sábado, 19 de diciembre de 2009

DERECHO A MORIR CON DIGNIDAD

En los últimos años ha venido tomando fuerza en Europa y en las Américas la iniciativa de llamar la atención sobre el derecho que debe asistir a cualquier ser humano de morir con dignidad. Tal iniciativa, por supuesto, no se ha originado en los círculos rnédicos. Han sido personas ajenas a la Medicina las que han denunciado la manera como la tecnología médica ha contribuido a que muchas veces se libre la batalla contra la muerte en circunstancias heroicas y en ocasiones inhumanas, con resultados no siempre afortunados. Me explico: enfermos colocados por la naturaleza en condiciones terminales, en virtud de una enfermedad avanzada o intratable, y consideradas ya por la ciencia médica en la categoría de desahuciados o "no recuperables", son sometidos a procedimientos mecánicos, intensivos, con la única finalidad de prolongarles la vida, es decir, la agonía. Muchos médicos, en su loable intento de no dejarse derrotar por la muerte, han mantenido vigente el hermoso precepto que de seguro escucharon a alguno de sus maestros: "Mientras haya un soplo de vida, habrá esperanza", sin reflexionar sobre su verdadero significado.


Muerte y dignidad

Para poder desarrollar adecuadamente el tema del ocupo, es necesario conceptuar desde un principio términos que le sirven de marco: muerte y dignidad.

La muerte es la terminación de la vida, la desaparición física del escenario terrenal donde hemos venido actuando y viene a ser, por lo tanto, el ultimo e inevitable acto de nuestra existencia. Sencillamente, es él precio usual que pagamos por haber vivido. Es que -como dijera el famoso anatomista francés Xavier B¡chat "la vida no es otra cosa que el conjunto de funciones que resisten a la muerte"1, resistencia que inexorablemente es vulnerable, tiene un límite.

La vida, por otra parte, nos pertenece; es algo personal e intransferible (No entro1 por supuesto a plantear si la vida es o no del creador, porque sería pisar terrenos metafísicos, los cuales no están contemplados en mi exposición). De igual manera1 la muerte es también algo personal e intransferible. Por eso creo que puede afirmarse con propiedad qué el individuo muere su propia vida y vive su propia muerte.

Pero sucede que el hombre y la mujer transitan sus propias vidas alentados o estimulados por pequeñas o grandes aspiraciones, que algunos llaman los "acicates", los incentivos para vivir. De estos, dos son, en mi concepto, los que se constituyen en mínimas aspiraciones de cualquier individuo: ni miseria, ni dolor. Aún más, creo que de simples anhelos se convierten en un derecho inalienable, dentro de cualquier contexto socio-poIítico o religioso. El hecho de aspirar a no vernos colocados en circunstancias que inspiren lástima y compasión ante los ojos de los demás, configura una actitud frente a la vida, que se llama dignidad. Dignidad es, como dice el Diccionario de la Lengua Española. un comportamiento con gravedad y decoro , una "cualidad que enriquece o mantiene la propia estima y la de los -demas . Si en verdad nos estimamos a nosotros mismos no iremos a aspirar jamás a que se nos compadezca por nuestro estado de miseria y de dolor.

Pero así como tenemos el derecho de vivir con dignidad se asume que también tenemos el derecho de morir con dignidad. En ese trance final vamos a vivir nuestra propia muerte y queremos que ésta ocurra rodeada de dos mínimas aspiraciones: ni dolor. De esa manera no perderemos en el momento supremo la estima que nos debemos tener y la que queremos; que los demás nos tengan. Se configura así una actitud frente a la muerte, que se llama dignidad.

La muerte de Sócrates, tal corno La describe Platón en Faidón2, es el mas hermoso ejemplo de muerte Con dignidad. El filósofo, modelo de templanza y de moralidad, poco antes de emprender el viaje sln retorno creyó prudente ir a bañarse para evitar con ello que las mujeres como era costumbre, tuvieran, luego de muerto, que lavar su cadáver. Una vez limpio bebió el veneno, hasta la, última gota, y cuando sintió sus piernas ya pesadas, se acostó dignamente sobre sus espaldas, despertando la admiración de cuantos lo rodeaban.

En cambio, nuestro gran poeta Porfirio Barba-Jacob de miseria y de dolor, físico y moral, exclamó poco antes "Presento disculpas por esta agonía tan poco gallarda"3 habiendo perdido su propia estima y la de los demás, no le restaba al insigne poeta sino ofrecer excusas por la muerte nada digan a que estaba viviendo.


La muerte hoy

Pero veamos de qué forma la medicina y los médicos se han visto involucrados en este proceso de la dignidad y de la muerte. Revisemos, en primer término, lo que ha sucedido hoy con el acto final de nuestras vidas.

La muerte no suele ocurrir ahora, como ocurría antes, en la tranquilidad del hogar. Lo común es que nos toque expirar en un centro asistencial, rodeados de una junta de médicos y de todo el aparataje que la tecnología moderna ha puesto al servicio de la medicina. Por supuesto que morir sencilla o complicadamente depende, de manera particular, de nuestra posición social y de la importancia que los demás nos hayan asignado. No es lo mismo que el mozo Juan Lanas, el hombre humilde y desconocido, esté en trance de muerte, alo que lo este un General Francisco Franco, o un mariscal Tito, o un Presidente Neves, o el emperador Hiroito, Aquél fallece rápido sin que se acuda a memorias extraordinarias, muchas veces existiendo posibilidades de recuperación. Los otros, por su condición de personajes, no obstante su senectud y su precaria salud, vienen a ser objeto de un encarnizamiento terapéutico, producto de la soberbia médica puesta al servicio de una causa perdida.

Antes la gente moría según su voluntad, en su propia cama, sin muchos padecimientos, con la reconfortante presencia de los allegados íntimos y con el médico de la familia, el de cabecera, siempre listo a aliviar la agonía, consciente de que su papel, vencido va el organismo, no era otro que el de obrar con verdadero sentido humanitario. En cambio hoy las salas de cuidados intensivos y de cuidados especiales son escenario de lo que alguien llamó acertadamente "el encarnizamiento terapéutico", el cual he mencionado atrás, sinónimo de "distanasia", vale decir, de la utilización de procedimientos encaminados a diferir una muerte bienhechora.

La distanasia

Es aquí donde se encuentra el meollo del conflicto, dado que la prolongación de la vida en circunstancias tales no está científica ni humanamente justificada. Es que riñe con los derechos del paciente y con principios de ética profesional. Dejar morir en paz es un deber elemental, una obligación ética del médico. Elie Shneour, bioquímico y neurólogo norteamericano, conocido mundialmente por sus trabajos sobre el efecto de la desnutrición sobre el desarrollo del cerebro, decía alguna vez con plena razón: "Nuestra sociedad moderna ha hecho de la muerte una tragedia porque no sabemos comportarnos con ella (...). La evitamos. Retiramos a los moribundos del mundo de los vivos, lo que es una de las cosas más crueles que podemos hacer. Los "encerramos" en los hospitales y los acorazamos de aparatos. Los aplastamos bajo nuestra tecnología inhumana y, peor aún, los olvidamos"4.

La muerte, en mi concepto, debe intentar diferirse por todos los medios disponibles, si existe la posibilidad -ojalá la certeza- de que el enfermo podrá seguir viviendo, entendiendo como "seguir viviendo" la autoconsciencia de que se vive y, preferiblemente, de que se vive sin despertar conmiseración.

En los últimos cincuenta años han surgido recursos heroicos que hacen factible que los médicos puedan prolongar la vida de sus pacientes críticamente enfermos: hidratación y equilibrio electrolítico, hiperalimentación, diálisis, antibióticos, cirugía cardiaca, respiración artificial, trasplantes, resucitación cardiopulmonar... Desafortunadamente no siempre la calidad de vida que se ofrece haciendo uso de aquellos está de acuerdo con la dignidad de la persona.

Hay algo más. Las unidades de cuidados intensivos no fueron creadas ni diseñadas pensando en la parte afectiva, sentimental del paciente. Son totalmente deshumanizadas: espacios reducidos en los cuales hay inevitable promiscuidad, con la pérdida de la privacidad (si se me permite el término) de los pacientes. Como hay restricción o supresión de visitas, queda el enfermo aislado del medio familiar y de sus caros afectos, negándosele uno de los apoyos emocionales más importantes. Los equipos mecánicos, nionitorizados, con sus tubos, cables, luces y alarmas, hacen el ambiente más tétrico e inducen a mayor ansiedad. Además, hay movimiento inusitado de médicos y enfermeras, órdenes a voz en cuello, carreras, equipos y aparatos que se movilizan, resucitadores que se ponen en marcha, camillas en que ingresan pacientes críticos y en que sacan cadáveres... No puede ignorarse que muchos pacientes internados en las unidades de cuidados intensivos logran superar la enfermedad crítica y recuperarse favorablemente. Pero hay otros que salen de ellas con destino a las salas de cuidados especiales para permanecer allí semanas, meses o años, sin esperanza de recuperación alguna, haciéndose acreedores a la conmiseración general al quedar convertidos en un verdadero vegetal. Sí, son vegetales pues "'viven" pero carecen de las características propias del hombre: personalidad, memoria, sociabilidad, capacidad de acción, sentimientos, reflexión, etc.

No hay duda de que se les coloca en el máximo estado de miseria que puede atravesar una persona, un ser humano. Vienen a ser como otros nuevos Valdernares. Me refiero al personaje que utiliza Edgar Allan Poe en su relato "Los hechos en el caso del señor Valdemar"5. Quienes lo hayan leído no habrán podido sustraerse al sentimiento simultáneo de misericordia y espanto que despierta. El señor Valde mar era un enfermo de tuberculosis que, estando in artículo mortis, fue sometido a hipnosis mesmeriana con el propósito de ver si era posible diferir su muerte. En efecto, en medio de la sorpresa de Ios médicos, se logró mantenerlo en estado de sueño durante casi siete meses. Cuando al fin el hipnotizador decidió despertarlo el pobre Valdemar exclamo: "¡Por amor de Dios! ¡De prisa, de prisa! ¡Despiérteme deprisa! ¡Le digo que estoy muerto!". Ciertamente, en pocos segundos se encogió, se pudrió entre las manos del insensato hipnotizador.

Recordemos ahora lo ocurrido a la joven norteamericana Karen Quinian, quien duró en estado vegetativo desde abril de 1975 hasta julio de 1985,0 lo sucedido a Elaine Esposito, quien en 1941 entró en estado de inconsciencia luego de haber recibido anestesia para una cirugía y vino a morir en 1978, es decir, 37 años después, sostenida todo este tiempo de manera artificial. Por supuesto que los dos casos citados son hechos insólitos por la duración de su agonía. Pero basta, creo yo, que esa distanasia se prolongue una o dos semanas, unos pocos días, para que ya se esté atentando contra el derecho a una muerte digna. Es que algunos médicos intensivistas olvidan a veces que las dos terceras partes de los pacientes que están sostenidos por un respirador artificial durante un coma de por lo menos seis horas de duración habrán muerto en el plazo de un mes, no obstante haberse usado toda la tecnología; asimismo, un seis por ciento podrá permanecer en estado vegetativo persistente.

Vale la pena, para entendernos mejor, precisar algunos términos que esa nueva tecnología médica ha acuñado, términos que he venido usando. En primer lugar. se considera como "paciente crítico" aquel individuo cuyo estado de salud se halla tan comprometido que hace temer, con fundamento, en un cercano desenlace. Por supuesto que no todo paciente crítico está condenado a morir como consecuencia de su estado patológico actual; algunos son potencialmente recuperables, pronóstico que debe hacer un médico capaz. Hay otros, por el contrario, que, a pesar de todas las medidas y procedimientos convencionales y extraordinarios puestos a su servicio, no pueden ser rescatados, vale decir que para ellos no hay ninguna posibilidad de mejoría y curación. Se trata entonces de "estados terminales", definición suficientemente expresiva, en virtud del daño y deterioro físico de los enfermos. En esta circunstancia. como en la del paciente crítico, puede tratarse de, una persona lúcida, competente mentalmente. o. por el contrario, inconsciente, por un estado comatoso, o mentalmente incapaz, como sería el caso de un lactante, o de un débil mental, o de un anciano con enfermedad de Alzheimer avanzada.

Me he detenido en estas definiciones pues el "derecho a morir dignamente" tiene que ver en particular con pacientes críticos, en estado terminal, capaces o incompetentes mentalmente, recuperables o no. Precisamente, corresponde al médico clasificar a su paciente en una de las categorías analizadas, pues él, en últimas, será el responsable de lo que pueda ocurrir. Aquí se ponen a prueba su idoneidad profesional, su prudencia y su consideración. Si su buen juicio y su experiencia han establecido que ningún tratamiento hará reversible el estado crítico, debe abstenerse para no mortificar al paciente, para no despertar falsas esperanzas en éste ni en sus allegados, para no gravar más los costes de la enfermedad. Antes de poner en marcha procedimientos Heroicos, encaminados a sostener la vida, debe tener presente que el retiro de ellos puede derivar en circunstancias, difíciles de predecir. Por eso se hace aconsejable que antes de actuar ponga al corriente de la situación al enfermo. Si ello es posible, y a sus familiares más cercanos. No es excusable que el medico olvide que su paciente es un elemento activo del proceso de enfermedad, con el que hay que contar antes de procede, a no ser, claro está, que se trate de una situación especial de emergencia.

Los derechos del enfermo

El enfermo tiene derechos que el médico siempre debe respetar. a sabiendas de que pueden ser transferidos por expresa voluntad o por tácito derecho de consanguinidad. Encuentro prudente, por eso, recordar cuáles son, advirtiendo que aun cuando no hayan sido recogidos en Colombia por ningún código6, nunca deben ser preteridos. Esos derechos podemos resurnirlos así:

1.Tener acceso a los servicios asistenciales y usufructuar de los beneficios de la Medicina.

2.Recibir cuidados suministrados con consideración y respeto.

3.Recibir información suficiente y clara acerca de su enfermedad, el curso del tratamiento y las perspectivas de su recuperación.

4.Ser consultado y obtener su consentimiento sobre procedimientos diagnósticos y terapéuticos, advirtiéndosele los riesgos a que puede exponerse si se omiten o se practican.

5. Conocer el nombre y la experiencia de quien los va a practicar.

6.Conocer plenamente sus costes económicos.

7.Aceptar a rehusar los procedimientos diagnósticos o terapéuticos que le hayan sido propuestos.

8.Señalar la o las personas en quienes pueda delegar la autoridad y la responsabilidad en la toma de decisiones relativas a esos procedimientos.

9.Ceder o no sus órganos para trasplante o para estudios especiales

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente AM. A veces al asistir al sepelio de familiar o conocido, he reflexionado sobre el tema, y comprobado lo dicho en tu texto.
La conclusión es que no somos dueños ni de nuestra propia muerte. Tema difícil que has sabido abordar con muy buen criterio.
rober