domingo, 21 de abril de 2013

ME ENCANTA Y LO COMPARTO

JOSEFA SULBARÁN - ARTISTA POPULAR



 Josefa Sulbarán
imagen cortesía de Museo de Arte Popular "Salvador Valero"

"Paseo del Niño" imagen cortesía de Museo de Arte Popular "Salvador Valero"


La ensoñación y el verde esplendor del universo estético de Josefa Sulbarán


Josefa Zambrano Espinosa

A Carmen Araujo, Sheyla Rosario y Carol Cañizares O’Callaghan,  quienes con su quehacer iluminan a los Museos de Arte Popular  “Salvador Valero” y “Bárbaro Rivas”.


Vos que sabés cantar, que estás en las hojas del cerezo,

– Ponéte de niebla, ponéte de espuma y riíto, decí:
"Vení de lejos, velo de lluvia, 
llegá sol,
y con la cola sobá esas pendientes, tocá
las piedras moradas".

RAMÓN PALOMARES, Paisano


Uno obedece siempre a los imperativos de su corazón, de ahí que hoy escriba sobre la pintora trujillana Josefa Sulbarán en homenaje a su octogesimoquinto aniversario.

Josefa Sulbarán ya no es aquella mujer que, al entrar en confianza, gustaba conversar dejando a un lado su característica timidez mientras le acariciaba la cabeza a alguno de sus perros, sino esta anciana cuya mirada triste interroga al horizonte en busca de los paisajes, las vivencias y leyendas que desde niña plasmó en sus cuadros.
“¡Ah rigor paisana! Paisana, paisanita, el destino nos juntó y la vida nos separó con eso de lo que pudo ser y no fue. Dejemos la conversa quieta pa’ más luego, ¿no le parece mejor?”.
Conversación que nunca pudimos sostener, aunque en el recuerdo las palabras de Josefa Sulbarán persisten envueltas en un aroma de mastuerzo niño, musgo y café; sólo tangible en los verdes, rojos, amarillos, blancos y azules omnipresentes en su singular universo plástico: Los Cerrillos.
Los Cerrillos, comarca vecina a Mendoza Fría en el Estado Trujillo, Venezuela, es el lugar donde Josefa Sulbarán ha vivido la mayor parte del tiempo desde que nació un día de diciembre del año 1923, hecho del cual da fe el poeta Antonio Pérez Carmona en La bella niña de ese lugar: “Su madre, María Virginia Sulbarán, le contaría en esos coloquios crepusculares, a la que ya era señorita primaveral y que sus amigas llamaban cariñosamente Josefita, que el parto de la fría madrugada navideña, fue harto difícil, doloroso, pleno de angustia en una terrible soledad, pues ella, o sea, la entonces moza campesina, con un coraje y valor extraordinarios, recurriendo a su fe en Dios y la Virgen, colocó la estera en el piso, para, sin ayuda de la partera, dar a luz la hermosa chiquilla de ojos azabache, cabellos de ébano y piel canela. Y no se habían dormido aún las estrellas con la aurora, cuando María del Rosario Sulbarán (la abuela), abría aquella puerta rústica, a objeto de buscar el vecino fuego, encontrando a la joven en el suelo, en la escena semejante al pesebre de Belén”.
Relato que sin duda influyó en la pintora para llevarla a hacer del nacimiento, y en especial el del Niño Dios, un tema recurrente en su obra; sólo que sus nacimientos no acontecen en un pesebre de Belén sino en medio del verdor esplendente de Los Cerrillos, tal como puede apreciarse en sus cuadros “Paseo del Niño”, “Celebración de Noche Buena” “Paradura Nocturna del Niño”, entre otros. Además, las circunstancias que rodearon el parto en que Virginia Sulbarán alumbró a Josefa no sólo han marcado su obra, sino también la devoción que con gran entusiasmo siempre ha manifestado sentir por la mujer que la trajo al mundo: “¿Cómo no haber adorado tan inmensamente a mi madre Virginia, si ella por poco no entregó su vida al darme la mía, en esa temerosa soledad, donde ocurriera el milagro bajo el poder de Dios y de la Virgen?”.
Y no es para menos, ya que en aquél difícil medio rural, Virginia, la madre, quiso brindar a su pequeña lo que la vida le había negado a ella: la educación; así que al alcanzar Josefita la edad necesaria, de la mano Virginia la lleva diariamente a la improvisada escuelita del señor Raimundo Montilla, para que éste se la enseñe a leer y escribir.
Con el general Eleazar López Contreras, luego de la muerte del dictador Juan Vicente Gómez, comienza en Venezuela una nueva era --sobre todo en las áreas sanitaria y educativa-- al decretarse en el año 1937 la creación de las escuelas rurales y, entre ellas, con sede en Los Cerrillos la Escuela Rural N° 3217, en donde Virginia Sulbarán se apresura a inscribir a Josefita, convirtiéndola en una de las primeras y pocas alumnas de la maestra normalista María Marbelina Castellanos.


De esta época Josefa Sulbarán recuerda, y así lo refiere en casi todas sus entrevistas, que Virginia, su madre, a pesar de la pobreza en que vivían, prefería que ella asistiera a la escuela y participara tanto en los juegos infantiles propios de las niñas como en los actos culturales programados en el calendario escolar, de modo que no la llevaba consigo --como hacían con sus hijos la mayoría de las madres campesinas-- para que la acompañara en las faenas del campo; por el contrario, le fomentaba el deseo de instruirse, la devoción y amor a Dios y la Virgen, y a San José, su santo patrono. Asimismo, le enseñó lo que con el transcurrir del tiempo se ha convertido en el lema de su vida: “Nunca hay que ser envidioso ni rencoroso, siempre hay que vivir sin amargura y con alegría, pues no hay nada más bonito que una persona amorosa y humilde”.
Este modo de pensar y sentir transformado en su filosofía de vida le ha permitido a Josefa Sulbarán creer en que el amor, sea éste filial, fraternal o erótico, es un sentimiento único, intemporal, al cual recrea en las imágenes y colores que dan vida a las escenas de “Retrato de Familia” y “Boda Campesina”.
En aquel tiempo el silencio y los colores serían sus mejores amigos. Josefa recuerda que su mayor satisfacción en la escuela la obtenía en el momento cuando se quedaba sola, dibujando calladita en su pupitre. "Desde muy pequeña --le cuenta a Vanessa Andara en la entrevista que le concedió para el diario El Tiempo en febrero de 2002--, sin saberlo desarrollé una gran aptitud para la pintura; a pesar de que nunca había visto a nadie pintando. Mientras mis amigas jugaban con muñecas, yo dibujaba sobre la hoja de un árbol que se llama Cariaco, que al finalizar destruía para que nadie viera lo que hacía. Yo deseaba pintar pero me daba vergüenza con las personas".
A Josefa Sulbarán --al igual que a Antonio José Fernández “El Hombre del Anillo”-- la timidez y el temor a la burla y el rechazo del entorno les lleva a destruir sus primeras obras. Aunque en el caso de Josefa no es su mano armada de un martillo la que destroza la creación tal como lo hizo “El Hombre del Anillo” con sus esculturas de argamaza y cabilla, sino que es la naturaleza del material vegetal empleado por ella para dibujar la que se encarga de dar fin a su efímera obra.
Igual destino sufren sus primeros frescos pintados en las paredes de las casas donde habitaba. En ellas, usando los carbones del fogón y los creyones de cera que traía de la escuela, Josefita pintaba sobre las paredes todo cuanto veía: animales, plantas, casas, personas, pero tal como le ocurría con las hojas, cada vez que dichas paredes se descascarillaban y eran de nuevo encaladas, su obra desaparecía.
Josefa, ya adulta, en silencio, siempre en silencio, y en la penumbra de su habitación pinta como lo hacía cuando niña, hasta el día en que usando los creyones de a medio pertenecientes a Auxiliadora, su única hija, dibujó su primer “Los Cerrillos” sobre la tapa de una caja de zapatos, obra que, sin quererlo ella, fue descubierta por el párroco de Mendoza Fría.
Al respecto, en las entrevistas concedidas tanto a Daniel Acosta Montes como a Vanessa Andara, Josefa expresa que el sacerdote la llamó y le dijo: “Mirá esta niña, ¿si es verdad que esto lo pintates vos?”. A lo que ella, muy asustada, le respondió afirmativamente. “El sacerdote --cuenta Josefa-- me pidió que le pintara uno igual para él, pero yo nunca se lo llegué a hacer, aunque ese ha sido uno de los momentos más felices de mi vida, ya que ese día supe que lo que hacía no sólo le daba alegría y satisfacción a mi corazón sino que también podía gustarle al de los demás”.
A partir de ese momento comenzó a concebir la idea de pintar de nuevo “Los Cerrillos” en un cartón más grande y así, siempre en silencio y en la penumbra de su habitación, usando los creyones de a medio y sobre un cartón piedra, comienza a pintar Los Cerrillos, dando forma y color no sólo a las imágenes que ven sus ojos sino a aquellas que pueblan sus sueños. Trazos y ensueños van coloreándose hasta transformarse en un paisaje fácilmente identificado como “Los Cerrillos” por sus paisanos, quienes alabaron la obra el día que ella la colgó sobre la pared del comedor de su casa el 24 de diciembre de 1967.
En Josefa Sulbarán hay que resaltar que jamás padeció el rechazo del entorno social sufrido por sus coterráneos Antonio José Fernández “El Hombre del Anillo” y Salvador Valero; por el contrario, en ese diciembre de 1967 su comunidad y grupo familiar se disputaron por el privilegio de exhibir en las paredes de sus hogares el dibujo en cartón piedra, pues todos creían verse retratados en el medio de ese otro paisaje tan parecido al natural y circundante donde transcurría la rutina sus vidas; paisaje que ante el general asombro, Josefita, una de ellos, ha sabido recrear e iluminar.
Como en los pueblos las novedades vuelan en el aliento de las voces, llegó a oídos del ingeniero José Domingo González que una muchacha del campo había hecho un cuadro donde todo lo que se veía era igualito a Los Cerrillos. Intrigado visita la humilde casa de Josefa y queda impresionado ante la belleza del paisaje, y le promete regresar. Promesa que cumple en compañía del poeta Carlos Contramaestre, a quien se debe el descubrimiento de los más grandes artistas plásticos trujillanos (sin ahondar en este trabajo sobre la clasificación que de ellos hace Raúl Díaz Castañeda, para quien los dos primeros son ingenuos y populares las dos últimas, situando en entrambas vertientes, por participar de una y otra, a Rafaela Baroni, tampoco descubierta por Contramaestre): Salvador Valero, Antonio José Fernández “El Hombre del Anillo”, Eloisa Torres y Josefa Sulbarán.

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