JOSEFA SULBARÁN - ARTISTA POPULAR
Josefa Sulbarán
imagen cortesía de Museo de Arte Popular "Salvador Valero"
"Paseo del Niño"
imagen cortesía de Museo de Arte Popular "Salvador Valero"
La ensoñación y el verde esplendor del universo estético de Josefa Sulbarán
Josefa Zambrano Espinosa
A Carmen Araujo, Sheyla Rosario y Carol Cañizares O’Callaghan,
quienes con su quehacer iluminan a los Museos de Arte Popular
“Salvador Valero” y “Bárbaro Rivas”.
Vos que sabés cantar, que estás en las hojas del cerezo,
– Ponéte de niebla, ponéte de espuma y riíto, decí:
"Vení de lejos, velo de lluvia,
llegá sol,
y con la cola sobá esas pendientes, tocá
las piedras moradas".
RAMÓN PALOMARES, Paisano
Uno obedece
siempre a los imperativos de su corazón, de ahí que hoy escriba sobre la
pintora trujillana Josefa Sulbarán en homenaje a su octogesimoquinto
aniversario.
Josefa Sulbarán ya
no es aquella mujer que, al entrar en confianza, gustaba conversar
dejando a un lado su característica timidez mientras le acariciaba la
cabeza a alguno de sus perros, sino esta anciana cuya mirada triste
interroga al horizonte en busca de los paisajes, las vivencias y
leyendas que desde niña plasmó en sus cuadros.
“¡Ah rigor
paisana! Paisana, paisanita, el destino nos juntó y la vida nos separó
con eso de lo que pudo ser y no fue. Dejemos la conversa quieta pa’ más
luego, ¿no le parece mejor?”.
Conversación que nunca pudimos sostener, aunque en el recuerdo las palabras de Josefa Sulbarán persisten envueltas en un aroma de mastuerzo niño, musgo y café; sólo tangible en los verdes, rojos, amarillos, blancos y azules omnipresentes en su singular universo plástico: Los Cerrillos.
Conversación que nunca pudimos sostener, aunque en el recuerdo las palabras de Josefa Sulbarán persisten envueltas en un aroma de mastuerzo niño, musgo y café; sólo tangible en los verdes, rojos, amarillos, blancos y azules omnipresentes en su singular universo plástico: Los Cerrillos.
Los Cerrillos,
comarca vecina a Mendoza Fría en el Estado Trujillo, Venezuela, es el
lugar donde Josefa Sulbarán ha vivido la mayor parte del tiempo desde
que nació un día de diciembre del año 1923, hecho del cual da fe el
poeta Antonio Pérez Carmona en La bella niña de ese lugar: “Su madre,
María Virginia Sulbarán, le contaría en esos coloquios crepusculares, a
la que ya era señorita primaveral y que sus amigas llamaban
cariñosamente Josefita, que el parto de la fría madrugada navideña, fue
harto difícil, doloroso, pleno de angustia en una terrible soledad, pues
ella, o sea, la entonces moza campesina, con un coraje y valor
extraordinarios, recurriendo a su fe en Dios y la Virgen, colocó la
estera en el piso, para, sin ayuda de la partera, dar a luz la hermosa
chiquilla de ojos azabache, cabellos de ébano y piel canela. Y no se
habían dormido aún las estrellas con la aurora, cuando María del Rosario
Sulbarán (la abuela), abría aquella puerta rústica, a objeto de buscar
el vecino fuego, encontrando a la joven en el suelo, en la escena
semejante al pesebre de Belén”.
Relato que sin
duda influyó en la pintora para llevarla a hacer del nacimiento, y en
especial el del Niño Dios, un tema recurrente en su obra; sólo que sus
nacimientos no acontecen en un pesebre de Belén sino en medio del verdor
esplendente de Los Cerrillos, tal como puede apreciarse en sus cuadros
“Paseo del Niño”, “Celebración de Noche Buena” “Paradura Nocturna del
Niño”, entre otros. Además, las circunstancias que rodearon el parto en
que Virginia Sulbarán alumbró a Josefa no sólo han marcado su obra, sino
también la devoción que con gran entusiasmo siempre ha manifestado
sentir por la mujer que la trajo al mundo: “¿Cómo no haber adorado tan
inmensamente a mi madre Virginia, si ella por poco no entregó su vida al
darme la mía, en esa temerosa soledad, donde ocurriera el milagro bajo
el poder de Dios y de la Virgen?”.
Y no es para
menos, ya que en aquél difícil medio rural, Virginia, la madre, quiso
brindar a su pequeña lo que la vida le había negado a ella: la
educación; así que al alcanzar Josefita la edad necesaria, de la mano
Virginia la lleva diariamente a la improvisada escuelita del señor
Raimundo Montilla, para que éste se la enseñe a leer y escribir.
Con el general
Eleazar López Contreras, luego de la muerte del dictador Juan Vicente
Gómez, comienza en Venezuela una nueva era --sobre todo en las áreas
sanitaria y educativa-- al decretarse en el año 1937 la creación de las
escuelas rurales y, entre ellas, con sede en Los Cerrillos la Escuela
Rural N° 3217, en donde Virginia Sulbarán se apresura a inscribir a
Josefita, convirtiéndola en una de las primeras y pocas alumnas de la
maestra normalista María Marbelina Castellanos.
De esta época
Josefa Sulbarán recuerda, y así lo refiere en casi todas sus
entrevistas, que Virginia, su madre, a pesar de la pobreza en que
vivían, prefería que ella asistiera a la escuela y participara tanto en
los juegos infantiles propios de las niñas como en los actos culturales
programados en el calendario escolar, de modo que no la llevaba consigo
--como hacían con sus hijos la mayoría de las madres campesinas-- para
que la acompañara en las faenas del campo; por el contrario, le
fomentaba el deseo de instruirse, la devoción y amor a Dios y la Virgen,
y a San José, su santo patrono. Asimismo, le enseñó lo que con el
transcurrir del tiempo se ha convertido en el lema de su vida: “Nunca
hay que ser envidioso ni rencoroso, siempre hay que vivir sin amargura y
con alegría, pues no hay nada más bonito que una persona amorosa y
humilde”.
Este modo de
pensar y sentir transformado en su filosofía de vida le ha permitido a
Josefa Sulbarán creer en que el amor, sea éste filial, fraternal o
erótico, es un sentimiento único, intemporal, al cual recrea en las
imágenes y colores que dan vida a las escenas de “Retrato de Familia” y
“Boda Campesina”.
En aquel tiempo el
silencio y los colores serían sus mejores amigos. Josefa recuerda que
su mayor satisfacción en la escuela la obtenía en el momento cuando se
quedaba sola, dibujando calladita en su pupitre. "Desde muy pequeña --le
cuenta a Vanessa Andara en la entrevista que le concedió para el diario
El Tiempo en febrero de 2002--, sin saberlo desarrollé una gran aptitud
para la pintura; a pesar de que nunca había visto a nadie pintando.
Mientras mis amigas jugaban con muñecas, yo dibujaba sobre la hoja de un
árbol que se llama Cariaco, que al finalizar destruía para que nadie
viera lo que hacía. Yo deseaba pintar pero me daba vergüenza con las
personas".
A Josefa Sulbarán
--al igual que a Antonio José Fernández “El Hombre del Anillo”-- la
timidez y el temor a la burla y el rechazo del entorno les lleva a
destruir sus primeras obras. Aunque en el caso de Josefa no es su mano
armada de un martillo la que destroza la creación tal como lo hizo “El
Hombre del Anillo” con sus esculturas de argamaza y cabilla, sino que es
la naturaleza del material vegetal empleado por ella para dibujar la
que se encarga de dar fin a su efímera obra.
Igual destino
sufren sus primeros frescos pintados en las paredes de las casas donde
habitaba. En ellas, usando los carbones del fogón y los creyones de cera
que traía de la escuela, Josefita pintaba sobre las paredes todo cuanto
veía: animales, plantas, casas, personas, pero tal como le ocurría con
las hojas, cada vez que dichas paredes se descascarillaban y eran de
nuevo encaladas, su obra desaparecía.
Josefa, ya adulta,
en silencio, siempre en silencio, y en la penumbra de su habitación
pinta como lo hacía cuando niña, hasta el día en que usando los creyones
de a medio pertenecientes a Auxiliadora, su única hija, dibujó su
primer “Los Cerrillos” sobre la tapa de una caja de zapatos, obra que,
sin quererlo ella, fue descubierta por el párroco de Mendoza Fría.
Al respecto, en
las entrevistas concedidas tanto a Daniel Acosta Montes como a Vanessa
Andara, Josefa expresa que el sacerdote la llamó y le dijo: “Mirá esta
niña, ¿si es verdad que esto lo pintates vos?”. A lo que ella, muy
asustada, le respondió afirmativamente. “El sacerdote --cuenta Josefa--
me pidió que le pintara uno igual para él, pero yo nunca se lo llegué a
hacer, aunque ese ha sido uno de los momentos más felices de mi vida, ya
que ese día supe que lo que hacía no sólo le daba alegría y
satisfacción a mi corazón sino que también podía gustarle al de los
demás”.
A partir de ese
momento comenzó a concebir la idea de pintar de nuevo “Los Cerrillos” en
un cartón más grande y así, siempre en silencio y en la penumbra de su
habitación, usando los creyones de a medio y sobre un cartón piedra,
comienza a pintar Los Cerrillos, dando forma y color no sólo a las
imágenes que ven sus ojos sino a aquellas que pueblan sus sueños. Trazos
y ensueños van coloreándose hasta transformarse en un paisaje
fácilmente identificado como “Los Cerrillos” por sus paisanos, quienes
alabaron la obra el día que ella la colgó sobre la pared del comedor de
su casa el 24 de diciembre de 1967.
En Josefa Sulbarán
hay que resaltar que jamás padeció el rechazo del entorno social
sufrido por sus coterráneos Antonio José Fernández “El Hombre del
Anillo” y Salvador Valero; por el contrario, en ese diciembre de 1967 su
comunidad y grupo familiar se disputaron por el privilegio de exhibir
en las paredes de sus hogares el dibujo en cartón piedra, pues todos
creían verse retratados en el medio de ese otro paisaje tan parecido al
natural y circundante donde transcurría la rutina sus vidas; paisaje que
ante el general asombro, Josefita, una de ellos, ha sabido recrear e
iluminar.
Como en los
pueblos las novedades vuelan en el aliento de las voces, llegó a oídos
del ingeniero José Domingo González que una muchacha del campo había
hecho un cuadro donde todo lo que se veía era igualito a Los Cerrillos.
Intrigado visita la humilde casa de Josefa y queda impresionado ante la
belleza del paisaje, y le promete regresar. Promesa que cumple en
compañía del poeta Carlos Contramaestre, a quien se debe el
descubrimiento de los más grandes artistas plásticos trujillanos (sin
ahondar en este trabajo sobre la clasificación que de ellos hace Raúl
Díaz Castañeda, para quien los dos primeros son ingenuos y populares las
dos últimas, situando en entrambas vertientes, por participar de una y
otra, a Rafaela Baroni, tampoco descubierta por Contramaestre): Salvador
Valero, Antonio José Fernández “El Hombre del Anillo”, Eloisa Torres y
Josefa Sulbarán.
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