Vejez
Hoy nadie quiere ser viejo. En el lenguaje oral y escrito se crean subterfugios y se dice «tercera edad», y lo más probable es que más adelante se hablará de «cuarta edad» para los senescentes.
Nuestra cultura quiere olvidar que todo lo que nace muere, y normalmente la vejez es un preámbulo de la muerte o al menos un anticipo. Pero es también una etapa que trae agrados y realizaciones, no obstante sus limitaciones.
Nada existe que esté siempre en flor, pues una edad sigue a otra, como lo expresó hace 20 siglos el viejo Cicerón.
Pero envejecer no debiera ser un proceso de tristeza y de rememoranzas de un pasado vivido e ido. Las virtudes de la vejez son la madurez y una mirada serena ante los acontecimientos vividos, y también una aceptación de la realidad en paz.
Pero, ¿por qué es poco frecuente encontrar a alguien feliz y viejo a la vez? Tal vez porque simplemente el espíritu no quiere reconocer que el tiempo transcurrido pasó, se fue y que sólo la memoria nos trae a colación las alegrías vividas y los fracasos olvidados. Pero no debiera ser así. Sin caer en el patetismo, y parafraseando a Heidegger, el ser humano es un ser que camina hacia la muerte, y antes de ella ha de experimentar la decrepitud.
Cada etapa de la existencia humana posibilita vivir en plenitud, eso sí, condicionada a la realidad de la edad. Nadie es tan viejo que no crea poder vivir un año más, y ello estimula la esperanza, ya que lo que realmente importa es vivir, y vivir bien.
En la antigüedad clásica el ideal era el senex, el anciano, y se lo reverenciaba. Hoy el ideal es el del joven en plenitud que no quiere envejecer. La cultura de hoy nos presenta a lo adolescente–juvenil como lo pleno.
Los esfuerzos por rejuvenecer el cuerpo, las formas de la moda, los maquillajes, querían hacernos olvidar que toda existencia camina hacia la vejez. Pero también con la edad, si somos prudentes, nos volvemos más sabios y se puede vivir bien. A fin de cuentas, es más valiosa la sabiduría que permite vivir plenamente que la fugaz belleza de una juventud impulsiva y variable.
No hay respuesta humana para la vejez, sino sólo aceptar que es una etapa del existir. Que, se quiera o no, se llegará a ella.
Tal vez sea bueno recordar la frase del viejo Séneca, quien decía: «Antes de llegar a la vejez me preocupaba vivir bien; llegando a ella me preocupa morir bien. Pues morir no es ni más ni menos que el sello de cada día».
Cristo, en los Evangelios, no habla de la vejez, pero su doctrina cambia el sentido de ella, pues llama a vivir plenamente el esperanzado amor, en la perspectiva de una eternidad donde no habrá dolor, enfermedad, ni vejez.
Esta semana cumplí 70 años, y he tratado de meditar en esta situación. Por ello he escrito estos mal hilvanados renglones, entresacados de la rica literatura clásica sobre la vejez, que asumo en plenitud.
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