Antes de hablar de autonomía
en la vejez es necesario establecer de qué concepto de vejez
y de envejecimiento partimos.
El envejecimiento es un
proceso dinámico, gradual, natural e inevitable, que se
desarrolla en los aspectos biológicos, psíquicos y sociales
de los sujetos y que está estructurado en torno al tiempo.
El envejecimiento es una etapa más del ciclo vital. No es un
estado patológico.
La vejez, por su parte, es una
construcción social. Cada sociedad atribuye un significado
diferente a la vejez, a partir del cual se designarán
status, roles y mandatos, se definirán los posibles
problemas de las personas mayores y se elaborarán las
respuestas a los mismos. Construcciones culturales de cada
sociedad indican qué es el viejo y qué se espera de él.
Los viejos, moldeados por el imaginario social, asumen el
mandato y lo reproducen reforzando las representaciones
sociales sobre la vejez.
Veremos que en edad avanzada,
las personas sufren limitaciones en su autonomía por
consecuencias derivadas del proceso natural del
envejecimiento; pero también como consecuencia de
impedimentos culturales.
A medida que envejecemos las
células del organismo se van desgastando y provocando
transformaciones en los distintos sistemas y órganos del
cuerpo humano, que se traducen en general como declinaciones.
La estructura ósea se achica. La masa muscular también se
reduce. Las articulaciones se desgastan. Disminuye la
capacidad de los órganos sensoriales: la audición se
dificulta, llegando a veces hasta la sordera. La visión
también se reduce teniendo que recurrir a anteojos. También
declina el funcionamiento pleno del olfato y el gusto.
Hay una pérdida de vigor,
agilidad y velocidad. El cansancio y la fatiga se presentan
con más frecuencia.
Neurológicamente son comunes
los fallos en la memoria, principalmente en la memoria
reciente. La actividad intelectual se vuelve más lenta; las
operaciones mentales fáciles, más irregulares y disminuye
la capacidad de atención, de cálculo y de razonamiento
lógico.
La actividad sexual declina en
frecuencia y la menopausia en la mujer determina el final de
su ciclo reproductor.
Este proceso de involución de
los sistemas reduce la capacidad de defensas del organismo y
lo vuelve más vulnerable, por lo cual en la vejez aumentan
las posibilidades de perder parcial o totalmente las
facultades mentales, motrices, sensoriales, del habla. De
esta manera los adultos mayores pasan a depender de otra
persona en uno o varios de los aspectos necesarios para
desenvolverse en la vida cotidiana.
Por ejemplo, la osteoporosis
vuelve los huesos más frágiles. Esto es factor de fracturas
que pueden devenir en postraciones permanentes.
También suele aparecer la
artritis (inflamación de las articulaciones) o la artrosis
(proceso degenerativo). Esta enfermedad produce dolores y en
muchos casos puede llevar a la inmovilidad.
La aterosclerosis es una
enfermedad constante en la vejez, afecta al sistema
circulatorio, a veces al cerebro. Igualmente sucede con la
hipertensión arterial. Los accidentes cerebro-vasculares
suelen dejar secuelas muy graves por que determinan diversos
grados de dependencia : cuadriplejías, hemiplejías,
trastornos en la motricidad, en el lenguaje, y en otras
funciones mentales.
Los cuadros demenciales
causados por diversas etiologías son unos de los principales
factores que originan dependencia de los adultos mayores ya
que pierden la facultad de ubicación témporo-espacial, de
memoria, de juicio, de comprensión, etc.
Todos estos factores que he
enumerado tienen una manifestación biológica. Esto no
quiere decir que los cambios y patologías que se producen en
el organismo tengan un origen puramente biológico. Por que
la forma de envejecer y de enfermar es un proceso social que
depende de la interacción entre el sujeto y el medio.
Además, ahora me referiré a
factores que tienen su origen y manifestación en la
dimensión social y cultural de la vida de los sujetos en
nuestra sociedad actual.
En el orden económico,
encontramos que el primer causante de reducción de la
autonomía de las personas está ligado a la reducción de
ingresos que se produce como consecuencia de la jubilación.
El término "jubilación" viene de
"júbilo", y fue denominado así porque se
consideraba que después de una gran parte de la vida
dedicada al esfuerzo y al trabajo, las personas merecían
vivir el resto de sus vidas descansando y gozando de su
tiempo libre. Pero hoy, el jubilarse es motivo de angustia y
preocupación; no solamente porque los montos de los haberes
jubilatorios son insuficientes para cubrir las necesidades
básicas, sino también porque ahora está en riesgo su
salud, ya que su obra social (PAMI) interrumpe la prestación
de servicios para la prevención, atención y rehabilitación
médica, servicios sociales como las internaciones
geriátricas y diversos servicios que se prestaban desde los
centros de jubilados como actividades físicas, recreativas,
de peluquería, pedicuría, etc.
Esta cuestión económica
profundiza el estado de vulnerabilidad de las personas
mayores, afectando su independencia, ya que deben apelar a
los recursos de la red familiar para la subsistencia.
Además, y en el peor de los casos, muchos haberes
jubilatorios se convierten en el único ingreso del grupo
familiar ampliado, en los miles de hogares donde los hijos o
hijas con familia han perdido el empleo.
En el orden cultural los
adultos mayores sufren limitaciones a su independencia, como
resultado de diversos prejuicios que están instalados en el
imaginario social. Prejuicios tales como "Los viejos son
como niños" , o "Qué le vas a preguntar a
ellos", o " No pueden", o "No se dan
cuenta", o "No lo van a entender", o "Son
caprichosos, son tercos, no razonan"; todas estas
afirmaciones llevan a una consecuencia ineludible: no podemos
esperar que las decisiones que ellos tomen sean las más
acertadas, por lo tanto POR SU BIEN, las decisiones sobre su
vida, las tomamos los adultos y/o las instituciones.
Y los adultos mayores terminan
convenciéndose de que lo mejor es poner en manos de sus
hijos o sus sobrinos las decisiones más y menos importantes,
fortaleciéndose así una relación de dependencia personal
que se acrecienta a medida que pasa el tiempo. Los que se
resisten a las recomendaciones, sugerencias y consejos de los
familiares adultos, en general, deben enfrentar las amenazas
a veces explícitas, a veces muy sutiles, de que si optan por
su propia elección, en oposición a la del resto de la
familia, deberán atenerse a las consecuencias, ya que no
contarán con el apoyo familiar del que gozaban hasta ahora.
Hay innumerables ejemplos de personas mayores que cuando
quisieron reiniciar su vida sentimental junto a una pareja,
sufrieron el rechazo de la familia y debieron optar por
concretar su sueño personal o mantener relaciones con el
resto de la familia. Hemos entrado al siglo XXI asistiendo a
profundos cambios, entre otros a una nueva forma de pensar la
sexualidad humana, caracterizada sobre todo por la cada vez
más creciente libertad sexual, en cuanto a libertad de
disponer del propio cuerpo y a la demanda de no
discriminación hacia los grupos homosexuales. Sin embargo,
pareciera que los viejos quedaron atrapados en los siglos
anteriores y hoy, el hombre mayor que se involucra en una
experiencia sexual es un"viejo verde" y la mujer
mayor que intenta iniciar una relación amorosa es una
"vieja pervertida".
Otros deben olvidarse de
realizar un viaje, o salir con amigos, o seguir viviendo
solos, por que los hijos consideran que es peligroso para su
salud y su seguridad. En no pocos casos, hay adultos que
manejan el dinero que sus mayores cobran en concepto de
jubilación, decidiendo cuáles son sus necesidades, con qué
bienes se habrán de satisfacer, cómo y cuándo.
Pero, la máxima expresión de
privación de autonomía se pone de manifiesto cuando los
hijos deciden, sin consultarlo con sus padres, que éstos
deben vivir en un geriátrico por que a pesar de no sufrir
ninguna enfermedad, ni incapacidad, están muy "viejitos
y solos", sin tener en cuenta otras alternativas a la
internación, como el cuidado domiciliario, los centros de
día, etc. El ingreso a la institución marca el inicio de un
proceso creciente de pérdida de independencia personal. Los
residentes deben someterse a normas institucionales y de
convivencia como horarios de comida, de descanso, de
recreación, etc. Compartir lugares comunes, hasta los
dormitorios, con personas desconocidas. Resignar la pérdida,
no solamente de su hogar, sino de todos los objetos que lo
conformaban: muebles, plantas, animales, etc. Separarse de
sus amigos, vecinos, familiares. Muchos son despojados de sus
bienes por sus apoderados que se apropian de sus ingresos
mensuales o de sus propiedades. Dentro de la institución es
muy reducido el margen de opciones y son escasos los
estímulos para fortalecer la independencia : no se cocinan,
no se lavan la ropa, no limpian, ni reparan, ni mantienen el
lugar de residencia. Otros, lo hacen por ellos. Hay personal
capacitado para realizar todas las tareas, incluido su propia
higiene y aseo. Es tan significativa la relación de
dependencia que genera la institucionalización, que los
residentes, en muchos casos y una vez que se adaptaron, son
resistentes a las salidas a la casa de familiares, o a los
paseos programados por la institución; y recién cuando
regresan, vuelven a sentirse seguros.
Debo dejar en claro además,
que me estoy refiriendo en estos casos sólo a los adultos
mayores que pierden o son despojados total o parcialmente de
su independencia porque este es el tema que me interesa
desarrollar; pero esto no significa que todos los adultos
mayores atraviesan el mismo fenómeno. Por el contrario, hay
personas que siguen ejerciendo plenamente sus derechos y aún
cuando hayan sufrido una pérdida de autonomía sobre el
control de su cuerpo, son respetadas y consultadas en sus
deseos y decisiones. Esta es una actitud ante el propio
envejecimiento, por parte del envejescente y ante la vejez en
general por parte del grupo familiar y social del entorno
más próximo, que consideran a la etapa de la vejez como una
etapa más de la vida, de la cual nadie está exento, y que
debe ser vivida con la dignidad que corresponde a todo ser
humano.
IMPACTO EN
LA SUBJETIVIDAD
Los seres humanos nos
representamos lo que somos a través de la visión que los
otros tienen de nosotros. La forma en que se caracteriza a
los adultos mayores, contribuye en gran medida a crear la
situación y condiciones sociales en las cuales éstos viven.
Cada sociedad crea un cristal, a través del cual tiene una
determinada visión de la realidad. En nuestra sociedad
capitalista, donde la productividad es la medida del valor de
la persona, los viejos como no producen ni consumen, pierden
valor y como consecuencia pierden poder. En nuestra cultura
posmoderna que exalta la juventud, la belleza exterior y la
vertiginosidad, los viejos ocupan en la escala social, el
último lugar.
En definitiva, es el medio
social el que crea la imagen de la gente vieja a partir de
sus normas y de los ideales y valores que persisten en cada
época. Y los viejos asumen el papel que se les asigna desde
los medios de comunicación, desde las instituciones, desde
los profesionales que trabajan por su bienestar y desde la
opinión general; y cumplen este mandato, porque es lo que se
espera de ellos. Si la creencia es que ellos no pueden, no
deben, no saben hacer, pensar, decir y sentir determinadas
cuestiones, ellos terminan convencidos de que es así y que
es más conveniente delegar las decisiones en los adultos.
Estas relaciones de
dependencia se dan con los familiares más cercanos, o con
los profesionales, o con las instituciones, o con todos a la
vez. Pero cuando existe también una imposibilidad de
desarrollar plenamente la autonomía por la existencia de una
enfermedad crónica o discapacitante , se potencia la
relación de dependencia con el medio, en cuanto a las
decisiones acerca de la propia vida. Una persona con una
determinada discapacidad motriz que está impedida de caminar
y que debe ser asistida por su familiar o cuidador para el
baño personal, es muy probable que sea consultada acerca del
día y horario en que desea tomar su baño, pero es más
probable que el momento del baño sea una decisión tomada
por su cuidador o familiar en función de la organización
del tiempo del mismo. Si se trata de instituciones
geriátricas las posibilidades de decidir algunas cuestiones
personales son más remotas todavía; ya que todas las
actividades de la vida diaria: aseo, desayuno, comidas,
tiempo para ver televisión, recreación, siesta, etc.,
están preestablecidas mediante un cronograma por la
institución. En algunas oportunidades ni siquiera se les
consulta acerca de la ropa que van a usar ese día.
Cuando la persona mayor está
en muy buena posición económica, puede costear una
remuneración adecuada a un asistente geriátrico y exigir
calidad en el servicio. Igualmente sucede si puede costear
una residencia privada.
Los adelantos tecnológicos en
materia de instrumentos ortopédicos que favorecen la
independencia de las personas con discapacidad están
limitados a otros grupos etáreos o a las personas mayores
que tienen un nivel económico alto que les permite adquirir
estos bienes. Las sillas de rueda que PAMI entrega a los
afiliados que las solicitan son las sillas manuales. Pero las
sillas con motor electrónico que son comandadas por el
usuario sin necesidad de un agente externo que las maneje,
solamente son entregadas a los afiliados jóvenes, jubilados
tempranamente por invalidez y que se encuentran estudiando
alguna carrera universitaria.
En nuestro sistema capitalista
el que se jubila pasa a engrosar la categoría de
"pasivo". Si después de jubilado se enferma o
incapacita perdiendo la condición de auto validez, además
de pasivo, es una carga. Y si, además de todo esto es pobre,
se convierte en un problema social del cual el estado
neoliberal cada vez se desentiende más.
El hecho de haber perdido
determinadas capacidades, de no poder desenvolverse por sí
mismo, de necesitar a otros para seguir viviendo no es fácil
de asumir. Depende de la personalidad y de la historia de
vida de cada uno. Pero, si no se cuenta con una red de apoyo
familiar y social, el estado de desamparo a que están
sometidos los carga de angustia porque no avizoran un futuro
distinto y se resignan a su destino, cayendo en la pasividad,
indiferencia y a veces en la depresión. Esta situación no
hace más que debilitarlos y reforzar en sus relaciones las
posibilidades de dependencia.
CONCLUSIONES
La imposibilidad de ejercer el
derecho de decidir sobre la propia vida significa no poder
decidir, dónde vivir, con quién vivir, cómo vestirse, qué
comer, a dónde salir, cómo administrar el dinero,
planificar el futuro, hablar sobre lo que se desea y llevarlo
a cabo. Es decir, que no decidir sobre la propia vida implica
no ejercer los derechos humanos fundamentales: el derecho a
la vida, a la libertad, el derecho a la libertad de
expresión y de pensamiento, el derecho a la privacidad, a la
sexualidad, a la educación.
Pero, desafortunadamente, las
barreras que se imponen a los adultos mayores para ejercer
estos derechos no son vistas como violaciones a los derechos
humanos. Se despoja a los viejos de ciertas necesidades y
capacidades humanas, como por ejemplo la sexualidad, la
creatividad, el aprendizaje, la capacidad de discernir
favorablemente a su bienestar como si esto fuera algo
correcto. Esta actitud con los viejos está instalada y
naturalizada en casi toda la sociedad. Y desnaturalizarla es
uno de los objetivos de la educación para el envejecimiento.
Todos los miembros de la sociedad debemos reconocer esta
situación porque todos somos responsables de su
reproducción y los adultos mayores deben ser concientes de
que son objeto de esta discriminación y adoptar una
posición de critica y cuestionamiento a esta actitud; porque
son ellos los que mejor pueden asumir una defensa activa de
sus derechos. Para que esto sea posible, los trabajadores del
campo de la Gerontología debemos generar las condiciones
externas e internas en los grupos de adultos mayores y en el
resto de la sociedad para promover este debate.
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