Conozco a María desde hace seis años. Cuando la conocí tenía setenta y cinco años y poseía una memoria prodigiosa. Era culta, refinada y muy cuidadosa de su aspecto exterior. Ella proviene de una familia adinerada que, por circunstancias de la vida, la ha dejado sola. Cuando nos conocimos ella me adoptó como su nieto y yo a ella como mi abuela. Compartimos muchos momentos: los buenos y también los malos. Ella me alentaba en mi trabajo y ministerio pero también me hacía observaciones de lo que hacía mal o lo que era incorrecto en mi trato con los adultos mayores.
Por problemas de vivienda ella se alejó de la zona donde trabajo y la relación se fue enfriando un poco: cuando yo le proponía visitarla ella tenía otros compromisos o no iba a estar en casa; se fue alejando de la iglesia, pues al vivir más lejos se le hacía difícil asistir a todas las actividades y así también dejó su trabajo, por demás eficiente, en el área social de la iglesia. Nuestros contactos, en el último tiempo, fueron por teléfono o al cruzarnos en algún culto.
En abril cumplió ochenta y un años. Se encerró totalmente en sí misma, descuidó su aspecto exterior, y ha ido perdiendo la memoria de sucesos recientes. Su salud se deterioró visiblemente. Un día vino a visitarme y a pedirme ayuda pues, como no tiene familia y se encuentra muy delicada de salud, la iglesia decidió ponerla en un geriátrico (residencia para abuelos o enfermos). Ella quería que yo intercediera para que le dieran un poco más de tiempo antes que se la llevaran a la residencia geriátrica, para poder así despedirse ella de la vida, sus muebles, su gata, en fin, de sus cosas ...y de su libertad.
Pocos días después fue internada en el geriátrico en donde no puede salir ni recibir visitas hasta que se adapte al lugar. Llevaron su gata a la casa de una amiga. Sólo se pudo llevar con ella un reloj que perteneció a sus antepasados y algunas prendas de vestir.
Frente a esto me pregunto: ¿La iglesia actuó bien? ¿Conocían ellos lo que ella quería? ¿Realmente alguien la escuchó? O, ¿simplemente optaron por la solución más rápida para solucionar el problema que ella significaba para la congregación?
A continuación quiero compartir algunos pensamientos respecto a la necesidad de conocer, como iglesia, a los adultos mayores que la integran, especialmente a los que están solos (viudos o solteros, o que no tienen familiares). ¿Qué pasa por su mente? ¿Cómo perciben ellos a la sociedad y a la iglesia que los rodea? ¿Sienten que los incluyen o que los expulsan?
En estos días leí algunos capítulos de un libro que habla de los proyectos en la edad adulta y de las dos formas de pensar que tiene la sociedad en relación con los adultos mayores. Este libro se refiere por un lado a los hebreos que nos dicen, según la Biblia, que la vida de por sí es buena y que tener larga vida es una bendición divina. En Proverbios 16.31 se concibe el cabello gris como "corona de gloria." Para el judaísmo clásico, una vejez feliz era el premio por haber cumplido con los valores culturales. En el libro de Deuteronomio el adulto era el que velaba por el cumplimiento de las tradiciones y las costumbres, dando así prioridad a la sabiduría y espiritualidad de los mayores. De este modo, si una persona era vieja, indicaba que había podido acumular una vasta experiencia y por consiguiente tenía sabiduría. Conocer las Escrituras a fondo y haber vivido sus enseñanzas les daba autoridad espiritual.
Por otro lado, en el mismo libro se hace referencia a la cultura griega que en su período clásico consideraba a los ancianos como la antítesis del ideal, pues sostenían que la vejez es el inevitable destino que, junto con la enfermedad, la fealdad y la muerte, le llega al hombre en esta etapa. Los adultos mayores en dicha sociedad no gozaban de muchos privilegios, salvo los integrantes de la institución denominada «gerusía», cuyo origen semántico gera o gerón alude directamente a la edad y al privilegio que esta da. Homero comenta que la "gerusía" sólo tenía función consultiva y que era muy criticada por sus errores. Es importante destacar que sólo estaba compuesta por aristócratas o viejos jefes, y que era más común encontrar a los ancianos del pueblo mendigando que en los puestos de honor en las ciudades.
Estas dos formas de ver a los ancianos o, como me gusta nombrarlos, adultos mayores, nos enfrentan en lo personal a una realidad: ¿Cuál es mi visión de la vejez? ¿La veo como un honor? ¿Cómo una bendición de Dios para la vida del adulto? O, por el contrario, ¿cómo una degradación o un defecto que es una parte inevitable de nuestro paso por la vida?
Y como congregación: ¿Cuál es nuestra visión? ¿Ocupan ellos un lugar de privilegio? ¿Son consultados y respetados? O, como en la Grecia clásica, ¿será que unos pocos acceden a cargos y puestos de relevancia y la gran mayoría mendiga un poco de cuidado y respeto? ¿Conocemos a los adultos de nuestra congregación? ¿Sabemos lo que piensan, sienten y viven en esa etapa de su vida?
Cambios que viven losadultos mayores
Me gustaría comentarles brevemente algunos cambios que ellos viven. Con respecto a la salud se nota fácilmente que ésta se ha deteriorado. Ya no pueden hacer algunas cosas con la rapidez y prestancia con que las hacían en años anteriores. Pero no olvidemos que:
La ancianidad es la evolución lógica de la vida
El anciano puede tener problemas como cualquiera, pero ser anciano no es un problema en sí mismo.
Es un error asociar ancianidad con problemas mentales o incapacidades físicas.
La ancianidad no es una enfermedad. Ningún anciano está enfermo sin una causa definida. Tienen una capacidad excepcional para recuperarse de las enfermedades, pero la misma está en función del estado de ánimo que tengan y el interés que pongan para lograrlo.
Si el anciano basa su sentido de bienestar en la salud, este período puede traerle múltiples preocupaciones por su esfuerzo en conservarla.
Tienen gran capacidad para sobrellevar procesos de adaptación a enfermedades crónicas y a la discapacidad que se da en escasos porcentajes.
Una minoría sufre restricciones severas que le impiden su desenvolvimiento en la vida. Se estima que el ocho por ciento está institucionalizado en geriátricos, hospitales u hogares de ancianos. Este porcentaje no es mucho mayor que el de la población general que también se halla discapacitada física y socialmente.
En muchos casos sus relaciones personales y familiares se han roto
Su cónyuge puede haber muerto o estar muy enfermo o institucionalizado, al igual que muchos de sus amigos y vecinos. Esto lo lleva a retraerse y buscar el aislamiento. Generalmente su familia no comprende esta actitud y en vez de ofrecerle ayuda lo abandona a su soledad.
Han salido del mundo laboral
El salir del mundo laboral le hace daño, porque siente que ya no sirve más, que el mundo terminó para él. Si el anciano no ha tenido una buena relación con los que lo rodean puede que se den serios conflictos en la convivencia, ya que ahora pasa todo el día en la casa.
Su ministerio en la iglesia se ve notablemente disminuido
La iglesia en la que han servido por años y a la que talvez vieron nacer y crecer, y el templo que a lo mejor vieron construir, pareciera que ya no tiene lugar para ellos. Es verdad que hay que dejar que los jóvenes trabajen, que se desarrollen y aprendan, pero no al costo de desplazar totalmente a los adultos mayores. El dejar cargos o responsabilidades, que en algunos casos ejercieron por décadas, les genera ansiedad y depresión. Como resultado algunos pierden el interés por asistir a las actividades como antes. Otros sienten que el templo es un lugar hostil y lo evitan lo más posible, porque se sienten desplazados.
Pero para Dios, ellos son un tesoro precioso. La Biblia nos enseña que para los ancianos que aman a Dios y andan en sus caminos, la vejez es su hermosura (Pr 20.29); también que es una corona de honra (Pr 16.31). Los Salmos nos hablan de la larga vida como una bendición de Dios (Sal 55.23). Por otro lado, Dios mismo se identifica como el Anciano de Días (Dn 7.9), y ¡difícilmente Dios se va a identificar a sí mismo como un problema!
Algunos de los sentimientos que tienen los adultos mayores en esta etapa son:
Temor
Temen al futuro y a lo que éste pueda traer consigo. Le temen a la muerte y al más allá.
Soledad
Muchas veces ésta se da por la falta de un entorno de amor.
Depresión
Al ver que ya no son lo que fueron y que no tienen posibilidades de volver a serlo, se deprimen.
Ideas paranoicas
En esta etapa pueden compensar su falta de memoria con ideas y explicaciones falsas sobre lo que está pasando a su alrededor.
Trastornos hipocondríacos
Puede que se preocupen en forma excesiva por el funcionamiento corporal, y magnifiquen los dolores y las afecciones que padecen.
Inseguridad económica
Especialmente si durante su vida laboral no pudieron juntar reservas de dinero, tendrán preocupaciones y ansiedad. Esto se acentúa si no tienen una familia que colabore con sus gastos.
¿Qué podemos hacercomo iglesia?
Comprender que ellos también son parte de la congregación
Se debe pensar en ellos como una parte vital del cuerpo de Cristo, como lo son los demás miembros de la congregación, y debe crearse un espacio donde ellos puedan seguir ejercitando sus dones, ya sea en el área de adultos mayores o colaborando con otros ministerios. (En el libro Siervos hasta el fin se sugieren muchas actividades detalladas que ellos pueden llevar a cabo en servicio a la iglesia, a su familia y a la comunidad.)
Capacitar hermanos para que seanconsejeros geriátricos
Los adultos mayores necesitan ser escuchados. Necesitan saber que pueden encontrar a alguien en la iglesia que les prestará atención y que los orientará para solucionar o enfrentar los problemas o la situación que están viviendo.
Se debe tener en cuenta a los adultos mayores en la programación de la iglesia.
Por ejemplo, la duración de los cultos. En algunas congregaciones las personas pasan más de una hora de pie, pero los adultos mayores no siempre pueden estar parados tanto tiempo. Debe pensarse en la posibilidad de organizar el transporte de los que están impedidos o viven lejos, para que puedan asistir con regularidad.
Visitación
No dejar de visitar periódicamente a los ancianos que estén enfermos, hospitalizados, o institucionalizados, y a cualquier otro que, por diversas causas, no pueda asistir. En lo posible, es buena idea llevarles casetes con las predicaciones de los domingos. También es muy valioso para ellos que se les sirva la Santa Cena en su hogar.
Crear actividades sociales y de servicio para ellos
Recordemos que sólo el ocho por ciento está institucionalizado, y que queda un noventa y dos por ciento en condiciones de encontrar nuevos propósitos en su vida. No dejemos que los clubes o centros de jubilados los absorban y los alejen de la iglesia. Debemos crear actividades sociales y de servicio que los hagan sentirse útiles. El adulto mayor puede encontrar tareas dentro de la iglesia por medio de las cuales sea bendecido y sea también de bendición. Recordemos que su vocación y llamado sigue presente como persona total y completa que es. Animémoslos a orar, a visitar, si su salud lo permite; a evangelizar a su familia (hijos, nietos, hermanos), a sus vecinos y personas que los rodean. En fin, hagámoslos sentir que son útiles para la sociedad, para la iglesia y lo que es más importante... para el Señor.
Hace ya un mes que María está institucionalizada. Añora su libertad, sus muebles, su gata y la posibilidad de ser dueña de su vida. Ya no puede manejar su dinero, y no puede salir del geriátrico si no va acompañada. La vorágine de la vida ha hecho que ya casi nadie la visite, ni la llame por teléfono. Se siente sin intimidad y sola muy sola.
Si usted tuviera una María en su congregación... ¿cuál sería su actitud?
El autor es presidente de CIAM (Comisión Interdenominacional de Adultos Mayores).
No hay comentarios:
Publicar un comentario