En una sociedad como la nuestra, llegar a la ancianidad puede ser algo difícil. Y es que vivimos en una «cultura de lo desechable» en la que lo que no produce, no sirve, se arrincona, se arrejola. Y en donde a una edad relativamente temprana, se sugiere a las personas el retiro, que por otra parte, no ofrece expectativas halagüeñas. Afortunadamente, se vislumbra un despertar en la conciencia de la sociedad en lo que se refiere al trato y el espacio que debemos dar a las personas que han llegado a la ancianidad.
Aun así, la realidad supera el título que les queramos dar a estas personas: «adultos mayores», «adultos en plenitud», «ancianos» o «viejos», lo cierto es que urge que la sociedad civil y la Iglesia redescubran el valor que tiene esta edad y devolvamos a nuestros ancianos el lugar y espacio que se merecen.
Una realidad difícil
Según la cifra que da la Secretaría de Salud, a través del Consejo Estatal de Atención al Envejecimiento, por lo menos diez mil personas de la tercera edad viven en circunstancias de alto riesgo, es decir, en abandono, con alguna enfermedad crónica, están recluidas en albergues o son indigentes. Además, de los aproximadamente 450 mil ancianos que, según el Instituto Nacional de Geografía e Informática (INEGI), hay en Jalisco, sólo el 40% tiene seguro social, contra el 70% que padece alguna enfermedad asociada con su edad. Más aún; según un estudio realizado por el Departamento de Desarrollo Social de la U. de G., el 50% de los ancianos viven en pobreza y de ésos, el 25% en extrema, lo que significa que los primeros subsisten con menos de 20 pesos al día, mientras que los segundos con 10, de acuerdo a los parámetros que utiliza el Banco Mundial para definir la pobreza.
Un problema real en el Estado son los ancianos que deambulan por las calles. Con facilidad encontramos ancianos indigentes que no han tenido otra opción más que salir a las calles a ganarse la vida o, en el más triste de los casos, a perderla. Su paso por las avenidas y calles parece inadvertido entre la prisa de los jóvenes y el correr de los automotores; cuando mucho, una monedita puede callar el reclamo de alguna «buena conciencia». Otros, optaron libremente por la calle, a veces por «comodidad», a veces porque es la única forma en que pueden encontrar su «libertad», saliendo de cuatro paredes en que se les quiere recluir.
Diversas situaciones
En México se considera a una persona «adulto en plenitud» (ateniéndonos al término oficial) a una persona mayor de 60 años, según una determinación de la Organización Mundial de la Salud, OMS, por sus siglas, y está basada en los niveles de desarrollo de los países; hay países en los que la edad adulta mayor comienza a los 65, pero precisamente, determinada por su desarrollo. Para la Lic. Bertha, la edad más adecuada para considerar a una persona anciana no es a los 60: «personalmente creo que a los 60 años todavía se tienen muchas capacidades, hay mucha vida por delante, y más porque la expectativa de vida ha ido creciendo, pues ahora es de 75-76 años y creo que podríamos considerar a una persona anciana, a los setenta años de edad».
La raíz de un problema
No resulta difícil entender por qué en nuestros días se ha perdido el valor de la ancianidad. Aún existe en la memoria de muchos ciudadanos la figura del «patriarca» en torno al cual se reunía la familia para orar, para platicar e incluso, en torno a él se fincaban las casas de los mismo hijos.
Hoy ya no es igual, y se debe a lo que para nosotros resulta claro: el materialismo, el productivismo, esa idea de que eres lo que pareces y produces; a que las empresas jubilan a personas con 30 o 35 años de trabajo cuando aún tienen mucho por delante; también hay culpa en la sociedad y la familia.
Sor Martha Josefina Rea, ha trabajado por más de 30 años entre los ancianos y considera que hay una caridad mal entendida para con ellos: «Por ejemplo, en algunos asilos se les da lo que quieran, al fin y al cabo, ya van a morir; y queremos hacerles todo, darles todo, consentirlos en todo, así se piensa en muchos asilos». El núcleo familiar ha relegado también al anciano, asegura la religiosa, y es que nos han educado en la individualidad y egoísmo, de manera que cuando se llega a anciano «se nota mucho, pues ya no hace lo que antes podía; sólo piensa en sí mismo, y como lo relegan se va encerando en «su mundo» que lo lleva a pensar sólo en sus enfermedades y achaques. Y hace su situación más difícil cuando se hace dependiente de la familia, gracias a que la misma familia le quiere dar todo, lo ve como a un niño al que tiene que ayudar, al que tienen que atender y el que les quitará tiempo preciado que jamás van a recuperar». «La familia limita, le va cerrando el círculo, a veces sin querer, a su anciano –comenta Sor Josefina– y lo va asfixiando: ´no vayas a salir´, ´no vayas a abrirle a la llave´, ´no bajes solo la escalera´, ´por favor no le abras a nadie´; y el querer proteger, se convierte en una cárcel para el anciano».
Qué hacer para rescatar el valor de los adultos mayores
• Educar a la infancia del País. Con programas escolares que traten el tema de la tercera edad, se les enseñe el valor de la ancianidad y se les lleve a visitar las instituciones dedicadas a su cuidado.
Es importante mostrar a los niños que no sólo existen asilos donde muchas veces hay ancianos tristes y enfermos, sino instituciones donde se les dan clases de baile, de manualidades y demás talleres; que esta edad puede ser productiva.
Es importante mostrar a los niños que no sólo existen asilos donde muchas veces hay ancianos tristes y enfermos, sino instituciones donde se les dan clases de baile, de manualidades y demás talleres; que esta edad puede ser productiva.
• Educar a nuestros hijos en el seno familiar. Con palabras y, sobre todo, con el ejemplo, llevando a visitar a los abuelitos, hablando bien de ellos, tratándolos bien, etcétera.
• Involucrar a los ancianos en la sociedad. Creando centros de esparcimiento, aceptándolos en trabajos adecuados a su edad. Que el anciano no se sienta excluido del resto de la población y que pueda seguir sintiéndose productivo.
“¡Ancianos, el mundo nos necesita!”: Juan Pablo II
Pastoral de los Ancianos, la respuesta de la Iglesia a la senectud
De hecho, las Agencias y Organizaciones católicas atienden a muchas personas de la tercera edad; hoy día hay 532 asilos en África, 3 mil 466 en América, mil 456 en Asia, 7 mil 435 en Europa y 349 en Oceanía; en total: 13 mil 238 centros de asistencia para ancianos en todo el mundo.
Una preocupación universal
El Papa Juan Pablo II, manifestó su preocupación por los ancianos en el documento: «La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia», el 1 de octubre de 1988; en él marcó las pautas para una Pastoral de Ancianos, urgente y necesaria en cada rincón de la Iglesia. (Ver recuadro).
Pastoral de Ancianos en Guadalajara
Hay varios aspectos en los que comienza a trabajar la Sección. A través de las parroquias se convoca a los mayores a participar en los movimientos laicales, pues ahí tienen un espacio asegurado, ya que los padecimientos o limitaciones propias de la senectud no son un impedimento: «Son espacios donde se reúnen, donde comparten sus expectativas y problemas». Un segundo trabajo de la Pastoral es buscar la conscientización en la sociedad sobre la importancia de los ancianos –anota el padre– por ejemplo, en la sociedad actual, el anciano tiene un papel importante en el cuidado de los nietos, porque los padres tienen que ir a trabajar, y ellos atienden a los hijos».
Como es una Pastoral incipiente, su primer paso ha sido la conscientización, para dar lugar a un trabajo sistemático en busca de un buen plan para el desarrollo del trabajo pastoral. Por el momento, el Padre Federico, párroco del El Calvario, en la Colonia Seattle, invita a los sacerdotes de todas la comunidades a sumarse a esta pastoral; a que la conozcan e implementen en sus comunidades los medios necesarios para atender a los adultos mayores.
Pautas, para una pastoral de ancianos
•Propiciar la solidaridad intergeneracional.
•Incluir al anciano en la toma de decisiones, tanto a nivel familiar como social.
•Dar acceso al anciano a los cuidados sociales básicos, incluyendo los cuidados de la salud, especialmente para quienes viven en áreas rurales.
•Negociar con empresas farmacéuticas descuentos a medicamentos esenciales, para facilitar su adquisición.
•Atender en particular a ancianos infectados con sida, o a aquéllos a cuyo cargo han quedado huérfanos infectados por tal enfermedad.
•Cuidar de los ancianos con enfermedades mentales como el Alzheimer o similares.
•Legislar y fortalecer los esfuerzos legales existentes para eliminar cualquier abuso.
•Proteger su dignidad y su vida hasta su fin natural, proveyendo los cuidados paliativos.
•Instar al anciano a conservar su autosuficiencia y movilidad hasta donde le sea posible.
•Promover una cultura social donde se dé lugar al anciano y se eduque así a la sociedad, tanto en los niveles elementales como en los profesionales.
•Animar al anciano a comprender la evolución de la sociedad actual e instarlo a que no se sienta ajeno a ella con pesimismo y rechazo.
•Educar al anciano para el uso de los adelantos tecnológicos elementales en el ramo de la comunicación e información.
•Favorecer una imagen positiva del anciano en sí mismo, y desterrar de los medios de comunicación falsos estereotipos.
•Promover una educación intergeneracional, de manera que los ancianos enseñen a los jóvenes y éstos a los ancianos en mutuo intercambio.
“Centro Madre Teresa de Calcuta, A.C.”
Una opción para el anciano en la diócesis
Fruto de una experiencia
Sor Martha Josefina Rea González trabajó por varios años como ministro de la Comunión en el barrio de Jesús. Ahí se dio cuenta del terrible deterioro en el que muchos ancianos viven, y cómo muchos de ellos pierden no sólo sus bienes materiales, sino también a sus hijos; se quedan solos, condenados a morir en la más grande de las tristezas.
Su inquietud y celo apostólico la llevaron a organizar y fundar el «Centro de Formación para la Tercera Edad Madre Teresa de Calcuta, A.C.» en el que en la búsqueda de la plenitud de la vida, se lucha por una vejez digna, no sólo atendiendo a los ancianos, sino a las familias y personas que les rodean. Su objetivo es promover un cambio de cultura hacia la vejez en la sociedad actual, educando a quienes dan atención y cuidados a personas de la tercera edad.
Dicho centro, está integrado por un patronato, una comunidad religiosa, un grupo de voluntarias(os), personal docente, alumnos del curso «Gericultista», ex–alumnos (as) participantes en talleres de desarrollo humano, un grupo de psicoterapeutas, un grupo de colaboradores y el personal administrativo.
Favorecer la cultura del anciano
Para desarrollar sus proyectos, proporcionan terapias individuales y de grupo a los ancianos; los escuchan con auxilio telefónico en lo que llaman el «Teléfono de la Esperanza», y ofrecen servicio de gericultista a domicilio mediante Bolsa de Trabajo.
Una parte importante de su trabajo es favorecer el acercamiento del niño con el anciano mediante talleres llevados a cabo en instituciones educativas (alumnos, maestros y padres de familia).
Estancia por un día
Éste es uno de los proyectos más ambiciosos del «Centro Madre Teresa de Calcuta», que se precia de ser el primero en su género en todo el País y que busca, desde la humildad cristiana, ser modelo para la atención a ancianos en asilos. La estancia por un día es un lugar en el que el anciano que está solo por alguna razón, puede pasar el día ahí, y luego regresar a su casa. Su objetivo es ofrecer un espacio durante el día en el que se enriquezca la vida de las personas de la tercera edad, ofreciéndoles una oportunidad de desarrollo personal mediante actividades estimulantes, participación, apoyo y asistencia.
Voluntad propia
El primer requisito para que un anciano ingrese a la «Estancia de Día», es que él mismo lo decida, libre y conscientemente. Durante el día, el anciano recibe terapia ocupacional y recreativa. Gimnasio, baile, juegos de mesa etcétera, además de atención médica, valoración psicomotriz, convivencia con grupos afines, actividades musicales y de pintura etcétera. Además de ofrecerle espacios para el encuentro con su familia y con su entorno, de tal suerte que sin estar en un asilo, pueda hacer lo que le gusta, lo que quiere, y no apartarse de su familia ni sentirse relegado.
Si usted quiere conocer este interesante proyecto de la Iglesia que realizan eficazmente las Hermanas del Verbo Encarnado, puede comunicarse en el teléfono 3632-4797, o dirigirse a Av. Moctezuma No. 4529 o al No. 434 de la misma avenida, en la Colonia Jardines del Sol.
Testimonio
Niño y anciano a la vez
Don J. Jesús Ibarra Paredes, el Poeta del Santuario
Un poeta a los pies de María
«Me dicen el ‘Poeta del Santuario’ porque le hago poemas a todo el vecindario y con la cachucha me tapo pa&Mac226;que no me vean ‘el calvario’, aunque mi calvario es no sacar pa’l diario, y todo por no irme al Seminario» dice don Jesús cuando se presenta, y así, en cada una de las preguntas que se le hace, responde citando algunos de sus versos. Así es conocido, como el «Poeta del Santuario». Nació en el Rancho Popotes, Municipio de Mezcala, Jal.: «Mi Bautismo fue con mucha gala y la fiesta fue en el patio pues no había sala».
Con el tiempo se fue a vivir a Tepatitlán donde recuerda su preparación a los primeros Sacramentos. Después, los vientos de una mejor vida lo trajeron hasta Tlaquepaque: «Arriba Tlaquepaque, con olor a tepalcate donde se hacen ollas y comales, en donde se calientan las tortillas y se cuecen los nopales». Ahí fue donde creció, aunque él afirma que nunca dejará de ser niño: «La vejez es lo mismo que la niñez, nomás que al revés»; y es en este barrio de donde surgen los recuerdos de sus primeros años. Como buen mexicano, aprendió mucho del cariño de su madre, de sus consejos y desvelos y así la recuerda: «Gracias, madre mía, que los cielos canten con alegría y en la tierra festejen tu día. Yo no sé si fui el hijo deseado, eso me tiene sin cuidado, lo que cuenta es que me diste la vida y aquí estoy a tu lado.»
Recuerda también las vagancias en las calles de Tlaquepaque con su fresco olor a tierra mojada; recuerda los regaños de su padre, sobre todo el de aquel día en que se le hizo fácil tomar una naranja de una granja donde trabajaban: «No fuiste hombre de ciencia, pero tuviste la prudencia de educarme, paciente y con inteligencia. Me hubiera convertido en vulgar raterillo, si no me acabas en las sentaderas aquella vara de membrillo». La pobreza y las dificultades fueron compañeras de camino, la Cristera alejó a su padre de la familia y junto a sus tres hermanas y a su madre, lograron salir adelante.
Padre, esposo y amigo
Es de la amistad, de lo que más sabe don Jesús. Es padre, esposo, pero sobre todo se considera amigo. Su personalidad, jovial, fresca, juvenil, agradable fue sin duda alguna lo que lo llevó a retratar la ciudad y sus alrededores en frescos versos y alegres rimas. Es padre de seis hijos: «Mi señora es de Michoacán, yo de Tepatitlán y aquí formamos nuestro clan, y nacieron seis clancitos; unos feos, otros bonitos, pero todos ‘comen como angelitos’». Al mayor de ellos le llama «El PRI» y aunque el amor de padre es para todos por igual, dice que Dios lo socorrió con «El PRI», el Padre Roberto Ibarra, Misionero de Guadalupe, el mayor de sus hijos que viaja por el mundo predicando el Evangelio.
Un amor eterno
No identifica cuándo comenzó su interés por las rimas y la poesía, lo que sí sabe es que es un amor eterno que le ha dado más plenitud a su joven vejez. Recuerda bien un curso de literatura que tomó en el «Centro Cultural Cabañas», ahí, le preguntó a una maestra: «Maestra, anoche tuve un romance con la mujer ajena, contarlo no me dio pena pues era tan celosa, que enamorarme no valió la pena; ¿eso es poesía? No le hagas al misterio, eso es adulterio», le contestó.
«El Poeta del Santuario» recorrió la ciudad de punta a orilla lo mismo que el cuadrante radiofónico. No hubo pequeña plaza o estación que no visitara o a la que no hiciera una llamada telefónica. Su bicicleta fue su compañera de viajes: «Yo no sé si soy artista o poeta, pero sí me siento atleta, andando en mi bicicleta». Trabajó por 36 años en El Famoso 33: «En ese entonces estaba jovenazo; bueno, todavía porque tengo 80 inviernos, mis huesos todavía estaban tiernos, y ando buscando una mujer bonita para gastar la herencia que me dejó mi abuelita, nomás de vacilada, porque se enoja mi señora que parece señorita». Fiel aficionado a las Chivas Rayadas del Guadalajara y a la fiesta brava, don Jesús alternó su trabajo con el de Policía Auxiliar, sólo por tener la oportunidad de no hacer cola y entrar al fútbol, a los toros o a las fiestas sin pagar.
Vejez, divino tesoro
En medio de nuestra cultura de lo desechable –incluyo a las personas– «El Poeta del Santuario» ha demostrado que para vivir con plenitud, no hay edad. 78 años y todavía se escuchan sus versos entre sus amigos, en las calles del Santuario o cuando se sienta a tomar una nieve en la Plaza de Armas; es un anciano, sí, pero está vivo y quiere seguir comunicando la vida, tan es así que su testimonio le valió una condecoración como «Adulto mayor distinguido». Para él, la vejez es lo que dice su poesía (ver recuadro). A las personas que lo visitan les abre las puertas, les regala sus versos a los enamorados, su sonrisa a los que pasan junto a él.
También es defensor del anciano y promotor de esta edad, a la que considera hermosa y llena de oportunidades: «Afortunadamente –comenta– en mi vejez me han tratado bien, pero hay personas que no han corrido con la misma suerte: hay quienes han tenido que recurrir a las calles a pedir dinero, a ganar sustento, y eso es indignante; cuenta mucho también el lugar que se den ellos porque hay algunos que con facilidad ya no quieren trabajar ni moverse, y también con facilidad se ponen a pedir limosna. Uno se puede mantener joven ayudando a sus hijos en el mandado, haciendo lo que a uno le gusta, sonriendo, tratando de ser feliz, y es que la vejez es un ‘divino tesoro’».
Su fe, es otro de sus pilares; le ayuda a no temer a la muerte, la reta, la invita a su mesa, al mismo tiempo que invoca a Dios: «¡Oh Cristo de los ancianos! te pido que cuando muera, tenga un Rosario en mis manos y a Ti, a Ti en mi cabecera».
Terminó la entrevista. Don Jesús seguía sonriendo. En su ojos verdiazules, que el tiempo ha querido apagar, se puede ver su alegría, el niño viejo, o el viejo joven al que la edad no le ha mermado el alma... Un abrazo es la mejor forma de mostrar el agradecimiento por tan cálida entrevista, por tan elocuente testimonio.
Enlaces
De J. Jesús Ibarra Paredes
o filosofía,
pero lo dedico con mucha alegría
a todos los que me escuchan este día.
¿Qué es la vejez?
Lo mismo que la niñez,
nomás que al revés.
Al niño le dan chupón,
al viejo le dan chupete;
al niño le dicen: ¡Ven, ven!
y al viejo: ¡Vete, vete!
Al niño le dan mensaje de amor,
al viejo masaje para el dolor.
Al niño lo arrulla su mamá,
y al viejo le recuerdan a su mamá.
Si el niño llora,
mamá se mortifica.
Si el viejo llora, le dicen marica.
Cuando el niño llora,
es que tiene hambre.
Cuando el viejo llora,
por abandonarlo, o nadie lo mantiene.
Al niño le gusta «Menudo o Parchís»,
al viejo un vals o un chotis.
El niño es la energía que da la naturaleza,
pero al adulto se la quita a veces con rudeza.
El niño se divierte,
viendo televisión;
Y el viejo el tiempo invierte,
haciendo oración.
El niño comienza a andar a gatas,
el viejo termina,
andando en tres patas.
Si el niño no duerme,
causa desvelo.
Si el viejo se duerme,
amanece en el suelo
El niño tiene ansia de vivir,
el viejo ancianidad por vivir.
Al niño le dan un dulce o una colación,
Al viejo le ponen una psicóloga,
de buena presentación.
El niño le pide a su abuelo un cuento,
el viejo pide que en su jubilación,
le den un aumento.
Como ya somos muchos niños,
y muchos ancianos,
¡mejor ahí le dejemos!
Y a los dos, los ponemos a Dios en sus manos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario