La propuesta no era tan descabellada. Disponían de tiempo libre y sabían que los peluches podían conseguirse a través de amigos, vecinos o nietos que ya “estaban grandes”.
Después de coser y remendar una veintena de muñecos de peluche durante largo tiempo, fueron al hospital de niños Garrahan, de la ciudad de Buenos Aires, para entregárselos a los chicos. “Las autoridades del hospital no entendían qué estaba haciendo allí un grupo de abuelos con regalos y nos derivaban de un lado a otro para conseguir un permiso; Ricardo les repetía que no eran bombas lo que llevábamos, sino juguetes para los chicos. Por fin, pudimos repartirlos. La alegría de los niños nos mostró el camino. A partir de aquel día decidimos seguir adelante y armar un proyecto solidario”.
Hoy los “Abuelos del Corazón”, tal como se llama el grupo, con marcada mayoría de mujeres, forman parte de una iniciativa solidaria consolidada, que trascendió al simple arreglo de peluches. Cada martes y viernes, desde las 9.30 de la mañana, unos veinte abuelos se reúnen en el galpón de la calle Bolaños, en Lanús Este, provincia de Buenos Aires y arreglan todo tipo de juguetes, ropa y calzado, que luego donan a las escuelitas, hogares, geriátricos y hospitales. No solamente de la zona, sino de todo el país.
En total, ya llevan reciclados y entregados más de 40.000 juguetes y varios centenares de cajas de ropa, juegos de sábanas y ajuares. Cada tarea es realizada con la prolijidad y paciencia de un abuelo. Muchas veces a la sede llegan piezas de lo que alguna vez fueron cochecitos, triciclos, trenes, muñequitos, pero salen como nuevos.
Hoy los “Abuelos del Corazón”, tal como se llama el grupo, con marcada mayoría de mujeres, forman parte de una iniciativa solidaria consolidada, que trascendió al simple arreglo de peluches. Cada martes y viernes, desde las 9.30 de la mañana, unos veinte abuelos se reúnen en el galpón de la calle Bolaños, en Lanús Este, provincia de Buenos Aires y arreglan todo tipo de juguetes, ropa y calzado, que luego donan a las escuelitas, hogares, geriátricos y hospitales. No solamente de la zona, sino de todo el país.
En total, ya llevan reciclados y entregados más de 40.000 juguetes y varios centenares de cajas de ropa, juegos de sábanas y ajuares. Cada tarea es realizada con la prolijidad y paciencia de un abuelo. Muchas veces a la sede llegan piezas de lo que alguna vez fueron cochecitos, triciclos, trenes, muñequitos, pero salen como nuevos.
“Muchos piensan que una ‘donación’ equivale a sacarse de encima cosas que no sirven o que están rotas y viejas, pero acá las queremos dignificar, no deseamos regalarle al necesitado las sobras”, cuenta Lidia mientras peina los enmarañados pelos de una muñeca que pronto quedará perfecta para jugar.
Cada uno tiene su respectiva tarea, por un lado están las encargadas de la costura a la cabeza de las cuatro máquinas de coser, en las que arreglan sábanas, ajuares y restauran pantalones. Por otro lado, están los restauradores de juguetes, ardua tarea que va desde rearmar autos y muñecos desvencijados, pintar aviones o fabricar las piezas faltantes de los rompecabezas, hasta lavar y peinar muñecas. También está el grupo de lustradoras, limpiadoras y reparadoras de zapatos y zapatillas, y por último, aquellas que finalizan el trabajo y empaquetan el material en pequeñas bolsas.
De todas maneras, no todo “es trabajo”, tan cómodos como en sus propias casas no se olvidan de las charlas, la merienda y hasta de alguna que otra telenovela: “Esta es ya nuestra segunda casa y los días que venimos son sagrados para nosotros. No lo tomamos sólo como un trabajo, sino como una terapia”.
Cada uno tiene su respectiva tarea, por un lado están las encargadas de la costura a la cabeza de las cuatro máquinas de coser, en las que arreglan sábanas, ajuares y restauran pantalones. Por otro lado, están los restauradores de juguetes, ardua tarea que va desde rearmar autos y muñecos desvencijados, pintar aviones o fabricar las piezas faltantes de los rompecabezas, hasta lavar y peinar muñecas. También está el grupo de lustradoras, limpiadoras y reparadoras de zapatos y zapatillas, y por último, aquellas que finalizan el trabajo y empaquetan el material en pequeñas bolsas.
De todas maneras, no todo “es trabajo”, tan cómodos como en sus propias casas no se olvidan de las charlas, la merienda y hasta de alguna que otra telenovela: “Esta es ya nuestra segunda casa y los días que venimos son sagrados para nosotros. No lo tomamos sólo como un trabajo, sino como una terapia”.
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