La vida humana es, desde el nacimiento hasta la muerte, un transcurrir en el tiempo.
Pero el tiempo del que aquí hablamos no es el tiempo de los relojes, ni el de una época, sino ese otro tiempo intrínseco a los organismos vivos, que les permite desde que fueron concebidos, desarrollarse, crecer. Crecimiento y desarrollo que no pueden ni deben ser considerados desde el punto de vista cuantitativo, exclusivamente,
( pues nuestras células se multiplican aceleradamente a poco de formarse la cigota), sino como un proceso de complejización creciente , de diferenciación y subordinación de funciones que el organismo realiza en continuo intercambio con su entorno. Y es de ese continuo intercambio, con los otros, con las cosas, con la realidad que nos circunda , que cada ser humano va tejiendo y configurando su propio mundo. Un mundo humano, que si bien comparte con otros, es a la vez distinto para cada uno.
Un mundo que configuramos, inicialmente en la relación con nuestros proveedores externos, nuestros padres, y que vamos ampliando paula-tinamente en el proceso de crecer y de envejecer: porque, en realidad estamos envejeciendo desde que nacemos. A lo largo de la vida vamos construyendo un mundo que nos brinda ciertas certezas, pero que, a la vez, nos muestra que esas certezas pueden desvanecerse en cualquier momento: pérdidas, duelos, cambios para los que podemos estar bien o mal preparados.
Pensándolo bien, creo que hay dos certezas indubitables: una, es que hemos nacido. Otra es que vamos a morir.
Y creo que sabemos más de cómo se produce el nacimiento, de lo que éramos antes de nacer, de lo que fuimos en el pasado ancestral de la especie, o en el inconsciente de nuestros padres, o, en fin, en la larga cadena biológica que nos hace ser seres humanos, y, como tales, parte de la naturaleza.Pero, me parece, que sabemos muy poco, tal vez porque nos da miedo, acerca de la muerte. Sabemos que ella es la otra cara de la vida. Pero es esa otra cara que nos asusta, de la que menos se habla, y que constituye el gran misterio.
Y una de las cosas que el adulto mayor y el anciano deberían poder hacer es familiarizarse con ella y aguardarla, con tranquilidad: pues así como no pedimos nacer y un día nos encontramos en este mundo, tal vez no queramos morir pero ello ocurrirá inexorablemente.
Una paciente mía, con fuertes rasgos hipocondríacos, no podía ni siquiera oír hablar de la muerte. El miedo la superaba de tal modo que lo único que hubiera deseado escuchar de mí, (¿madre sustituta?) era que le dijera "tú no vas a morir". Y era una de las cosas que yo, precisamente, no podía decirle.
He podido observar que quienes tienen una fe religiosa por ejemplo, asumen más fácilmente esta idea del límite final : y si alguna vez hemos estado junto a un ser querido en el proceso que antecede a la muerte, cuando ésta va precedida de una pérdida paulatina y dolorosa de las funciones vitales, hemos sentido que la muerte era, al fin, una liberación. Cuando existe la certeza de que hay otra vida, una vida que trasciende a ésta que estamos acostumbrados a llamar vida, la proximidad de la muerte, propia o ajena, debería darnos alegría. La alegría de pensar que quien muere entra a una vida que al fin es la verdadera, ya que tal véz ésta sea, nada más que un paso, muchas veces doloroso,otras veces feliz, un tránsito, un devenir ,en este tiempo acotado que tenemos y que actualmente se nos ha prolongado, pero que muchas veces lleva a preguntarnos: ¿para qué?
Porque el anciano es hoy, en nuestra sociedad un ser indefenso, poco considerado, y, en ocasiones, maltratado.
A pesar de todo, hay entre los adultos mayores y los ancianos, una fuerza que depende de nosotros cultivar y desarrollar; es la fuerza de una realidad: cada vez somos más, puesto que la vida se ha alargado. Y cada vez somos más pensantes: tenemos la experiencia, el saber que dan los años, para apreciar cuáles son las cosas que tienen valor y las que no. Y tenemos también la capacidad de adaptarnos activa-mente, para modificar, en parte, la realidad. Adaptarnos no es aceptar pasivamente, no es acomodación sumisa a las circunstancias, sino lograr ese equilibrio entre asimilación y acomodación de que nos habla Piaget. Juego de intercambios que nos permite modificarnos y modificar la realidad que nos circunda.
Voy a considerar ahora desde el punto de vista cronológico los límites entre los que nos movemos para hablar de adulto mayor y de vejez. Deseo aclarar sin embargo, que los límites cronológicos para hablar de las distintas etapas de la vida no son los mejores criterios , pues ellos pueden no coincidir con la madurez propia de cada etapa, ni con los criterios psicológicos que las definen.
Nos parece acertado, aceptar el criterio seguido en el Seminario de considerar Adultos mayores a las personas que transitan entre los 55 años y los 75 : esto marca un período de envejecimiento.
Y hablar de vejez o de viejos, para referirnos a aquellas personas que están llegando a los 80 años y más.Hay pues, una larga etapa en la que es posible trabajar con intensidad, porque pueden lograrse, en la persona sana, cambios debidos a su capacidad de aprendizaje,
entendido éste como una modificación de la conducta en sentido amplio: referida al cuerpo, a la mente y al mundo exterior. (*) .
El envejecimiento es un proceso natural, gradual, de cambios y transformaciones a nivel biológico, psicológico y social que se estructura en torno al tiempo.
Pero tanto el A.M. como el anciano, cuando son personas sanas, cuando no han sufrido serios deterioros por enfermedades invali-dantes, o que alteran su sistema nervioso central, pueden aprender y educarse durante toda la vida.
Los objetivos de sus aprendizajes, así como los métodos y formas para lograrlos, deberán contemplar, como en cualquier otra etapa de la vida, las características propias de la edad. Ella tiene sus propias
"tareas evolutivas", concepto acuñado por Robert Havighurst hace
varios años y que sintetiza, por un lado las pautas madurativas que permiten ciertos logros y no otros, y por otro, las exigencias que cada sociedad tiene para con los individuos que la integran. Las tareas evolutivas son " tareas que surgen en cierto período de la vida del individuo, cuyo cumplimiento exitoso lo lleva a la felicidad y al éxito en tareas posteriores, y cuyo fracaso produce la infelicidad del individuo, la desaprobación de la sociedad, y la dificultad para cumplir tareas posteriores".(**)
Notas
(*)Cf. Bleger.Psicología de la conducta Eudeba. 1966.Cap.II
(**) Rice Philip. Desarrollo humano. Estudio del ciclo vital.Ed. Prentice Hall. Hispa-noamericana..Pág. 471.
Segunda parte.
La teoría epigenética de Erikson: el ciclo vital completado.
Para caracterizar estos años que van desde los 55 hasta la muerte, elegimos el punto de vista de Erikson, pues se ha ocupado del desarrollo normal, desde un punto de vista psicosocial. Su teoría se apoya en el psicoanálisis freudiano, pero la supera, según nuestro modo de ver, por considerar, desde el nacimiento hasta la muerte, el contexto social.
Sintéticamente diremos que este autor plantea el desarrollo humano, como una posibilidad de oposición o lucha entre dos fuerzas antagó-nicas: la adecuada superación de cada una prepara y facilita el logrode la siguiente. Sin embargo, a diferencia de Freud, considera que en
la adolescencia existe la posibilidad de que se produzcan reestruc-turaciones importantes, debido a la búsqueda de identidad y a la exis-.
tencia de modelos de identificación fuertes como pueden ser los edu-cadores.
La vida, para Erikson, comprende ocho grandes períodos: en cada uno de ellos se presentan conflictos que pueden ser superados. De no lo-grarse esto, las etapas siguientes pueden verse perjudicadas, pero siempre existe una posibilidad de revisión y de reparación.
Según palabras de Erikson ... "sobre la base de una experiencia apoyada en historias de casos y de vidas, sólo puedo comenzar con el supuesto de que la existencia de un ser humano depende en todo momento de tres procesos de organización que deben complementarse entre sí. Sígase el orden que se prefiera , existe el proceso biológico de organización jerárquica de los sistemas orgánicos que constituyen un cuerpo (soma); el proceso psíquico que organiza la experiencia individual mediante la síntesis del yo (psyqué); y el proceso comunal , consistente en la organización cultural de la interdependencia de las personas (ethos) ". (*)
Y más adelante agrega: "El principio organísmico que en nuestro trabajo resultó indispensable para la fundamentación somática del desarrollo psicosexual y psicosocial, es la epigénesis. Este término ha sido tomado de la embriología, y cualquiera sea hoy su status, en los tempranos días de nuestro trabajo hizo progresar nuestra comprensión de la relatividad que rige los fenómenos humanos vinculados con el desarrollo organísmico".(**)
El concepto al que Erikson se refiere, la epigénesis, nació en la biología, y designa, según el Gran Diccionario Salvat, el proceso por el cual aparecen nuevas estructuras en el curso del desarrollo embrionario.
Con el objeto de dar una visión del desarrollo humano desde el nacimiento hasta la muerte, hemos elegido la teoría de Erik Erikson sobre el desarrollo de la persona porque es un autor que muestra de una manera integrada y con gran claridad, el concepto de evolución humana; llama epigénesis a este proceso de crecimiento, y estadios psicosociales a cada una de las etapas o pasos.
Erikson habla de las ocho edades del hombre , desde la lactancia a la vejez, cada una formadora de una virtud particular. Cada paso o escalón de la vida humana se apoya sobre los escalones anteriormente conquistados. Y decimos "conquistados" porque estos escalones son virtudes, son productos de la lucha interna entre fuerzas sintónicas y distónicas, es decir, tendencias opuestas entre sí. Estas virtudes o "fortalezas esenciales" una vez conquistadas pasan a formar parte de nuestro patrimonio personal, de nuestro arsenal de recursos para afrontar las luchas siguientes. Por eso, cada etapa es también una crisis , una lucha, una oportunidad de crecer como persona.
Suele representarse con un diagrama una progresión a través del tiempo de una diferenciación de partes, donde cada parte existe, de alguna manera, antes de llegar a "su" momento decisivo y crítico, y se mantiene sistemáticamente vinculada con todas las otras, de modo que todo el conjunto depende del adecuado desarrollo y de la ade-cuada secuencia de cada una de las precedentes. A medida que cada parte llega a su culminación y encuentra alguna solución duradera durante su estadio, también se espera que se desarrolle aun más, bajo el predominio de las influencias de etapas posteriores.(***)
Los supuestos del diagrama son:
- La personalidad humana se desarrolla de acuerdo con pasos predeterminados por la disposición de las personas en crecimiento a dejarse llevar a un radio social cada vez más amplio, a tomar conciencia de él y a interactuar con él.
- La sociedad tiende a estar constituída de tal modo que satisface y provoca esta sucesión de potencialidades para la interacción y de intentos para salvaguardar y fomentar el ritmo adecuado y la secuencia adecuada de su desenvolvimiento.
Para Erikson la existencia de un ser humano depende de tres procesos de organización que deben complementarse entre sí:
- el proceso biológico de una organización jerárquica de los sistemas orgánicos que constituyen un cuerpo;
- el proceso psíquico que organiza la experiencia individual mediante la síntesis del yo;
- y el proceso comunal consistente en la organización cultural de la interdependencia de las personas.
Ahora bien, podríamos analizar, desde ese triple punto de vista lo que pasa con los adultos mayores y los envejecientes, según la feliz expresión de la Dra. Viguera, pero consideramos que esto puede ser fácilmente comprendido si recurrimos a las clases que en el Seminario I se dedicaron a analizar los mencionados factores.
Por ahora nos interesa más destacar las vinculaciones de las últimas etapas de la vida, con las que le anteceden, pues de lo contrario apare-cen como separadas y desarticuladas del resto.
Por eso vamos a ver ahora, siempre siguiendo a Erikson, las ocho edades del hombre.
Las ocho edades del hombre.
Vamos a ver resumidamente las etapas, sus fuerzas en pugna y sus virtudes resultantes.
I En la lactancia surge como virtud la esperanza, que proviene de la lucha entre confianza básica versus desconfianza básica.
El signo de que el bebé confía es que come bien, duerme bien y evacúa bien. Aprende a confiar desde el cuidado solícito de su madre que responde a sus necesidades vitales, y también desde su propia capacidad de recibir.
Aprende vitalmente que es querido, que sus padres velan por él. "Al obtener lo que se le da y al aprender a obtener que alguien le dé lo que desea, el niño desarrolla también el fundamento adaptativo necesario para que algún día logre ser un dador".(****)
II En la primera infancia ( o niñez temprana ) el combate es entre autonomía vs. ver-güenza y duda. Las virtudes resultantes son el autocontrol y la voluntad rudimentaria. La maduración muscular posibilita el manejo de dos modalidades sociales :aferrar o entregar; retener o soltar, que tiene incidencia sobre el ambiente y que puede conducir a actitudes hostiles o bondadosas. El control exterior en esta fase debe ser firmemente tranquilizador; la firmeza lo protegerá de su incapacidad para soltar y aferrar con discreción.
La firmeza no debe manifestarse en forma de crianza ni en castigos que provocan vergüenza y duda, pues tales actitudes disminuyen la autoestima del niño o despiertan una conciencia precoz de sí mismo.
III La edad del juego o años preescolares : la antítesis entre la iniciativa y la culpa alcanza su mayor intensidad. Si se sale victorioso de esa etapa queda la virtud de la finalidad o pro-pósito. En esta etapa llama la atención el placer que le produce al niño participar en distintas actividades, inclusive tomar algunas iniciativas, sobre todo para la conquista de lo deseado. Está ávidamente dispuesto a aprender y a imitar todo lo que se le ofrece. Trabajar con una finalidad concreta le resulta interesante. En esta etapa encontramos el precursor de una cualidad importante en el mundo adulto, que es saber ponerse metas y utilizar todos los recursos para alcanzarlas. Pero es también una etapa dolorosa, ya que al incluírse un tercero en la relación (antes existía sólo la madre), surge un conflicto triangular, complejo nodular del psicoanálisis. Pero dice. Erikson que los deseos apasionados del niño, de posesión y exclusión hacia sus padres, el amor y el odio, no coinciden con las posibilidades somáticas para su consumación (que se van a dar en la adolescencia) y sí coinciden con el florecimiento de la imaginación lúdica.
Entonces, estos deseos instintivos primarios y las culpas correspondientes ocurren en un período del desarrollo que combina el conflicto infantil más intenso con el máximo progreso del juego. Y es justamente el juego lo que libera al niño, permitiéndole una dramatización en la microesfera (el mundo de los juguetes) de un gran número de identificaciones y actividades imaginadas.
IV En la edad escolar la lucha será entre industria vs. inferioridad. En este momento el niño aprende a ser un futuro trabajador y proveedor. Aprende a obtener reconocimiento a través de la producción de cosas. Descubre el placer de completar un trabajo mediante la actitud atenta y perseverante.
Eficacia y competencia son las virtudes resultantes. Afectivamente se instalan nuevos sentimientos de camaradería, justicia, lealtad, puntualidad, relacionadas con la aparición de las reglas de juego. La cooperación entre individuos determina reciprocidad y asegura a la vez autonomía y cohesión, es decir, una mejor integración del yo; una regulación más efectiva de la vida afectiva. La inferioridad tiene que ver con un sentimiento de inadecuación física o el manejo de los recursos técnicos (las herramientas)
V En la adolescencia , edad de identidad vs. confusión de rol ( o de identidad) se conquistan las virtudes de fidelidad y devoción y es la más tormentosa de las crisis del crecimiento, también llamada "crisis de identidad". Son tan impresionantes los cambios físicos y mentales , que todas las seguridades anteriores conquistadas se ponen en duda.En la adolescencia vemos un cierto sentimiento agudo , aunque cambiante, de la existencia, y también un interés a veces apasionado por valores ideológicos de toda clase: religiosos, políticos, intelectuales.
La fuerza específica de esta etapa, la fidelidad, mantiene una fuerte relación con la confianza infantil y con la fe madura. El adolescente transfiere la necesidad de guía de las figuras pa-rentales a otras personas (amigo, mentor) a quienes admira y hacia ellos dirige su fidelidad. La antítesis es el repudio del rol o confusión de identidad, que puede aparecer en forma de falta de autoconfianza o como oposición obstinada y sistemática.
La adolescencia y el aprendizaje cada vez más prolongado de los últimos años de la escuela secundaria y de los años de universidad, pueden verse como una moratoria psicosocial, es decir, un período de maduración sexual y cognitiva, que conlleva a la postergación del
La adolescencia y el aprendizaje cada vez más prolongado de los últimos años de la escuela secundaria y de los años de universidad, pueden verse como una moratoria psicosocial, es decir, un período de maduración sexual y cognitiva, que conlleva a la postergación del compromiso definitivo. El primer ciclo escolar, en cambio, es una moratoria psicosexual, pues coincide con la latencia, caracterizada por un cierto adormecimiento de la sexualidad infantil y una postergación de la madurez sexual.
VI Juventud o edad del adulto joven es la edad de la identidad vs. el aislamiento.
Afiliación y amor son las virtudes que se requieren en esta etapa. Los jóvenes que surgen de la búsqueda adolescente de un sentimiento de identidad, pueden estar ansiosos y dispuestos a fusionar sus identidades en la intimidad mutua y a compartirla con individuos que en el trabajo, la sexualidad y la amistad, prometen resultar complementarios. Uno puede a menudo "estar enamorado" o entablar una relación íntima, pero la intimidad que está ahora en juego es la capaciad de comprometerse con afiliaciones concretas que pueden requerir sacrificios y compromisos significativos. Es la etapa en que el ser humano toma las decisiones más fundamentales de la vida (estado, carrera, trabajo, etc.). La evitación de esas decisiones y experiencia, debido al temor de pérdida del yo, puede conducir al aislamiento y a una consiguiente autoabsorción.
La contraparte de la intimidad es el distanciamiento: la disposición a aislarse, y si es necesario, destruir aquellas fuerzas o personas que representan un peligro para sí mismo.
Dijimos que afiliación y amor son las virtudes que se adquieren en esta etapa: la formación de una familia es el modo más adecuado para dar cauce a estas potencialidades . La convivencia y la progresiva compenetración con el cónyuge y con los hijos hace de la familia una verda-dera escuela de amor.
VII. Adultez o edad madura : la lucha es entre generatividad vs. estancamiento. Y las virtudes resultantes son cuidado y solicitud.
El hombre maduro necesita sentirse solicitado. Así como es impor-tante la dependencia de los hijos respecto a los padres, no menos im-portante es la de los padres respecto de los hijos.
La generatividad es, en esencia, la preocupación por establecer y guiar a una nueva generación. El concepto de generatividad incluye sinónimos tales como productividad y creatividad, que no pueden reemplazarlo. La generatividad constituye una etapa esencial en el desarrollo psicosexual y psicosocial. La capacidad de perderse en el encuentro profundo con otro ser lleva a una expansión gradual del yo incluyendo cada vez más personas o grupos de personas, en un círculo de identificación y amor.
Cuando falta tal enriquecimiento por completo, tiene lugar la regre-sión a una necesidad obsesiva de pseudo intimidad, a menudo acom-pañada de un sentimiento de estancamiento y empobrecimiento perso-nal.
Como puede verse, esta etapa implica un grado de madurez en que la persona no sólo puede realizarse a través de la maternidad o paterni-dad biológicas, sino a través de cualquier otra actividad que implique cuidar a las generaciones jóvenes, ser consciente del papel que se cumple en la sociedad como adultos responsables en cualquier fun-ción que se ejerce. La productividad y la creatividad no implican solamente una generatividad biológica, sino una posibilidad de gene-rar obras de trascendencia social , o cultural, que impliquen cuidado y solicitud hacia otros, generalmente más jóvenes o necesitados de una función paterna.
VIII Vejez.
Caracteriza a esta etapa la oposición entre la integridad del yo vs. la desesperación. Sólo el individuo que de alguna manera ha cuidado de cosas y de personas, y se ha adaptado a los triunfos y desilusiones inherentes al hecho de ser generador de productos e ideas, puede ma-durar gradualmente el producto de estas siete etapas.
Erikson lo designa como "integridad del yo" y señala algunos elementos que caracterizan dicho estado: es la seguridad acumulada del yo con respecto a su tendencia al orden y al significado; es la experiencia de que existe un cierto orden en el mundo y un sentido espiritual ya insoslayable.
Es la aceptación del propio y único ciclo de vida como algo que debía ser y que, necesariamente, no permitía sustitución alguna; significa así un amor nuevo y distinto hacia los propios padres, los ancestros y las tradiciones. Aunque percibe la relatividad de los diversos estilos de-vida, el poseedor de integridad está siempre listo para defender la dignidad de su propio estilo de vida contra toda amenaza física y económica; porque el estilo de su cultura o su civilización llegó a ser patrimonio de su alma.
En esta consolidación final, la muerte pierde su carácter atormenta-dor; la falta, la pérdida de esa capacidad yoica acumulada se expresa en temor a la muerte. La desesperación expresa que ahora el tiempo que queda es corto para intentar otra vida o para probar caminos alternativos hacia la integridad. Es como un malestar consigo mismo bajo la forma de mil pequeños sentimientos de frustración, apego, desgano, vergüenza, duda, ineficiencia, culpa, inferioridad, confusión de rol, soledad, desconfianza, miedo y tristeza. Son los vestigios no resueltos de aquellas batallas libradas en cada etapa del desarrollo para conquistar la virtud respectiva.
Lo maravilloso de esta etapa es haber arribado a una plataforma desde donde es posible mirar atrás con el corazón sereno y descubrir el significado singular de cada experiencia del pasado. Es poder dar sentido aun a los hechos vividos con dolor y angustia. Y es la oportunidad para integrar ahora concientemente, las etapas que en su momento no pudieron ser coronadas con su virtud correspondiente. Como recursar materias para llegar a ser una persona madura. Sabiduría cimentada sobre la experiencia de toda una vida, y una actitud contemplativa, serán las virtudes de esta última etapa, destinada a lograr una integración progresiva y creciente, cada vez más plena de sentido.
Paralelamente crece también la seguridad con respecto a la integridad del otro, base de la confianza y el primero de los valores de la vida que se vuelve a imponer.
Reflexiones finales.
Al releer la teoría de Erikson vino a mi memoria, tal vez por una asociación inconsciente y por contraste, un viejo libro que leí cuando tenía aproximadamente 25 años. Se llamaba "País de las sombras largas" y me hizo llorar. En él se narra, figuradamente, la vida de una familia esquimal.
En ese contexto, la madre de una joven madre, debía ser abandonada en medio del frío y de la nieve, porque, al haber otro miembro joven de la familia, el pequeño grupo familiar no podía retener entre sus miembros a una persona mayor que ya no podía aportar nada al grupo. Las razones estaban perfectamente justificadas desde el punto de vista económico. Si mal no recuerdo la hija volvía a buscar a su madre porque no soportaba el dolor de haberla abandonado. (O ¿tal vez este no es un recuerdo sino una satisfacción alucinatoria de un deseo?)
Acabo de perder a mi padre de casi cien años. Estuvo en casa con su lúcida cabeza hasta el momento de su muerte. Y siempre pensé qué hubiera sido de él si no hubiera tenido dos hijas que lo acompañaban.
Veo todos los días a otros viejitos maltratados: por la calle, en las oficinas públicas, en los Bancos, a lo largo y a lo ancho de nuestro extenso país, y me pregunto si la teoría de Erikson, o cualquier otra, sirven para ayudarnos a comprender lo que pasa con la vejez, con nuestra vejez, la de los muchos viejitos argentinos que han visto dis-minuídos sus ingresos y su consideración social, porque en algunos casos los han obligado a retirarse de sus funciones a los 65 años, o porque, sencillamente, aunque hayan trabajado mucho más, sus jubilaciones se han depreciado.
Acabo de leer en un Concurso para profesores universitarios una condición básica: tener menos de 65 años.
Es la edad en que estamos envejeciendo, según el Seminario, pero también es la edad en que, según Erikson y otros autores, podemos llegar a la sabiduría.
Estoy leyendo, simultáneamente, los cuestionamientos que hacen ciertos epistemólogos posmodernos a la manera de concebir el mundo que tenían los modernos; entre otros varios aportes hay uno que me llamó a reflexión: para el moderno, el "otro" cuando era distinto, debía ser aniquilado o domesticado.
Y me pregunto: puesto que las personas de 65 años en adelante pasan a ser llamadas "clase pasiva", por ser ésta la edad de la jubilación, al ser eliminadas de los lugares de trabajo, aún de aquéllos en donde podrían poner de manifiesto sus dotes intelectuales, ¿no son, para quienes dictan leyes, decretos, manejan nuestra economía, etc. esos otros, "distintos", que deben ser aniquilados o domesticados?
Ciertamente la integridad de la que nos habla Erikson, y que yo he enseñado hasta hace muy poco, debe cultivarse para aceptar el pasado individual que, aunque irreversible, puede ser asumido, reelaborado, e integrado, para enfrentar la muerte. Todo eso es verdad, pero también es verdad, (para los posmodernos no hay verdades absolutas y sí muchas historias posibles y muchos relatos, todos con igual derecho a existir), que la desesperación no se produce sólo por la necesidad personal de elaborar una actitud ante el futuro que cada vez es más corto, y que nos anuncia el límite final. La desesperanza, y hasta la desesperación ocurren muchas veces, porque los ancianos, como los niños desnutridos, y los enfermos, son en nuestra sociedad los grandes olvidados, los indefensos en un sistema social que aunque nos brinda portentosos adelantos técnicos, ha dejado de lado ciertos valores fundamentales.
En cuanto a los mayores, como testigos y actores de un pasado repre-sentan una historia viviente, ellos son parte de nuestra historia social y colectiva, que cuando no se asume, se olvida, o se desconoce, prepara la desintegración del nosotros colectivo. Y, en nuestro caso, como argentinos, es tal vez ese olvido, ese desprecio, o ese desconocimien-to, el que puede llevarnos a una mayor desintegración como sociedad y como país.
Mientras haya "incluídos" y excluídos" en cualquier sociedad se pro-duce una fragmentación que perjudica al conjunto.
Y el anciano es hoy excluído, a veces arbitrariamente, de sus fun-ciones. Salvo, claro está, cuando no se dedica a la política, para lo cual, al parecer, no hay límites, ni de edad, ni de capacidad.
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