¿Existe el amor después de la juventud, después de la adultez, en la adultez mayor, en la última edad de la vida? Recuerdo que un amigo psicogeriatra respondió a la misma pregunta con un sí rotundo. Pero agregó: "Siempre que conserve la capacidad reparatoria". Es decir, ofreció una argumentación kleiniana muy válida, no se conformó con el lugar común de "el amor no conoce edades". Pero la pregunta planteaba la duda, suponiendo que también podría tener una respuesta negativa, porque "Vejez con amor, no hay cosa peor" dice el aforismo popular.
La capacidad de amar y la capacidad de ser amados son las dos condiciones básicas de la calidad de vida del adulto mayor. No todos poseen capacidad de amar: no la han desarrollado o la han perdido. Sabemos que según esa concepción reparatoria de Melanie Klein y Joan Riviére (1976) el amor del niño que supera exitosamente su posición paranoide y se instala en la posición depresiva, adquiere la capacidad de amar cuando surge el deseo de brindar felicidad a los demás, ligado a un sentimiento de responsabilidad e interés por ellos, que se mantiene en forma de genuina simpatía y de capacidad de comprenderlos, tales y como son. Nosotros (Flores Colombino 2001B) simplificamos la idea kleiniana afirmando que quien ama es capaz de ver a la otra persona con sus partes buenas y malas, al mismo tiempo, aceptándola tal cual es, sin pretender cambiarla. Pues la simpatía genuina implica identificación con el otro, colocándonos en el papel de buen padre y de buen hijo, eliminando los motivos de nuestro odio y reparando nuestros agravios fantaseados.
La crisis de la mediana edad, por ejemplo, suele obedecer a la persistencia de la posición maníaca, no reparatoria del adulto, quien enfrentado a la posibilidad de la muerte, en lugar de enfrentarla integrativamente, se deprime profundamente y de paso niega su edad, adoptando ridículas posturas extravagantes o reivindicativas como la fuga o la desaparición, abandonos laborales, cambios en la manera de vestir por ropas juveniles y colores chillones, autos deportivos, motos, botas, camperas, lentes oscuros. Las mujeres en crisis acortan las polleras, se preocupan de la línea como nunca, se independizan y rebelan de sus maridos. Ambos pueden abandonar el hogar en aras de una nueva pareja, generalmente de menor rango social y cultural, y a veces de menor edad. O se entregan a actividades extramatrimoniales impensables en épocas anteriores de sus vidas (Flores Colombino, 2001A). Todo por no haber alcanzado la capacidad reparatoria.
Dice Klein (1976) "Este mecanismo de 'reparación' es, a mi juicio, un elemento fundamental en el amor y en todas las relaciones humanas". Si a estas consideraciones psicoanalíticas kleinianas sumamos las freudianas, que prevén la adquisición de la capacidad de advenir a una postura 'anaclítica' que supere el narcisismo primario y permita cargar catexialmente los objetos de amor con nuestra libido sin experimentar un vaciamiento angustiante, incorporamos la segunda condición básica para alcanzar el amor en el adulto mayor: manejo del narcisismo y capacidad reparatoria. No es raro que muchas personas mayores hagan un repliegue narcisista y que demanden afecto y atención, renunciando a su capacidad de dar amor. El resultado es que también pierden la capacidad de recibir el amor, pues temen crearse la obligación de responder, de devolver, de reparar, y utilizan mecanismos de negación y de encasillamiento con mayor frecuencia (Zinberg y Kaufman, 1976). Pero cada uno envejece diferente, se va dejando de ser joven poco a poco. La salud mental de cada uno es fundamental y marca la diferencia, aunque la salud física y social no son menos relevantes.
Las estadísticas son muy claras, y establecen que la mujer enviuda con mayor frecuencia que el varón, lo que implica que tanto en términos absolutos como relativos, hay más mujeres adultas mayores en estado de viudez que varones. La relación en el Uruguay es de 4 a 1. Y estos últimos se casan rápidamente, pues pareciera que toleran peor la viudez que las mujeres, además de tener una oferta mayor para componer una nueva pareja. Los Clubes de mayores suelen ser un ejemplo claro: la participación femenina es todavía mayor que 4 a 1 y suele llegar a cifras como de 30 a 1 y 50 a 1.
Por tanto, en el amor otoñal pueden darse situaciones muy variadas, pues hay una radical diferencia entre un/a adulto/a mayor y otro/a, si está casado/a o viudo/a o divorciado/a o separado/a o soltero/a. El amor entre adultos mayores comprende tantas variables posibles como en la juventud, pero señalaremos algunas variables típicas de esta época de la vida.
EL ENAMORAMIENTO OTOÑAL
Los cambios que produce el enamoramiento en una persona pueden obedecer a la presencia de sustancias químicas, como lo afirmara Liebowitz (1983), o a una reestructuración de la conciencia con fuertes mecanismos de idealización fantasiosa inspirada en un modelo de pareja preconcebido. Pero el resultado es el mismo. El individuo enamorado adquiere un estado de alerta, modifica sus patrones de sueño y alimentación, adopta una postura maníaca en que todo es posible, sus pensamientos grandiosos respecto a la pareja elegida le hacen adoptar compromisos exagerados y comportamientos muchas veces ridículos, como hablar horas por teléfono, hacer regalos caros o gastar en exceso, escribir poemas y canciones que antes despreciaban y despliegar actitudes impresionantes propias del cortejo y de acuerdo a las posibilidades de cada uno, que se ven aumentadas por lo general.
Del varón y la mujer adultas mayores se espera sensatez, mesura, realismo, serenidad, de acuerdo a los estereotipos vigentes en todas las épocas. Por tanto, el adulto mayor no tiene permiso para enamorarse, según sus hijos, nietos y amigos, y según la sociedad. Enamorarse estaría fuera de lugar. Esta fuerte tradición cultural se ha modificado, por suerte. Ha desaparecido la gerontofilia como desviación sexual, así como la sospecha de que todo anciano varón sobre todo, es más proclive a las parafilias y abusos de niños. Se reconoce que hay adultos mayores de ambos sexos, atractivos, seductores, amables.
No poseemos estadísticas sobre los niveles de feniletilamina y noradrenalina que segregan las personas mayores enamoradas, pero sabemos que hay personas enamoradizas a toda edad, aun en la vejez. Los terapeutas y geriatras suelen ser destinatarios de la transferencia positiva de sus pacientes añosas, casi tanto como de sus pacientes jóvenes, y ello constituye un indicativo de la persistencia de la capacidad de enamoramiento. Pero existe un prejuicio contra su manifestación pública, sobre todo si no se trata de su pareja estable. El mexicano Carlos Fuentes, con 73 años cumplidos protesta frente a una sugerencia de la entrevistadora (Barragan, 2001) sobre su famosa versatilidad en cuestiones amorosas. "No ando por ahí de cachondo por todos lados. Fui un donjuán en la juventud, que es justo cuando hay que serlo," -dice- "si no, uno corre el riesgo de serlo en la vejez y entonces uno se vuelve ridículo y un viejo verde". O como dicen los españoles, recordamos nosotros "Vejez enamorada, locura declarada".
Los amores secretos y unipolares, unilaterales, no son raros sin embargo, a esta edad, y suelen llenar los días y las fantasías de las personas mayores, que pueden transformar en amistades sus amores inconfesos o imposibles. Porque su amor heterosexual se deposita sobre una persona casada o comprometida, o es expresión de su orientación homosexual.La literatura nos ha dado con "El amor en los tiempos del cólera" de García Márquez uno de los más conmovedores y mágicos amores entre dos adultos mayores: Fermina Daza y Florentino Ariza. ¿Era solo enamoramiento? Duró toda una vida de Florentino, por lo menos. Cuando sus hijos se oponen a los nuevos amores de la viuda Fermina dice: "Hace un siglo me cagaron la vida con ese pobre hombre porque éramos demasiado jóvenes, y ahora nos la quieren repetir porque somos demasiado viejos". Y sentenció: "Que se vayan a la mierda. Si alguna ventaja tenemos las viudas es que ya no nos queda nadie que nos mande". Y subió al buque 'Nueva Fidelidad' para remontar una y otra vez el río Magdalena, con la bandera de cuarentena para preservar los amores de la indiscreción de los profanos. Al fin y al cabo su celoso hijo Urbino tenía razón cuando afirmaba: "Los viejos, entre viejos, son menos viejos".
LOS MATRIMONIOS SUPERVIVIENTES
Aunque parezca mentira, en los albores del siglo XXI hay personas que se han casado una sola vez y siguen juntos luego de 30, 40, 50 y más años de matrimonio. El individuo atraviesa por fases o periodos vitales, así como se han descrito diversas edades personales, que no analizaremos aquí. Pero es importante que esas crisis vitales -como la mediana edad, por ejemplo, o el climaterio masculino y femenino- sean exitosamente resueltas, que los proyectos existenciales se hayan alcanzado, que la convivencia con los hijos y nietos, las crisis del retiro laboral, las inevitables enfermedades y limitaciones concurrentes, sean bien llevadas. Pero sobre todo -lo recalcamos- el mantenimiento de un nivel de comunicación fluido y negociador de las nuevas situaciones que la convivencia prolongada va creando en la construcción de realidades cambiantes, aseguraría la sobrevivencia del amor en la adultez mayor.
Estas parejas son decididamente monógamas. ¿Héroes? ¿Víctimas? Los partidarios del matrimonio abierto de los 70s como James y Lynn Smith (1974) afirmaban que "el casamiento monógamo es, en su propio macabro modo, una forma legalizada y normatizada de esclavitud emocional y erótica... contraria a la naturaleza humana" y Albert Ellis (1974) que "la monogamia conduce a la monotonía, a la restricción, a la posesividad, a la inanición sexual, a la muerte del amor romántico y a otras muchas desgracias".
El conocido aburrimiento de la larga convivencia ("el matrimonio mata el amor"), no es un destino de todos. "Cabin fever" o "fiebre de la cabaña" es una vieja expresión inglesa que designa los problemas derivados de la sensación de asfixia, generada por el exceso de contigüidad (Frings Keyes, 1981). Pero no hay exceso cuando el amor está vivo. Todo es cuestión de encontrar la modalidad adecuada para la convivencia de acuerdo a los caracteres y a los intereses personales.
Nosotros (Flores Colombino, 2000B) describimos seis formas de ajuste de la pareja añosa: simbióticas, defensivas, dependientes, disociadas, románticas e integradas. Cada una encontró algún factor fundante y cohesionante: la interdependencia obligada, el blindaje paranoide, la adscripción pasiva a otro grupo familiar, la independencia mutua, el amor sentimental como eje del vínculo y la dinámica renegociación realista de la vida, integrando las tres dimensiones del tiempo: pasado rico, presente disfrutable y futuro lleno de sentido.
De alguna manera, el amor otoñal en cada tipo de las parejas mencionadas adquiere formas diversas: más afectuosa, más amistosa, más sexual, más tierna, más refinada, más espaciada, más profunda, más romántica. Pero por sobre todas las cosas, aunque pueda parecer insípido, el amor otoñal es realista, acepta las arrugas del otro, la sordera, las pequeñas manías, las depresiones peculiares, los gustos y preferencias, así como el manejo del dinero cada vez más restrictivo, incluso las infidelidades del pasado son finalmente elaboradas cuando existieron. Según estadísticas, el 50 % de las parejas que no son interrumpidas por la viudez, envejecen juntas sin problemas. La otra mitad convive en medio de un infierno pequeño, mediano o grande, con diversos grados de separación y divorcio, bajo el mismo o diferente techo. Una crisis matrimonial frecuente es la provocada por el llamado 'nido vacío' cuando los hijos ya adultos se van de la casa para formar un nuevo hogar, casados, unidos o por independizarse. Dice Boero (1999): "Se encuentran solos y con una fachada de matrimonio, que franqueada, solo muestra ruinas de una relación frustrante". Los gerontólogos y sexólogos señalamos que es la ocasión en que la presencia de los hijos como postergadora y catalizadora de los conflictos conyugales, ya no está, y los conflictos se desatan. Claro que un matrimonio sano los resuelve o ya los tiene resueltos de antemano.
La nueva realidad es la situación del "nido relleno", cuando los hijos divorciados, separados o incapaces de financiar su independencia, vuelven al hogar paterno que ya se reorganizó para procesar la ausencia de hijos, y ahora debe reestructurarse, no solo edilicia sino económicamente, lo que no es poco.
DIFERENCIAS DE EDAD EN EL AMOR OTOÑAL
Difícilmente se observan matrimonios en primeras nupcias con grandes diferencias de edad, aunque en todas las culturas, el varón es unos años mayor que la mujer. Históricamente el matrimonio en segundas nupcias de un varón añoso y poderoso con una mujer joven, hermosa y virgen, aunque pobre, era un derecho consagrado por la costumbre. Los árabes ricos, cualquiera fuera su edad, que practicaban y practican la poligamia normativa, se casaban con las mujeres más bellas y jóvenes de su comunidad y aun de lejanas tribus. En la baja Edad Media el 'derecho de pernada' de los nobles fue un ejemplo atenuado de esa costumbre.
Pero la estigmatización de la vejez ha predominado en todas las épocas, por más que era contrarrestada con oportunos reconocimiento de su valor.
Un ejemplo bíblico de parejas con gran diferencia de edad que trascendió a nuestros tiempos, fue el del Rey David, quien, cargado de años y triste, mejoraba con el calor de jóvenes mujeres que dormían con él, aunque no 'yacían' en sentido bíblico. Una de ellas, la más importante, Abisag, pertenecía a la tribu de Sunam, por lo que el Rey poseía una virgen concubina sunamita. No se trató realmente de un matrimonio, pero el 'sunamitismo' equivale hoy al efecto rejuvenecedor por cohabitar con jóvenes.
Hacia el siglo XII, Felipe de Novara decía que los viejos "deben evitar sobre todo casarse con mujeres jóvenes, porque serán engañados indefectiblemente; pero casarse con una vieja no es mucho más recomendable, pues 'dos carroñas en una cama no son apetitosas' (Minois, 1989). Geoffrey Chaucer en sus 'Cuentos de Canterbury' escrito entre 1385 y 1390 cuenta la historia de un viejo carpintero que se casa en segundas nupcias con una mujer de 18 años, a quien mantenía enjaulada por sus celos, pero igual es engañado y ridiculizado hasta pasar por loco. Bath, una mujer casada tres veces de sus cinco matrimonios con ancianos, relata así sus avatares con estos últimos:
Difícilmente podían rellenar Los aparatos que los ataban a mí (si comprendéis mi sonrisa). ¡Dios me perdone! ¡Todavía me río al recordar como los hacía trabajar por la noche! Y a mi vez, yo apenas gozaba: Aquello no me proporcionaba ningún placer. Ellos me habían dado su tesoro, Y por tanto yo no necesitaba en absoluto darme prisa Para ganar su amor o mostrarles respeto.
Por la misma época, el Obispo de Avignon escribió 'Los quince gozos del matrimonio' donde critica duramente la diferencia de edad entre los esposos. Decía: "Considero completamente estúpido al anciano que quiere dárselas de guapo y se casa con una mujer joven. Imaginad cómo ella, que es tierna y de dulce aliento podrá soportar al que toserá, escupirá y se quejará toda la noche, ventoseará y estornudará: será un milagro que ella no se mate. Y él tiene el aliento agrio a causa de su hígado. Y cuando los jóvenes galanteadores vean a esa mujer bonita y alegre casada con ese pobre necio, echan cebo; porque piensan con acierto que ella caerá con más facilidad que otra que tenga marido joven y capaz. Y si por desgracia el anciano se vuelve impotente, todo se convierte en un infierno para él y para ella es más fácil la aventura".
En la misma obra, el Obispo no ahorra epítetos para el matrimonio en que la mujer es mayor, según Minois(1989). Si el joven se casa con una anciana, también él es la víctima. "Pues no hay nada más esclavo que un joven sencillo y de buen natural esté sometido y gobernado por una mujer viuda. El apetito y la lujuria de la fresca carne del joven la ha hecho glotona y celosa y querrá tenerlo siempre en sus brazos y asimismo querría sentirse siempre abrazada por él. Pero sabed que no hay nada que desagrade más a un joven que una mujer vieja, ni que le perjudique más su salud. Y si se da el caso de que una vieja se case con un joven, éste sólo lo hace por avaricia; por tanto, nunca llegará a amarla, y les pegan mucho, y malgastan lo que ellas tienen. Chaucer encuentra una sola ventaja en casarse con una mujer vieja: el marido joven nunca será engañado (Minois, 1989).
Sin embargo, el frecuente fallecimiento de las mujeres en el parto, hacía que el varón viudo se volviera a casar con mujeres más jóvenes. La diferencia de edad no se daba solo entre los cónyuges, sino entre padres e hijos. En el siglo XV y en Florencia, la diferencia media de edad entre los esposos es de catorce años entre los ricos y de once años entre los pobres y la mitad de los niños de menos de un año tienen un padre de más de treinta y ocho años. Aun hoy, cuando un padre adulto mayor pasea con sus hijos pequeños, se fastidia cuando les dicen ¡qué lindos son sus nietos!
En el siglo XIX el escritor ruso Chéjov (1980) en su obra 'El tío Vania', hace decir a Yeliena, casada con un profesor retirado, enfermo y viejo. "¡Todo el mundo vitupera a mi marido, todos me miran compasivos: una mujer desdichada, casada con un viejo. Esa simpatía hacia mí. ¡oh, qué bien la comprendo!". Ella tiene 27 años, y es pretendida por el tío Vania quien también ha pasado los 50.
ESTADISTICAS Y EJEMPLOS
Sin remontarnos mucho en el tiempo, tenemos muchas historias de parejas amorosas de edades muy diferentes en todas las épocas. En el Uruguay y por tomar como ejemplo lo que ocurrió en un solo año: 1997, se casaron 56 varones mayores de 50 años con mujeres menores de 29 años. En detalle: 8 varones mayores con mujeres menores de 20 años; 20 varones mayores con mujeres entre 20 y 24 años y 28 varones mayores con mujeres de 25 a 29 años. En cuanto a las mujeres mayores de 50, 14 se casaron con varones menores de 29 años. Detalle: Ninguna se casó con varones menores de 20, 4 mujeres mayores de 50 se casaron con varones de 20 a 24 años y 8 con novios de 25 a 29 años (Flores Colombino, 2000A).
No pretendemos hacer un catálogo de los casos contemporáneos de matrimonios de edades muy diferentes. La Argentina tiene al ex Presidente de la República de 72 años que se casó recientemente con una joven chilena de 35, el actual Presidente de México también lo hizo en segundas nupcias con una mujer joven, siguiendo el camino del ex Primer Ministro Canadiense. El Presidente Perón casi doblaba en edad a Eva cuando contrajeron nupcias. Y mujeres argentinas famosas como Susana Giménez, Moria Casan, Graciela Alfano tienen parejas masculinas jóvenes. Tita Merello tenía 17 años cuando aprendió a leer con su amante sesentón. Solo mencionemos muy someramente algunas parejas no del todo conocidas.
Pablo Picasso tenía 46 años cuando conoció a Marie-Thèrese Walter de 17, y 61 años cuando pasó a convivir con Françoise Guilot de 21 años. Con ambas tuvo hijos (Stassinopoulos Huftington, 1988).
Charles Spencer Chaplin se casa por primera vez a los 35 años con Lillita McMurray que contaba con 16 años. A los 54 años se casa con Oona O'Neill de 18 años. A los 73 años, nace su 10º hijo. (Tichy, 1985)
Marguerite Duras, la novelista que se hizo famosa con el guión de "Hiroshima mon amour" y sus novelas 'El amante', 'El square', 'Moderato cantabile', tuvo un enamorado de 22 años quien solo la conocía por su obra. A los 27 años de él y a los 65 de ella, luego de 5 años de acoso epistolar, ella le concedió una cita en su casa y no se separaron más en los 16 años siguientes en que ella vivió su vejez. Yann Andréa escribió un libro sobre esos tres lustros de convivencia del joven con su vieja amante, que denominó 'Ese amor' (Andréa Y, 2000).
La misma Marguerite Duras en su novela 'El amante' escribió sobre las relaciones de una condiscípula jovencísima con un varón maduro, que mereció un premio Goncourt y fue llevado al cine. La película fue vista por la compañera que inspira la novela, ya mayor, quien se desmayó al ver reveladas las actividades sexuales que había confiado a su amiga que llegó a novelista (Loza Aguerrebere, 2001).
La también francesa Edith Piaff, pese a su artrosis deformante, vivió en su madurez el amor de su vida con un joven de 24 años, quien la acompañó hasta su muerte.
Las parejas 'desparejas' por razones de edad, han dejado de serlo. Dejemos a un lado la paidofilia que comprende a prepúberes. Pero la fascinación de los adultos mayores por los más jóvenes, sean varones o mujeres, no obedece tan solo a que el modelo de belleza es exclusivo de la juventud, sino porque los adultos mayores han alcanzado en los albores del siglo XXI un nuevo estatuto: se han podido renovar afectiva, intelectual y sexualmente. La conservación y hasta el perfeccionamiento del cuerpo gracias a la sustitución hormonal, las dietas, el ejercicio y la cosmética, solo dependen de un cambio de actitud mental. La prevención del deterioro intelectual mediante una renovada actividad y una preservación y enriquecimiento de los neurotransmisores mediante fármacos adecuados a cada caso, solo depende de la aceptación de que la naturaleza humana es antropológica y no sólo biológica. No podremos evitar la muerte, pero podemos vivir mejor antes que nos llegue.
SEXUALIDAD OTOÑAL
Por último, la sexualidad de la pareja otoñal puede expresase en toda su plenitud. La idea de Margaret Mead de que la primera etapa de matrimonio busca el sexo, la segunda los hijos y la tercera solo la compañía, está caduca, perimida. Hay nuevos paradigmas para el amor y la sexualidad del adulto mayor. Esta antropóloga tenía razón, sin embargo, cuando afirmaba que "No hay poder más grande en el mundo que el tesón de una mujer postmenopáusica". Dice Helen E. Fisher (1994) que las tendencias del mundo futuro con la nueva empresa y la globalización, favorecen a la mujer, pues se vuelve más segura y aplomada a medida que envejece, menos atada a las tareas del hogar y la crianza de los hijos y adquiere más poder en el terreno político, religioso, empresarial y social". Y en la capacidad de formar parejas.
En el aspecto sexual la mujer ha logrado su orgasmo gracias a los conocimientos de sus zonas erógenas y las técnicas de estimulación y autoestimulación, que pueden ser compartidas con sus parejas jóvenes o viejas, nuevas o antiguas. Además de la sustitución hormonal y los geles lubricantes, la mujer madura debe conservar, recuperar o desarrollar su poder de seducción como una cualidad social más. Y muchas lo han hecho siempre. Son las adultas mayores del grupo que se casan una y otra vez, cuando sus maridos abandonan este mundo. En los grupos de adultos mayores se sabe quienes son: "se casan siempre las mismas", se quejan con envidia las mujeres mayores más tímidas.
Los varones pasaron de los 'brebajes del amor' y el rejuvenecimiento que cazaba incautos con pretensiones mayores a sus fuerzas, a las hormonas que eran eficaces solo en caso de climaterio masculino comprobado, pasando por nutrientes y estimulantes generales, las prótesis peneanas cada vez más sofisticadas y aun vigentes para algunos casos de disfunción eréctil irreversible, hasta el citrato del sildenafil, la pastilla azul que en dos años cambió la cara de los desahuciados sexuales, para recuperar el falo rígido y llegamos al clorhidrato de apomorfina que facilita el ya establecido reflejo erectivo por estimulación directa del glande, eficaz en todas las edades, pero específica de las parejas adultas mayores desde hace décadas.
Nosotros (Flores Colombino, 1998) hemos estudiado la sexualidad cuando los adultos mayores se dementizan, sobre todo con la temida enfermedad de Alzheimer, y comprobamos que a las reticencias iniciales de las parejas sanas, pues temen abusar de la discapacidad mental de quienes buscan mantener relaciones sexuales con ellas, sigue un consentimiento que da nuevo sentido a la vida en pareja, en que la sexualidad "es el único terreno en el que podemos comunicarnos" según nos dijera una esposa "feliz de haber dado a mi marido una calidad de vida en sus últimos años, que me parecía imposible en esa enfermedad tan destructiva". No olvidemos los sexólogos que la sexualidad es terapéutica en muchos campos, hasta en la demencia. Debemos asentar que los amores homosexuales también tienen su lugar en la adultez mayor. Tal vez son menos conflictivas entre lesbianas que en varones. Y también en estos casos la elección de una pareja joven es muy frecuente.
EL AMOR INVERNAL
Este trabajo debería denominarse "El amor invernal", pues si aceptamos que la vida humana nace en primavera, crece en verano, madura en otoño y desfallece en invierno, la adultez mayor correspondería al invierno y no al otoño. Tal vez fuimos influidos por el cambio semántico que los propios adultos mayores han logrado para designar a esta etapa de la vida. Ya no vejez, ya no tercera edad, sino adultez mayor. En el Uruguay, un viejo profesor de la Facultad de Medicina y Decano de la de Humanidades escribió un libro que denominó "Vejentud, humano tesoro" (Tálice RV 1979). Vejentud es más parecida a juventud, que está glorificada. El drama de las siete edades de Shakespeare en "Como Gustéis" pasa por "la cincuentena como panzón, en los sesenta con apergaminadas pantorrillas y termina con la escena final de la regresión del hombre a la condición de un niño sin memoria, sin dientes, sin ojos, sin deseo, sin nada". Y remata en otra obra suya: "El peregrino apasionado" en que solo dice rotundamente: "Vejez, yo te aborrezco, y adoro a Juventud".
Pero el poeta francés del medioevo Agrippa d´Aubigné estimaba tanto la vejez que dice: "una rosa de otoño es más exquisita que ninguna otra" y se casa en segundas nupcias, a los 70 años, con una mujer de 50, aceptando que
"Todo lo puede el invierno, vejez afortunada,La estación del placer, no ya de los esfuerzos".
También se ha asimilado la vida humana a las etapas del día: mañana, mediodía, tarde y noche. El atardecer era la vejez. Y el escritor Somerset Maugham decía que "Nadie niega la belleza de la mañana y del mediodía radiante, pero sería un necio el individuo que corriera las cortinas y encendiera la luz para eliminar el atardecer apacible".
Dejemos al invierno áspero, seco, helado y obscuro, para quedarnos en el otoño, que al fin y al cabo, "tú no me dijiste que mayo fuera eterno", como dice Amado Nervo en su poema "En paz". Sin duda habrá de sobrevenir el invierno y el frío aun mayor de la muerte. Y es el temor básico a esta entidad la que niega que la vejez pueda ser la mejor etapa de la vida. Y llena de amor.
A Simone de Beauvoir (1970) siempre se le criticó duramente su pesimismo en su monumental libro "La vejez". Lo que ella denunció fue que el estado en que se encontraba la vejez en la época en que se ocupó del tema "denuncia el fracaso de toda nuestra civilización". "Lo que hay que rehacer es el hombre entero" -dice- ", hay que recrear todas las relaciones entre los hombres si se quiere que la condición del anciano sea aceptable". En esa sociedad utópica la vejez no existiría. Habría una 'edad postrera' diferente de la madurez y la juventud, "pero con su equilibrio propio y que deja abierta al individuo una amplia gama de posibilidades". Este desafío es para todos. ¿Qué diría la pareja de Simone? Dos gerontólogas argentinas, Haydeé Andrés y Liliana Gastrón (1998) investigaban sobre el bienestar de los adultos mayores y le preguntaron a una escritora mayor: "¿satisfecha en general por la forma como se le dio la vida?" "Bueno", les dijo la interrogada. Algo que tomaron como una verdadera lección de vida y una síntesis de muchas entrevistas realizadas. "Le voy a contestar con una frase de Sartre a quien admiro mucho: 'uno es lo que ha llegado a ser'"
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