jueves, 10 de enero de 2013

ADULTOS MAYORES




Debido a la necesidad de sentirse útiles, los adultos mayores buscan sumarse al área laboral para ser personas productivas y contribuir con su familia en los gastos domésticos, o bien para entretenerse.
“Se supone que los adultos mayores ya no forman parte de la población económicamente activa (PEA). Sin embargo, los datos muestran que una parte importante de la población de 65 años y más aún trabaja y aporta recursos a la economía doméstica y también a nivel macroeconómico”, afirma Andrés Vaca, economista.
De acuerdo con un estudio realizado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), el 57,1% de adultos mayores trabaja a nivel nacional. Esta productividad, según el sicólogo Fabio Patiño, es beneficiosa para la salud de este grupo de personas. “Cuando un adulto mayor está activo, realizando un trabajo y recibiendo una remuneración a cambio de ello, se siente recompensado. Mejora su autoestima, lo ayuda a sentirse útil y productivo en la sociedad”, asegura Patiño.
De esta forma, se puede ver a adultos mayores en empleos de limpieza, ventas, vigilancia e incluso manejando sus propios negocios.

Un canillita con experiencia

El semáforo de la intersección entre la avenida 10 de Agosto y la avenida del Maestro es el permanente compañero de las jornadas de trabajo de Humberto Criollo. De origen imbabureño, este hombre de 72 años, vende periódicos, revistas y suplementos en un kiosco instalado sobre el parterre de la calle.
Cuando la luz amarilla se enciende, resuena un singular grito: “¡Comercio!”, con el que atrae a sus clientes. Espera atento a que alguno de los ocupantes de los autos le haga un gesto petitorio y si es así, recibe unas monedas a cambio del producto.
Canillita
20 años de soportar el ruido excesivo de las calles han provocado una ligera sordera. “Hay algunos que pitan en los oídos, cosa que le dejan sordo a uno”, exclama Humberto. A pesar del esmog que invade el ambiente cada vez que las decenas de buses aceleran, su sistema respiratorio no se ha visto afectado.
Sin embargo, el canillita asegura que el dolor de pies es fuerte, tras permanecer parado desde las 6:00 hasta las 16:00 que termina de vender el vespertino. “¿Qué voy a hacer? Hay que aguantarse, así es la vida”, dice Humberto escondiendo su rostro bajo el infaltable sombrero que usa para cubrir su piel del sol. “A veces, le dejo unos pancitos y una colita (gaseosa), trabaja duro todo el día”, dice Isabel, una transeúnte que pasa a diario por el lugar.
“Cuando más vendo, saco 10 dólares en el día”, afirma este voceador, que es uno de los trabajadores autónomos de diario El Comercio, quienes reciben una comisión por cada venta. “Con eso, sale más o menos para la comida”, señala casi a gritos por el bullicio.
Sus seis hijos ya tienen sus propios hogares, pero él aún tiene que mantener a su esposa. “A mi me gusta trabajar, lo he hecho desde los 12 años, antes en el campo cuidando animales, y ahora esto no es nada”, concluye Humberto mientras se aleja corriendo hacia un auto para ganar 12 centavos de comisión por un periódico.

Abuela, padre, madre y tendera 

“Soy la persona más alentada del mundo”, así es como se define Alba Aldaz, propietaria de una tienda de víveres ubicada al norte de la ciudad. Después de décadas de ‘aguantar’ el frío de su natal San Gabriel, en la provincia del Carchi, se trasladó con su familia a Quito. ‘El papá de sus hijos’, como llama a su ahora ex esposo, le compró la ‘tienda’ hace 11 años con el dinero de su jubilación.
tendera
“Víveres Clarita”, la tienda de doña Alba, se encuentra en la parroquia de Calderón. Lo que más se vende son los cigarrillos.
“A mi marido nunca le gustó que trabaje, entonces solo tejía sacos, chambras, manteles y eso vendía”, explica doña Alba con el cantado que caracteriza a los carchenses. Desde que su compañero la abandonó, ella tuvo que asumir el rol de padre y madre para mantener el hogar. Y a sus 70 años sigue cumpliendo con esta misión. “Nunca he pensado en dejar de trabajar, peor ahora que estoy manteniendo mi casa”, asevera al contar que sus dos hijos de 35 y 28 años están desempleados desde enero. Es ella quien trabaja para ellos y su nieta.
Desde las 7:00 hasta las 20:30 se la ve enérgica atendiendo a sus clientes. Un pan, una leche, un jabón, un dulce, un cigarrillo… así se pasa todo el día. “No es agitada la venta, ahorita me va regular, por no decir mal”, dice al referirse a sus ingresos que han disminuido por la competencia que hay en la zona.
“Gano como para sobrevivir”, afirma doña Alba al hacer cuentas que todo el dinero se destina al pago de servicios básicos, alimentación y a la continua provisión de productos para la tienda. “Para ahorrar no queda nada”.
Es una mujer, con los años encima, pero íntegra en su salud. “Como lo que quiera, me levanto a la hora que sea, me acuesto a la hora que me de ganas y estoy bien”, asegura. “Solo le pido a Dios que me de vida para seguir trabajando”
De domingo a domingo pasa entretenida en la tienda. “Mi hermano y yo le venimos a acompañar porque nos da miedo que le pase algo”, dice su hija Nubia en lo que Alba le interrumpe entre risas: “¡Más me enseño aquí que en la casa!”.

Empresario y generador de empleos


Ser honesto y no engañar, es el secreto de Manuel Malo para ser un empresario exitoso.  Este exoficial de la Fuerza Aérea, es el presidente ejecutivo de Teojama Comercial, distribuidora de las marcas Hino, Daihatsu y repuestos originales en Ecuador.
Han pasado 49 años desde que formó una sociedad con su hermano Jacinto para emprender el negocio de importar automotores japoneses. Cuando corría el 1963, nació Teojama como el sueño de dos hermanos por amasar una fortuna.
Ahora tiene 5 sucursales en todo el país, y 180 empleados, a quienes Manuel califica como magníficos colaboradores, gracias a quienes la empresa sigue creciendo. Este hombre impulsivo, con el carácter poco dócil, se enorgullece de dar trabajo a tanta gente.  “El 90% de mis empleados tiene casa y carro. Ellos reciben las utilidades y saben invertirlas. Eso para mí es un orgullo”, asegura el cuencano de 79 años.
Empresario
Manuel Malo junto a los modelos a escala de los aviones Canberra que piloteaba cuando pertenecía a la Fuerza Aérea del Ecuador.
Con el decoro que su posición le otorga, ahora se encarga de la toma de decisiones. Pero piensa retirarse en uno o dos años, ya que su hijo mayor está en óptimas condiciones para quedarse a cargo.
Manuel, sobreviviente de un accidente aéreo en su época de piloto, y católico ‘muy creyente’ quiere terminar bien su vida con la ayuda de Dios en lo espiritual y con la ayuda de los colaboradores en lo empresarial.
“Yo comencé desde los 17 años, salí de cadete y mi vida siempre ha sido de trabajo. Ya es hora de un descanso”, concluye con la voz ronca que le ha dejado el pasar de los años.

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