lunes, 12 de julio de 2010

HISTORIA DE LAVIDA REAL

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Mi esposo pensaba que la educación era algo apropiado para los niños, pero inútil para las niñas Su excusa era que yo, su esposa, graduada universitaria, inmediatamente después de mi matrimonio me había dedicado por completo a dar a luz y criar a los niños en el Islam, y que permanecí completamente separada de la educación de la sociedad no creyente. Mi esposo estaba de acuerdo en que nuestros hijos asistieran a la escuela y a la universidad , pero para nuestras cuatro hijas escogió una escuela religiosa cercana. Esta escuela está situada en la planta baja de un apartamento, y sólo acepta niñas. Su plan de estudios de ninguna manera se asemeja al programa de estudios oficial, de tal modo que el diploma que recibieron no es reconocido y no vale ni el papel en el que fue escrito.
Mis dos hijas mayores terminaron la escuela primaria allí. Después de eso, mi esposo decidió que debían quedarse en casa. Trajo a un jeque ciego para que fuera el encargado de continuar con sus estudios religiosos. Las otras dos son menores y todavía asisten a esa escuela, hasta que lleguen a la edad en que se quedarán en casa para completar sus estudios religiosos.
No me pregunten lo que mis niñas están aprendiendo. Ellas ignoran por compelto todo lo que se estudia en las escuelas oficiales y por supuesto de las privadas, que son mejores que las escuelas públicas. Mis hijas sólo saben leer y escribir, a pesar de que saben a la perfección el Corán y las tradiciones. La situación es completamente diferente para nuestros hijos, que siguen progresando y destacándose en escuelas públicas y universidades.
Me sentía muy mal por la vida que se ven obligados a llevar mis dos hijos y más de una vez he llorado al ver que no podían jugar con los vecinos, o ir al club los viernes y feriados, o al cine. Algunas veces les dí permiso para visitar a un vecino y que así pudieran ver televisión y escuchar la radio. Pero cuando mi esposo se enteró, castigó severamente a los niños, que eran inocentes, así que dejé de hacerlo.
 Mi intento de suicidio
Mi esposo solía darnos órdenes para hacer que las mujeres de la familia e incluso nuestras vecinas aumentaran sus méritos de cara al Día del Juicio. Y nosotros obedecíamos…
Un día me comentó que había visto a nuestra vecina en la puerta de su casa, semidesnuda y hablando con un hombre. Y me ordenó que fuera a verla e hiciera todo lo posible por encarrilarla y salvarla “.
Al día siguiente, envié a mis hijas pequeñas, envueltas en sus velos, a pedirle a mi vecina que me permitiera visitarla durante unos minutos. Después de recibir el permiso y asegurarme de de su marido no estaba en casa, me encontré con mi vecina. Yo estaba sorprendida al encontrarla vestida de la forma más corriente y discreta, con un respetable vestido, el mismo que había usado el día anterior cuando había abierto la puerta a un empleado del Ministerio de Energía para pagar su factura de electricidad.
Observé a mi vecina buscando la desnudez de la que había hablado mi esposo, pero sólo ví su cara y sus manos al descubierto. Le pregunté por qué no usa Niqab y ella se sorprendió muchísimo por mi pregunta. “¿Por qué debo usar un Niqab?”, me respondió. “Mencióname un solo verso del Corán o Hadith (Tradiciones) que ordena que la mujer musulmana creyente, que observa los preceptos, deba vestirla. La religión hace concesiones,no es tan estricta, me dijo.
“A menudo me he angustiado por tí y por tus hijas e hijos”, confesó mi vecina. “Todos nosotros nos hemos conmovido por el sufrimiento que tu marido te provoca. Mi esposo me preguntó más de una vez por qué aceptas seguir junto a ese hombre. “¿Por qué no lo deja y vuelve a la casa de sus padres o se va a cualquier otro lugar?” Personalmente, no entiendo cómo puedes tolerar esto, no sé por qué permites que tus hijos sean despojados de sus derechos más básicos, como el derecho a reír y a jugar con otros niños. Mi marido y yo, como todos los inquilinos en este edificio sentimos mucha rabia hacia tu marido y mucha simpatía por los niños. No comprendemos cómo puedes convivir un solo día con ese hombre de las cavernas…”
 Ella se sorprendió cuando vio que yo estaba de acuerdo con ella, pero que mi carácter es demasiado débil. Le expliqué que sus palabras no me enojaban, que estoy conciente de mi situación y que mi auto-crítica es peor que cualquiera de sus críticas. Admito que si yo no fuera tan débil mi marido no habría sido tan cruel conmigo y con los niños, yo soy la responsable de que hayamos llegado a esta situación en la que prefiero morir antes que seguir viviendo una vida que ninguna mujer podría aceptar.
Mi marido ha inventado su propia religión, que contradice por completo a aquella en la que fue criado. Soy una fiel mujer musulmana, y sin embargo he aceptado la estupidez de vivir con este hombre ignorante al que me han atado y que me ha hecho tener seis hijos.
Después de esta visita, mi rabia se multiplicó, al igual que el odio por la vida misma. Decidí hacer lo que ya había tenido intención de hacer docenas de veces, suicidarme, pero siempre había temido la ira de Alá por la comisión de ese delito. Al salir de la casa de mi vecina me inundaba una sensación de que Alá me perdonaría si llevara a cabo mi decisión y terminara con mi vida. No me parece que todos los años de matrimonio con mi verdugo fueran menos castigo que los que me podían esperar en el más allá por haber decidido quitarme la vida, algo que Alá el misericordioso ha prohibido a sus fieles.
Aproveché la oportunidad un día, cuando mi marido y mis hijos se habían ido a orar en una pequeña mezquita cercana. Fui a la cocina y, tras haber bloqueado la puerta, tomé un enorme cuchillo y corté las venas de mi muñeca. Me senté en una pequeña silla de madera y, al ver el flujo de sangre, sentí una sensación de alivio que no había conocido durante un cuarto de siglo. Comencé a murmurar mi pedido de perdón a Alá, pero Él quiso que quedara con vida.
Mis hijos y familiares estaban junto a mi cama con expresión de alegría, porque me habían salvado la vida. Sólo el rostro de mi verdugo estaba congelado, enojado, enfurecido. No pronunció ni una sola palabra de aliento o consuelo, sólo se dedicó a humillarme, y repetirme una y otra vez que yo había cometido un crimen imperdonable. “No creo que Alá te perdone, porque te ha traido de vuelta a la vida. Deberás pasar el resto de tus días expiando este gran pecado y rogaremos a Alá para que acepte tu arrepentimiento y haga de tí una mujer buena y creyente”, insistía.

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