El aumento en la esperanza de vida ha provocado que cada vez
haya más personas sobre los 65 años activas y con energía. La industria
inmobiliaria aún no se hace cargo de este grupo.
Las poblaciones son intrínsicamente inestables y sujetas a cambios
repentinos y agudos. A modo de ejemplo, está el aumento muy rápido del
número de gente de la llamada ‘tercera edad’. Con la esperanza de vida
cada vez mayor, crece el grupo de personas entre los 65 y 85 años
(aproximadamente) que son válidas, es decir, están con plenas facultades
físicas y mentales.
En los llamados países desarrollados, las inmobiliarias y
constructoras, así como los promotores y gestores, fijan sus miradas
cada vez más en este nicho y buscan ese filón entre la población
jubilada que no precisa asistencia. ¿Qué busca esa gente?, ¿Qué es lo
que necesita?, ¿Cómo pueden pagar?, ¿Cuáles son los deseos, necesidades y
valores de los mayores?, ¿Hay un solo grupo de personas mayores o
varios que tienen diferentes expectativas, necesidades, valores y
satisfacciones?
En Europa, el tema es un negocio que crece a ritmos del 10%. Sólo en
2003 la facturación por este ítem fue de 1.750 millones de euros. Por
otro lado, en Estados Unidos cada vez son menos quienes jubilan al
cumplir los 65 años. Desde los años ‘80 a nuestros días, se ha duplicado
el número.
Varios elementos influyen en este cambio, pero la razón de fondo
—según el libro “Microtrends” de M. Penn y K. Sálense—, es que a estas
personas les gusta trabajar. Esta tendencia está teniendo un gran
impacto. De partida, está ampliando la fuerza laboral, y también ha
influido en la forma de hacer política y de entender la sociedad. Hoy
equipos interdisciplinarios conformados por arquitectos, urbanistas,
diseñadores, ingenieros, gerontólogos, médicos, economistas, psicólogos y
sociólogos, entre otros, se unen para mejorar la calidad de vida de
este importante grupo etáreo.
Y es que hay que cambiar el escenario actual. Por estos días, las
sociedades se preocupan por extender la vida, pero sin darle un lugar
adecuado a los adultos mayores dentro de dichas sociedades ya
envejecidas. El problema es cómo se enfrentarán ellas mismas, en pocos
años más, a los adultos mayores del futuro próximo. Hoy ya se habla de
la cuarta edad, siendo el grupo que conforma a las personas de 85 años
hacia arriba.
La necesidad de una ciudad amable
Se debe proponer una ciudad pensada para acoger efectivamente a las
personas mayores, sin barreras arquitectónicas. Una ciudad adaptada e
integrada a ellas, con una convivencia intergeneracional.
En este mismo sentido, los planes urbanísticos deberán tener en
cuenta la accesibilidad física a los espacios públicos, mediante la
adecuación de recorridos peatonales, así como la existencia de un buen
diseño mobiliario urbano y de un transporte accesible, para que los
adultos mayores puedan seguir integrados en las comunidades sin riesgos,
realizando con autonomía sus actividades.
Con su proyecto, el arquitecto y el urbanista desarrollan un papel
pedagógico. Es necesario no perder de vista que la ciudad se diseña para
un grupo de personas con necesidades singulares, no son sólo personas
con discapacidades. Nadie considera a un niño o a una embarazada como un
discapacitado, sino que son sujetos con necesidades especiales. Debemos
diseñar en base a las capacidades de cada grupo etáreo, con lo que
pueden y no con lo que no pueden hacer.
Y es que una vivienda con obstáculos físicos, una ciudad
intransitable, aunque en escalas arquitectónicas diversas, son formas
análogas de exclusión. Como alternativa a una ‘casa de reposo’, surgen
los espacios urbanos y las viviendas tutelares, donde es el entorno
espacial el que protege al adulto mayor. Se trata de espacios diseñados
para recibir todo el equipamiento asistencial necesario, de forma tal
que el adulto mayor sienta que está habitando su propia casa o jardín.
Lo que se busca es brindarle un espacio que lo contenga, lo comprenda
y proteja. Además, al responder arquitectónicamente a este segmento de
la sociedad, los beneficios se hacen extensibles a todas las personas
con algún problema de movilidad, las que podrán participar de un hábitat
integral de desarrollo comunitario.
Una oportunidad de negocio inmobiliario
Se debe considerar esta propuesta al diseñar ciudades, barrios,
loteos, balnearios y comunas, como una oportunidad. Hay que tener una
visión de negocios. Socialmente existe una tendencia a aislar los
espacios destinados al adulto mayor activo, error recurrente dado que es
una persona que aprovecha y agradece la comunicación con el exterior, y
es parte de las relaciones sociales en toda escala humana. Se estima
que en Chile el 13,4% de la población adulta mayor vive sola, según lo
indicado por el Censo 2002.
Hay empresarios capaces de hacer una lectura a esta nueva tercera
edad. Existe un proceso de cambio en la conducta desde nuestros abuelos,
los abuelos actuales y los que vamos hacia allá, a parte de los que
llegarán después de mi generación. Recordemos que el cambio es lo único
constante.
Hoy tenemos la oportunidad de pensar este escenario social real como
una conveniencia de negocio inmobiliario, creando un espacio urbano que
considere a las personas de la tercera edad. Así como se desarrollan
balnearios de segunda vivienda completos, como grandes condominios, y se
ejecutan barrios nuevos (como Colina y Pudahuel en Santiago), por qué
no mirar hacia esta demanda cada día en aumento de servicios adecuados.
Si analizamos los censos del INE, el comportamiento de la demografía,
los cambios de hábito y costumbres de la sociedad, podremos concluir
que existe esa oportunidad. Yo al menos, como arquitecto y urbanista,
comenzaré a evaluar la posibilidad de desarrollar un proyecto que me
acoja cuando llegue la necesidad (y no me falta mucho). Le invito a ello
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