En términos generales y en lo que respecta a la sexualidad, cada mujer y cada varón se hacen mediante modelos, a través de imágenes con las que cada quien se identifica. Esta es otra realidad exclusiva nuestra: la necesidad de modelos e imágenes para ser, para existir, para vivir de una manera tan particular que te diferencia de los otros. El mundo contemporáneo ofrece cada vez más y más modelos no solamente a la gente joven, sino también a los adultos e incluso a los ancianos. Modelos con los que los adolescentes, por ejemplo, se identifican con derroche de euforia incontenible y, a veces, hasta con furia.
¿Cómo amamos hoy? ¿Por qué nos relacionamos con los otros de determinada manera? ¿Por qué las chicas y los muchachos entran en conflicto con la sociedad de los adultos porque viven su ternura, su sexualidad, sus amores, de manera diferente y hasta opuesta a lo tradicional? La respuesta está en el hecho de que también nuestra vida amorosa, en toda la extensión de la palabra, se hace mediante modelos. Modelos recientes y también antiguos, aquéllos que estuvieron al inicio de la vida.
Como en casi todo, la influencia de mamá y papá son de suma importancia en lo que tiene que ver con las formas de amar, de vivir el placer, el gozo y también de sufrir y de angustiarse. Esta es la primera relación amorosa de la que es testigo el niño y la niña y que queda en la vida, allá en los recovecos del inconsciente, como huella, señal activa.
Si padre y madre se aman, si entre ellos circula la ternura, el respeto, la consideración, el amor, hijos e hijas se construirán con ese modelo. La niña, por ejemplo, verá con agrado su cuerpo de mujer y las proyecciones de su feminidad para el futuro. Por el contrario, la pareja parental agresiva, violenta, desamorosa, lejana, indiferente no puede nunca construir mujeres y varones que vivan el amor y la ternura, el respeto y la cercanía como expresiones válidas y seguras de la cotidianidad.
En la adolescencia, por ejemplo, resulta difícil tapar con escenas amorosas y tiernas, con la alegría de dar y recibir, una niñez marcada por el desencanto, la violencia, el abandono. Lo amoroso y lo tierno no se improvisa. Pese a las buenas intenciones y los reiterados propósitos de brindar cariño y ternura, con frecuencia el valor de las experiencias iniciales pesan más. Hay mujeres y varones adolescentes que se llenan de actividades sociales, de amistades, de relaciones amorosas desbordantes con el único propósito de tapar heridas antiguas de cubrir una inmensa soledad que arrastran de los días iniciales de su memoria.
Sin embargo, también cuentan otras relaciones mantenidas en la niñez y en la adolescencia, en especial las de amistad. A las chicas y los muchachos las vivencias de que provee la amistad les permiten resignificar su pasado y asumir nuevas actitudes. Pese al peso de la influencia de la familia, las nuevas experiencias les ayudan a superar, aunque sólo sea de modo relativo y parcial, los conflictos domésticos, y a establecer relaciones amorosas que se sostienen en la ternura.
Cuando no se ha podido proveer de nuevos significados a la experiencias antiguas, tanto las mujeres como los varones tienden a reproducirlas más tarde en su vida de pareja. En la mayoría de los casos y de manea inconsciente, el varón puede buscar como ideal de esposa o compañera a una mujer que se parezca lo más posible a su mamá. O al revés, una mujer que en nada se asemeje a una mamá agresiva, distante, perseguidora. En uno y otro caso, establecerá con su esposa una conflictiva relación hijo-madre que terminará, tarde o temprano, desvirtuando la relación de esposos. De parte de la mujer, puede acontecer un proceso exactamente igual: buscará un hombre similar o diametralmente opuesto a su papá.
Por otra parte, no se puede pasar por alto la influencia que en la actualidad ejercen sobre las nuevas generaciones los medios de comunicación. Las parejas contemporáneas se hacen y actúan también bajo el influjo de lo que exponen y exigen los modelos de la televisión. La sociedad ofrece e impone los modelos de parejas ideales para los diferentes grupos sociales. Los mensajes de la televisión o de la radio, poco a poco, penetran en las representaciones de la población hasta llegar a constituirse en fuerzas capaces de determinar modos específicos de vida.
Para ir en pos del otro, para ingresar en el proceso de conquistar y ser conquistados, se requiere que mujeres y varones hayan sido construidos en espacios de suficiente libertad, se hayan desprendido del dominio de la madre para crear el suyo propio y hayan optado por sus propios deseos. El dicho popular es muy claro cuando califica de hijos de mamá a ciertos varones que mantienen una relación francamente adictiva con su madre y que les conduce a permanecer junto a ella, reacios a la constitución de pareja. Por supuesto, poseen toda clase de argumentos para ocultar su gran temor a abandonar, de una vez por todas, una relación infantil que no ha podido superarse. Para ellos, no existe aquella media naranja, esa mitad de sí mismos que es preciso buscar más allá de las relaciones domésticas
¿Cómo amamos hoy? ¿Por qué nos relacionamos con los otros de determinada manera? ¿Por qué las chicas y los muchachos entran en conflicto con la sociedad de los adultos porque viven su ternura, su sexualidad, sus amores, de manera diferente y hasta opuesta a lo tradicional? La respuesta está en el hecho de que también nuestra vida amorosa, en toda la extensión de la palabra, se hace mediante modelos. Modelos recientes y también antiguos, aquéllos que estuvieron al inicio de la vida.
Como en casi todo, la influencia de mamá y papá son de suma importancia en lo que tiene que ver con las formas de amar, de vivir el placer, el gozo y también de sufrir y de angustiarse. Esta es la primera relación amorosa de la que es testigo el niño y la niña y que queda en la vida, allá en los recovecos del inconsciente, como huella, señal activa.
Si padre y madre se aman, si entre ellos circula la ternura, el respeto, la consideración, el amor, hijos e hijas se construirán con ese modelo. La niña, por ejemplo, verá con agrado su cuerpo de mujer y las proyecciones de su feminidad para el futuro. Por el contrario, la pareja parental agresiva, violenta, desamorosa, lejana, indiferente no puede nunca construir mujeres y varones que vivan el amor y la ternura, el respeto y la cercanía como expresiones válidas y seguras de la cotidianidad.
En la adolescencia, por ejemplo, resulta difícil tapar con escenas amorosas y tiernas, con la alegría de dar y recibir, una niñez marcada por el desencanto, la violencia, el abandono. Lo amoroso y lo tierno no se improvisa. Pese a las buenas intenciones y los reiterados propósitos de brindar cariño y ternura, con frecuencia el valor de las experiencias iniciales pesan más. Hay mujeres y varones adolescentes que se llenan de actividades sociales, de amistades, de relaciones amorosas desbordantes con el único propósito de tapar heridas antiguas de cubrir una inmensa soledad que arrastran de los días iniciales de su memoria.
Sin embargo, también cuentan otras relaciones mantenidas en la niñez y en la adolescencia, en especial las de amistad. A las chicas y los muchachos las vivencias de que provee la amistad les permiten resignificar su pasado y asumir nuevas actitudes. Pese al peso de la influencia de la familia, las nuevas experiencias les ayudan a superar, aunque sólo sea de modo relativo y parcial, los conflictos domésticos, y a establecer relaciones amorosas que se sostienen en la ternura.
Cuando no se ha podido proveer de nuevos significados a la experiencias antiguas, tanto las mujeres como los varones tienden a reproducirlas más tarde en su vida de pareja. En la mayoría de los casos y de manea inconsciente, el varón puede buscar como ideal de esposa o compañera a una mujer que se parezca lo más posible a su mamá. O al revés, una mujer que en nada se asemeje a una mamá agresiva, distante, perseguidora. En uno y otro caso, establecerá con su esposa una conflictiva relación hijo-madre que terminará, tarde o temprano, desvirtuando la relación de esposos. De parte de la mujer, puede acontecer un proceso exactamente igual: buscará un hombre similar o diametralmente opuesto a su papá.
Por otra parte, no se puede pasar por alto la influencia que en la actualidad ejercen sobre las nuevas generaciones los medios de comunicación. Las parejas contemporáneas se hacen y actúan también bajo el influjo de lo que exponen y exigen los modelos de la televisión. La sociedad ofrece e impone los modelos de parejas ideales para los diferentes grupos sociales. Los mensajes de la televisión o de la radio, poco a poco, penetran en las representaciones de la población hasta llegar a constituirse en fuerzas capaces de determinar modos específicos de vida.
Para ir en pos del otro, para ingresar en el proceso de conquistar y ser conquistados, se requiere que mujeres y varones hayan sido construidos en espacios de suficiente libertad, se hayan desprendido del dominio de la madre para crear el suyo propio y hayan optado por sus propios deseos. El dicho popular es muy claro cuando califica de hijos de mamá a ciertos varones que mantienen una relación francamente adictiva con su madre y que les conduce a permanecer junto a ella, reacios a la constitución de pareja. Por supuesto, poseen toda clase de argumentos para ocultar su gran temor a abandonar, de una vez por todas, una relación infantil que no ha podido superarse. Para ellos, no existe aquella media naranja, esa mitad de sí mismos que es preciso buscar más allá de las relaciones domésticas
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