El feliz jubilado me pidió que le llevara a las obras de la A-2, altura Canillejas. Llevaba en la mano una libreta con anotaciones de todas las obras de Madrid: su fecha de inicio, ubicación, número de operarios, maquinaria empleada, incidentes, etc. que tomaba in situ, como si de un inspector del ayuntamiento se tratara.
- Esta tarde - me dijo borracho de vida - pasaré a ver cómo lo llevan con el nuevo túnel de Santa María de la Cabeza, y de ahí iré al asfaltado de General Ricardos; la cosa está entretenida, pero nada que ver con años anteriores, cuando remodelaron la M-30. Ahí no daba abasto: llené cuatro libretas, y todo...
Reconozco que mientras le escuchaba sentí cierta admiración por aquel hombre. Muchos son los recién jubilados que se sienten inútiles, sin nada que hacer. Aquel hombre, sin embargo, no sólo sabía de sobra en qué emplear su tiempo libre, sino que además parecía disfrutarlo al máximo. Había encontrado en las excavadoras, las grúas y los andamios su motivo para levantarse cada mañana.
El caso es que, gracias a él, ahora veo las obras y sus correspondientes atascos con otros ojos. Con los ojos del plácido futuro que me espera. Porque, cuando sea viejito, me gustaría de veras llevar su misma jubilación. Y si hubieras escuchado la pasión que ponía en sus palabras, seguro que a ti también te habría picado el gusanillo de plantar la cadera de titanio junto a cualquier obra para ver el polvo y la vida pasar sin prisa, pero sin pausa.
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