miércoles, 14 de noviembre de 2012


Una tarde gris, y vacía, era todo lo que podía mirar cuando me asomaba a la ventana, ese 16 de agosto. Y es que ¿a quién no le ha pasado?, en mis 50 años de vida no he conocido hombre o mujer que pueda afirmar en mi presencia que nunca ha tenido un problema, que no se ha encontrado atravesando una situación difícil, o que el frío de la desesperación y la soledad no lo visitó nunca acompañado de un insomnio fatal debajo de sus cobijas.
Aún los individuos más poderosos e importantes han experimentado la desesperación, la incertidumbre y el ahogo de no encontrar una salida para aquello que les tomó por sorpresa. Cuantas historias podrían comentarse en una tarde de café, sobre circunstancias dolorosas. Creo firmemente que todos tenemos, al menos una para contar.
Pero lo que más cuesta aceptar, es el hecho, de que estos momentos nunca se irán. Si quisiéramos dejar de tener problemas, la única alternativa sería emprender una misión a Marte, porque en la Tierra las pruebas abundarán siempre. Y realmente, me resulta imposible considerar esta posibilidad. Pero paradójicamente, si se aprende a mirarlos desde una perspectiva diferente, pueden convertirse en las fortalezas más grandes del ser humano.

En una ocasión conversando con un amigo, recibí de él una enseñanza muy interesante; mientras comentábamos nuestra perspectiva de vida me sorprendió cuando mencionó: “la vida debe ser una montaña rusa, ¿a quien le gustaría vivir siempre lo mismo?”, en ese momento supe que tenía razón, las subidas y bajadas constantes son la sazón de la existencia de la humanidad. Si no se atravesaran situaciones complicadas, no se valorarían los momentos hermosos.
Facundo Cabral explica esta posición de una manera diferente, cuando puntualiza “en la vida, todo aquello que llamas problemas, son lecciones”, “nuestro paso por la vida es tan corto, que sufrir es una pérdida de tiempo”. Dios nunca nos envía dificultades, solamente las permite, y aún cuando parecen no tener sentido, para nuestro limitado razonamiento, ellas siempre tendrán “un propósito”. Quizá en medio de la tormenta esto suene absurdo, pero con el paso del tiempo, siempre esto termina convirtiéndose en una realidad.

Las complicaciones forman en nosotros carácter, las lágrimas derramadas en la soledad nos hacen fuertes, y los oleajes que se salen de control, nos regalan el tesoro más grande que pueda tener un ser humano: la humildad. Aquellos que no son humildes, nunca podrán ser felices, porque Dios promete exaltar a humilde, pero pasar muy lejos del altivo.

Un pasaje de la Biblia menciona que Dios, a quienes ama, los afina como a plata. Esa tarde obscura se tornó hermosa, cuando alcancé a escuchar a una mujer, recitando esta historia: “una vez hablé con un hombre que se encontraba puliendo hermosas placas de plata, y le pregunté: señor, ¿cómo es este proceso?, y el me contestó, la plata pasa por varias etapas, primero se introduce en un fuego intenso, temperaturas altísimas, luego se deja en un armario reposando por un lapso de tiempo, y finalmente se comienza lentamente a pulir con fuerza. Entonces pregunté; ¿y cómo sabe usted, cuando debe dejar de pulirla?, y el mirándome fijamente a los ojos respondió: yo sabré que el proceso ha terminado, “cuando mi rostro, se vea reflejado en ella”.

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