Debido a la necesidad de sentirse útiles, los adultos mayores
buscan sumarse al área laboral para ser personas productivas y
contribuir con su familia en los gastos domésticos, o bien para
entretenerse.
“Se supone que los adultos mayores ya no forman parte de la población
económicamente activa (PEA). Sin embargo, los datos muestran que una
parte importante de la población de 65 años y más aún trabaja y aporta
recursos a la economía doméstica y también a nivel macroeconómico”,
afirma Andrés Vaca, economista.
De acuerdo con un estudio realizado por el Instituto Nacional de
Estadísticas y Censos (INEC), el 57,1% de adultos mayores trabaja a
nivel nacional. Esta productividad, según el sicólogo Fabio Patiño, es
beneficiosa para la salud de este grupo de personas. “Cuando un adulto
mayor está activo, realizando un trabajo y recibiendo una remuneración a
cambio de ello, se siente recompensado. Mejora su autoestima, lo ayuda a
sentirse útil y productivo en la sociedad”, asegura Patiño.
De esta forma, se puede ver a adultos mayores en empleos de limpieza,
ventas, vigilancia e incluso manejando sus propios negocios.
Un canillita con experiencia
El semáforo de la intersección entre la avenida 10 de Agosto y la
avenida del Maestro es el permanente compañero de las jornadas de
trabajo de Humberto Criollo. De origen imbabureño, este hombre de 72
años, vende periódicos, revistas y suplementos en un kiosco instalado
sobre el parterre de la calle.
Cuando la luz amarilla se enciende, resuena un singular grito:
“¡Comercio!”, con el que atrae a sus clientes. Espera atento a que
alguno de los ocupantes de los autos le haga un gesto petitorio y si es
así, recibe unas monedas a cambio del producto.
20 años de soportar el ruido excesivo de las calles han provocado una
ligera sordera. “Hay algunos que pitan en los oídos, cosa que le dejan
sordo a uno”, exclama Humberto. A pesar del esmog que invade el ambiente
cada vez que las decenas de buses aceleran, su sistema respiratorio no
se ha visto afectado.
Sin embargo, el canillita asegura que el dolor de pies es fuerte,
tras permanecer parado desde las 6:00 hasta las 16:00 que termina de
vender el vespertino. “¿Qué voy a hacer? Hay que aguantarse, así es la
vida”, dice Humberto escondiendo su rostro bajo el infaltable sombrero
que usa para cubrir su piel del sol. “A veces, le dejo unos pancitos y
una colita (gaseosa), trabaja duro todo el día”, dice Isabel, una
transeúnte que pasa a diario por el lugar.
“Cuando más vendo, saco 10 dólares en el día”, afirma este voceador,
que es uno de los trabajadores autónomos de diario El Comercio, quienes
reciben una comisión por cada venta. “Con eso, sale más o menos para la
comida”, señala casi a gritos por el bullicio.
Sus seis hijos ya tienen sus propios hogares, pero él aún tiene que
mantener a su esposa. “A mi me gusta trabajar, lo he hecho desde los 12
años, antes en el campo cuidando animales, y ahora esto no es nada”,
concluye Humberto mientras se aleja corriendo hacia un auto para ganar
12 centavos de comisión por un periódico.
Abuela, padre, madre y tendera
“Soy la persona más alentada del mundo”, así es como se define Alba
Aldaz, propietaria de una tienda de víveres ubicada al norte de la
ciudad. Después de décadas de ‘aguantar’ el frío de su natal San
Gabriel, en la provincia del Carchi, se trasladó con su familia a Quito.
‘El papá de sus hijos’, como llama a su ahora ex esposo, le compró la
‘tienda’ hace 11 años con el dinero de su jubilación.
“A mi marido nunca le gustó que trabaje, entonces solo tejía sacos,
chambras, manteles y eso vendía”, explica doña Alba con el cantado que
caracteriza a los carchenses. Desde que su compañero la abandonó, ella
tuvo que asumir el rol de padre y madre para mantener el hogar. Y a sus
70 años sigue cumpliendo con esta misión. “Nunca he pensado en dejar de
trabajar, peor ahora que estoy manteniendo mi casa”, asevera al contar
que sus dos hijos de 35 y 28 años están desempleados desde enero. Es
ella quien trabaja para ellos y su nieta.
Desde las 7:00 hasta las 20:30 se la ve enérgica atendiendo a sus
clientes. Un pan, una leche, un jabón, un dulce, un cigarrillo… así se
pasa todo el día. “No es agitada la venta, ahorita me va regular, por no
decir mal”, dice al referirse a sus ingresos que han disminuido por la
competencia que hay en la zona.
“Gano como para sobrevivir”, afirma doña Alba al hacer cuentas que
todo el dinero se destina al pago de servicios básicos, alimentación y a
la continua provisión de productos para la tienda. “Para ahorrar no
queda nada”.
Es una mujer, con los años encima, pero íntegra en su salud. “Como lo
que quiera, me levanto a la hora que sea, me acuesto a la hora que me
de ganas y estoy bien”, asegura. “Solo le pido a Dios que me de vida
para seguir trabajando”
De domingo a domingo pasa entretenida en la tienda. “Mi hermano y yo
le venimos a acompañar porque nos da miedo que le pase algo”, dice su
hija Nubia en lo que Alba le interrumpe entre risas: “¡Más me enseño
aquí que en la casa!”.
Empresario y generador de empleos
Ser honesto y no engañar, es el secreto de Manuel
Malo para ser un empresario exitoso. Este exoficial de la Fuerza Aérea,
es el presidente ejecutivo de Teojama Comercial, distribuidora de las
marcas Hino, Daihatsu y repuestos originales en Ecuador.
Han pasado 49 años desde que formó una sociedad con su hermano
Jacinto para emprender el negocio de importar automotores japoneses.
Cuando corría el 1963, nació Teojama como el sueño de dos hermanos por
amasar una fortuna.
Ahora tiene 5 sucursales en todo el país, y 180 empleados, a quienes
Manuel califica como magníficos colaboradores, gracias a quienes la
empresa sigue creciendo. Este hombre impulsivo, con el carácter poco
dócil, se enorgullece de dar trabajo a tanta gente. “El 90% de mis
empleados tiene casa y carro. Ellos reciben las utilidades y saben
invertirlas. Eso para mí es un orgullo”, asegura el cuencano de 79 años.
Con el decoro que su posición le otorga, ahora se encarga de la toma
de decisiones. Pero piensa retirarse en uno o dos años, ya que su hijo
mayor está en óptimas condiciones para quedarse a cargo.
Manuel, sobreviviente de un accidente aéreo en su época de piloto, y
católico ‘muy creyente’ quiere terminar bien su vida con la ayuda de
Dios en lo espiritual y con la ayuda de los colaboradores en lo
empresarial.
“Yo comencé desde los 17 años, salí de cadete y mi vida siempre ha
sido de trabajo. Ya es hora de un descanso”, concluye con la voz ronca
que le ha dejado el pasar de los años.