contaba con 16 años. A los 54 años se casa con Oona
O'Neill de 18 años. A los 73 años, nace su 10º hijo. (Tichy, 1985)
Marguerite Duras, la novelista que se hizo famosa con el guión de
"Hiroshima mon amour" y sus novelas 'El amante', 'El square', 'Moderato
cantabile', tuvo un enamorado de 22 años quien solo la conocía por su
obra. A los 27 años de él y a los 65 de ella, luego de 5 años de acoso
epistolar, ella le concedió una cita en su casa y no se separaron más en
los 16 años siguientes en que ella vivió su vejez. Yann Andréa escribió
un libro sobre esos tres lustros de convivencia del joven con su vieja
amante, que denominó 'Ese amor' (Andréa Y, 2000).
La misma Marguerite Duras en su novela 'El amante' escribió sobre las
relaciones de una condiscípula jovencísima con un varón maduro, que
mereció un premio Goncourt y fue llevado al cine. La película fue vista
por la compañera que inspira la novela, ya mayor, quien se desmayó al
ver reveladas las actividades sexuales que había confiado a su amiga que
llegó a novelista (Loza Aguerrebere, 2001).
La también francesa Edith Piaff, pese a su artrosis deformante, vivió
en su madurez el amor de su vida con un joven de 24 años, quien la
acompañó hasta su muerte.
Las parejas 'desparejas' por razones de edad, han dejado de serlo.
Dejemos a un lado la paidofilia que comprende a prepúberes. Pero la
fascinación de los adultos mayores por los más jóvenes, sean varones o
mujeres, no obedece tan solo a que el modelo de belleza es exclusivo de
la juventud, sino porque los adultos mayores han alcanzado en los
albores del siglo XXI un nuevo estatuto: se han podido renovar afectiva,
intelectual y sexualmente. La conservación y hasta el perfeccionamiento
del cuerpo gracias a la sustitución hormonal, las dietas, el ejercicio y
la cosmética, solo dependen de un cambio de actitud mental. La
prevención del deterioro intelectual mediante una renovada actividad y
una preservación y enriquecimiento de los neurotransmisores mediante
fármacos adecuados a cada caso, solo depende de la aceptación de que la
naturaleza humana es antropológica y no sólo biológica. No podremos
evitar la muerte, pero podemos vivir mejor antes que nos llegue.
SEXUALIDAD OTOÑAL
Por último, la sexualidad de la pareja otoñal puede expresase en toda
su plenitud. La idea de Margaret Mead de que la primera etapa de
matrimonio busca el sexo, la segunda los hijos y la tercera solo la
compañía, está caduca, perimida. Hay nuevos paradigmas para el amor y la
sexualidad del adulto mayor. Esta antropóloga tenía razón, sin embargo,
cuando afirmaba que "No hay poder más grande en el mundo que el tesón
de una mujer postmenopáusica". Dice Helen E. Fisher (1994) que las
tendencias del mundo futuro con la nueva empresa y la globalización,
favorecen a la mujer, pues se vuelve más segura y aplomada a medida que
envejece, menos atada a las tareas del hogar y la crianza de los hijos y
adquiere más poder en el terreno político, religioso, empresarial y
social". Y en la capacidad de formar parejas.
En el aspecto sexual la mujer ha logrado su orgasmo gracias a los
conocimientos de sus zonas erógenas y las técnicas de estimulación y
autoestimulación, que pueden ser compartidas con sus parejas jóvenes o
viejas, nuevas o antiguas. Además de la sustitución hormonal y los geles
lubricantes, la mujer madura debe conservar, recuperar o desarrollar su
poder de seducción como una cualidad social más. Y muchas lo han hecho
siempre. Son las adultas mayores del grupo que se casan una y otra vez,
cuando sus maridos abandonan este mundo. En los grupos de adultos
mayores se sabe quienes son: "se casan siempre las mismas", se quejan
con envidia las mujeres mayores más tímidas.
Los varones pasaron de los 'brebajes del amor' y el rejuvenecimiento
que cazaba incautos con pretensiones mayores a sus fuerzas, a las
hormonas que eran eficaces solo en caso de climaterio masculino
comprobado, pasando por nutrientes y estimulantes generales, las
prótesis peneanas cada vez más sofisticadas y aun vigentes para algunos
casos de disfunción eréctil irreversible, hasta el citrato del
sildenafil, la pastilla azul que en dos años cambió la cara de los
desahuciados sexuales, para recuperar el falo rígido y llegamos al
clorhidrato de apomorfina que facilita el ya establecido reflejo
erectivo por estimulación directa del glande, eficaz en todas las
edades, pero específica de las parejas adultas mayores desde hace
décadas.
Nosotros (Flores Colombino, 1998) hemos estudiado la sexualidad
cuando los adultos mayores se dementizan, sobre todo con la temida
enfermedad de Alzheimer, y comprobamos que a las reticencias iniciales
de las parejas sanas, pues temen abusar de la discapacidad mental de
quienes buscan mantener relaciones sexuales con ellas, sigue un
consentimiento que da nuevo sentido a la vida en pareja, en que la
sexualidad "es el único terreno en el que podemos comunicarnos" según
nos dijera una esposa "feliz de haber dado a mi marido una calidad de
vida en sus últimos años, que me parecía imposible en esa enfermedad tan
destructiva". No olvidemos los sexólogos que la sexualidad es
terapéutica en muchos campos, hasta en la demencia. Debemos asentar que
los amores homosexuales también tienen su lugar en la adultez mayor. Tal
vez son menos conflictivas entre lesbianas que en varones. Y también en
estos casos la elección de una pareja joven es muy frecuente.
EL AMOR INVERNAL
Este trabajo debería denominarse "El amor invernal", pues si
aceptamos que la vida humana nace en primavera, crece en verano, madura
en otoño y desfallece en invierno, la adultez mayor correspondería al
invierno y no al otoño. Tal vez fuimos influidos por el cambio semántico
que los propios adultos mayores han logrado para designar a esta etapa
de la vida. Ya no vejez, ya no tercera edad, sino adultez mayor. En el
Uruguay, un viejo profesor de la Facultad de Medicina y Decano de la de
Humanidades escribió un libro que denominó "Vejentud, humano tesoro"
(Tálice RV 1979). Vejentud es más parecida a juventud, que está
glorificada. El drama de las siete edades de Shakespeare en "Como
Gustéis" pasa por "la cincuentena como panzón, en los sesenta con
apergaminadas pantorrillas y termina con la escena final de la regresión
del hombre a la condición de un niño sin memoria, sin dientes, sin
ojos, sin deseo, sin nada". Y remata en otra obra suya: "El peregrino
apasionado" en que solo dice rotundamente: "Vejez, yo te aborrezco, y
adoro a Juventud".
Pero el poeta francés del medioevo Agrippa d´Aubigné estimaba tanto
la vejez que dice: "una rosa de otoño es más exquisita que ninguna otra"
y se casa en segundas nupcias, a los 70 años, con una mujer de 50,
aceptando que
"Todo lo puede el invierno, vejez afortunada,La estación del placer, no ya de los esfuerzos".
También se ha asimilado la vida humana a las etapas del día: mañana,
mediodía, tarde y noche. El atardecer era la vejez. Y el escritor
Somerset Maugham decía que "Nadie niega la belleza de la mañana y del
mediodía radiante, pero sería un necio el individuo que corriera las
cortinas y encendiera la luz para eliminar el atardecer apacible".
Dejemos al invierno áspero, seco, helado y obscuro, para quedarnos en
el otoño, que al fin y al cabo, "tú no me dijiste que mayo fuera
eterno", como dice Amado Nervo en su poema "En paz". Sin duda habrá de
sobrevenir el invierno y el frío aun mayor de la muerte. Y es el temor
básico a esta entidad la que niega que la vejez pueda ser la mejor etapa
de la vida. Y llena de amor.
A Simone de Beauvoir (1970) siempre se le criticó duramente su
pesimismo en su monumental libro "La vejez". Lo que ella denunció fue
que el estado en que se encontraba la vejez en la época en que se ocupó
del tema "denuncia el fracaso de toda nuestra civilización". "Lo que hay
que rehacer es el hombre entero" -dice- ", hay que recrear todas las
relaciones entre los hombres si se quiere que la condición del anciano
sea aceptable". En esa sociedad utópica la vejez no existiría. Habría
una 'edad postrera' diferente de la madurez y la juventud, "pero con su
equilibrio propio y que deja abierta al individuo una amplia gama de
posibilidades". Este desafío es para todos. ¿Qué diría la pareja de
Simone? Dos gerontólogas argentinas, Haydeé Andrés y Liliana Gastrón
(1998) investigaban sobre el bienestar de los adultos mayores y le
preguntaron a una escritora mayor: "¿satisfecha en general por la forma
como se le dio la vida?" "Bueno", les dijo la interrogada. Algo que
tomaron como una verdadera lección de vida y una síntesis de muchas
entrevistas realizadas. "Le voy a contestar con una frase de Sartre a
quien admiro mucho: 'uno es lo que ha llegado a ser'".
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