El amor en esta etapa acepta la piel arrugada del otro, los problemas de memoria, la sordera, las pequeñas manías. ¿Hay rupturas en la vejez?
Hoy por hoy debemos reconocer que los adultos mayores están siendo reivindicados por una sociedad que cada día envejece y que está apreciando en “carne propia” los efectos de la estigmatización de la vejez. Estos cambios han influido en la imagen que las otras generaciones comienzan a tener del adulto mayor, como así mismo en la percepción que el propio adulto mayor está teniendo de sí mismo.Esta nueva percepción está devolviendo al adulto mayor algunas capacidades, a las que había renunciado por una imposición cultural… una de estas es la capacidad de amar, amar románticamente, apasionadamente.
Era común esperar -tanto del hombre como de la mujer mayor de 60 años- que actuasen según estereotipos preconcebidos vigentes en todas las épocas y que se representaban por conductas caracterizadas por la sensatez, mesura, realismo y serenidad. Por lo tanto, el adulto mayor no tenía permiso para enamorarse, según sus hijos, nietos y amigos y la sociedad. Enamorarse estaba fuera de lugar. Esta fuerte tradición cultural se ha modificado, por suerte.
Reconociendo que el deseo de amar y de ser correspondido es inherente al ser humano en cualquier momento de la vida, la etapa de la vejez no queda al margen de esta condición humana. Sin embargo, es evidente que el amor en la vejez es más tranquilo, reflexivo, lejos de la pasión de la juventud, y que con mucha frecuencia se convierte en compañía, como lo muestra el excelente libro de Gabriel García Márquez, “El amor en tiempos del cólera”.
Cualquier persona puede vivir su última etapa de vida gracias al valor que aporta el amor, cultivar el amor en la tercera edad es un verdadero regalo, puesto que no existe mayor medicina para vivir feliz que la ilusión que aporta un corazón correspondido.
Es evidente que los adultos mayores han tenido más tiempo y oportunidades que los jóvenes para aprender a amar de verdad. Han aprendido a compartir también la enfermedad, los achaques, las despedidas de los hijos, la muerte de amigos, en fin, su paulatina disminución de actividad e incluso de fuerza, para apoyarse logrando una comunión total. Es así como el amor otorga al adulto mayor un sentido trascendente de la vida.
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