Hay tanto, que se oculta en la mirada, en el gesto con que esta mujer nos mira; hay tanto, tanto misterio, que las palabras podrían quedarse mudas, casi siegas, pero ellas pertenecen tan extrañamente a la vida, que para conocerla, y cruzar las tempestades y los desiertos, y llegar a conocer la soledad que se esconde bajo siete llaves, es preciso dar riendas sueltas a estas, es preciso soltar el temor a la vida; Para que así, bajo este fervor las palabras, sepan llegar ahí, ahí en donde el gobierno de las palabras es un gobierno al cual todas las cosas se someten.
La vida es tan alta, que para poder verla un hombre debe someter sus miedos, sus más íntimos miedos, a una total indiferencia, a una total fortaleza de vista, debe someter todo al mandato de la vida.
La vida que experiencia de divinidad, y lo cierto es que en su pecho es una divinidad la que golpea a cada paso que en ella se desenvuelve, a cada movimiento y nueva dirección que la vida toma. Lo cierto es que si es la vida misma, es una divinidad lo que toma esta dirección, la vida debería ser para nosotros lo divino mismo, pero cuan difícil es ver en ella, cuan alta es para los ojos. Uno no quiere mirar de lejos como la mujer camina por la calle, uno desea tenerla, poseerla y de un extraño modo ser libre en el someterse al mandato de ella. Antes de vivir es preciso tanto dolor, tanto como los de una madre al parir.
Sebastian Vásquez Y.
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