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ENVEJECIMIENTO MUNDIAL: UN RETO DEL SIGLO XXI
Los cambios en el desarrollo cognoscitivo y emocional a lo largo de toda la vida
expresan la diversidad del carácter individual de lo psíquico y el
envejecimiento no escapa a esta condición. Cada persona como protagonista de su
historia de vida, dispone de recursos con los cuales autodirige y participa en
su propio desarrollo; pero el envejecimiento es también una creación y un
fenómeno sociocultural, la determinación social atraviesa lo individualidad
donde es reelaborada al tomar un sentido personal, convirtiéndose entonces en
factor de desarrollo.
La llamada “Tercera Edad” conocida también con los términos de vejez, adultez
mayor o tardía, ha sido poco estudiada por los teóricos del desarrollo y como
tendencia se presenta como etapa de involución, determinada por pérdidas o
trastornos de los sistemas sensorio-motrices y no como una auténtica etapa del
desarrollo humano.
Este período etáreo se ubica alrededor de los 60 años, asociado al evento de la
jubilación laboral; y ya hoy comienza a hablarse de una llamada cuarta edad para
referirse a las personas que pasan de los 80 años. Por ello aparecen expresiones
acerca de los “viejos jóvenes” o “adultos mayores de las primeras décadas”, y de
los “viejos viejos” o “ancianos añosos” para marcar diferencias entre ambos
grupos. En el presente artículo se abordará como una sola etapa: la del adulto
mayor, los ancianos o la Tercera Edad.
La sociedad actual no dispone todavía de una cultura de la vejez, lo que hace
que en muchos contextos culturales el adulto mayor no sea bien valorado, y sea
considerado como alguien que llega a su fin y no como alguien que tiene el
mérito de haber recorrido un largo camino.
Esta situación se refleja en el llamado modelo del viejismo y el paradigma del
cuerpo joven, imperando por un lado el desarrollo de la vida en términos de
comienzo, plenitud y decadencia y por la otra, la preferencia por el cuerpo
joven, excesivamente delgado y muy lejos de todo lo que pueda ser arrugas y
defectos. Cuántas veces escuchamos la frase “que malo es llegar a viejo”, sin
embargo, la aspiración de una larga vida es el deseo de todo ser humano,
independientemente de la época y la cultura. (Fong, 2006).
En los países primer mundistas se han realizado diversas investigaciones acerca
de esta etapa y el mejoramiento de la calidad de vida de la misma, debido al
aumento de la esperanza de vida y gran descenso en las tasas de natalidad
experimentados en los últimos años, ya que estadísticamente la tradicional
pirámide poblacional se está invirtiendo, de tal manera que en la actualidad
prevalecen más las personas mayores que los niños y jóvenes, lo cual va
indicando que la población está envejeciendo a un ritmo acelerado
(Fernández-Ballesteros, Moya, Iñiguez y Zamarrón, 1999). Al respecto, en países
europeos como España, Grecia, Portugal e Italia se aprecia desde la década de
1970 un aumento acelerado del proceso de envejecimiento y además, se suman las
regiones de Asia y el Pacífico como las zonas más envejecidas.
La región de América Latina y el Caribe tampoco está exenta de este proceso de
envejecimiento mundial, sobre todo en los últimos 50 años. Según un estudio de
la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), la proporción de personas
mayores de 60 años se incrementará en las próximas décadas en un 3,5%, cifra que
rebasa la tasa de crecimiento de la población total. (Villegas, 2002).
La preocupación por los ancianos y su estilo de vida en la sociedad cambiante de
hoy en día, es tema de interés de instituciones gubernamentales, universidades,
y de grupos privados de distintas orientaciones. Al respecto se considera
importante resaltar algunas situaciones que se encuentran caracterizando al
fenómeno de la ancianidad en diferentes latitudes:
La necesidad de prever el apoyo en la ancianidad es un factor que está
influyendo en la formación de las familias. En esto intervienen los valores
culturales, tenencia de bienes y herencia, así como también las diferentes
expectativas hacia los hijos varones y las hijas hembras, la jubilación y el
apoyo social. En la actualidad, sin embargo, los padres reconocen que tener
grandes cantidades de hijos no devuelve la inversión y el costo que éstos
implican, con respecto a una posterior manutención de sus padres.
Aumentan las familias de 3 generaciones. A medida que va aumentando la
longevidad y se va aplazando la edad de tener hijos, las familias pueden tener a
su cargo a progenitores ancianos y a niños de corta edad. Hay menos hermanos y
hermanas y la familia tiende a hacerse pequeña. A la vez aumentan los divorcios
y aparecen nuevas familias y otras redes de parientes, por lo cual comienzan a
tener más importancia los vínculos basados en el afecto o los que se establecen
de forma voluntaria. (Orosa, 2001).
Y en los lugares donde ha aumentado considerablemente la esperanza de vida y
disminuido la tasa de fecundidad, son mayores los cambios del curso típico de la
vida. Tal es el caso de Japón, por ejemplo, donde las personas viven más tiempo
antes de tener hijos y después de ser jubilados.
El proceso de envejecimiento poblacional requiere una nueva posición
psicológica, sociológica y actitudinal ante la vida. Los cambios irreversibles
que sufre el organismo exigen comprender y aceptar los nuevos límites de las
posibilidades físicas y dedicar el tiempo necesario a cuidar de una salud que
antes era frecuente relegar con la intención de lograr una mejor calidad de
vida.
PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS PSICOLÓGICAS DE LA TERCERA EDAD
Sobre la vejez se han elaborado muchas leyendas, así como una diversidad de
interesantes aforismos que tratan de definirla. Uno de los líderes del
protestantismo, Martín Lutero, senten¬ció sobriamente: “La vejez es la muerte en
vida”, lo que estaba en el espíritu de la época y los contemporáneos compartían.
Hoy son más populares los axiomas al estilo del ligero humor francés, como el
que pertenece a André Maurois: “La ve¬jez es una mala costumbre para la que las
personas activas no tienen tiempo” (Whitman, 1976). Entre estos dos puntos de
vista extremos se ubican múltiples opiniones, cada una de las cuales tiene su
aspecto razonable, su justificación empírica, su sentido e importancia.
Desde un punto de vista psicológico, en la Tercera Edad se aprecian cambios en
las distintas esferas de la personalidad del anciano que la distinguen de otras
etapas del desarrollo.
Sin la intención de abarcar todas las aristas de esta etapa de la vida, ni
pretender agotar las posibles condiciones que la caracterizan, señalemos algunos
elementos que permitan comprender cuáles recursos se demandan en función de los
retos a enfrentar en este período.
1. DECLIVE Y DETERIORO COGNITIVO: INFLUENCIAS EN EL PROCESO DE ENVEJECIMIENTO
Al estudiar el clásico patrón de envejecimiento se hace referencia a un declive
del funcionamiento cognitivo. Aunque la variabilidad interindividual es notable,
existen sujetos que no sufren ningún declive, mientras que otros muestran más
amplios y extensos decrementos en su funcionamiento intelectual.
La hipótesis central de Cattell y Horn (1982) es que en el proceso de
envejecimiento la inteligencia cristalizada, ligada a la acumulación de
experiencias, puede notar un incremento o por lo menos se mantendría, mientras
que la inteligencia fluida tiende a declinar con el paso de los años, ya que la
misma depende de la capacidad de evolucionar y adaptarse rápida y eficazmente a
las situaciones nuevas. De este modo se explica que la memoria (por lo menos la
de largo plazo) y el conocimiento experiencial se convierten en los principales
recursos cognitivos a que apelan las personas a medida que envejecen para
afrontar tareas que involucren sus capacidades intelectuales.
Diferentes teorías apuntan, que aunque el envejecimiento equivale a deterioro,
daño o enfermedad, es posible diferenciar el envejecimiento “normal” o “sano”
del envejecimiento “patológico” o envejecimiento con “deterioro o enfermedad”.
Si bien es cierto que el envejecimiento se refiere a diversos cambios que se dan
en el transcurso de la vida individual y que implican declives estructurales y
funcionales, o sea, disminución de la vitalidad; ello no significa que tal
disminución o declive equivalga forzosamente a alteraciones patológicas.
Es importante saber que envejecer no equivale a enfermar, ni la vejez significa
enfermedad. El envejecimiento implica una constante dialéctica de ganancias y
pérdidas durante toda la vida.
2. MUNDO AFECTIVO-EMOCIONAL: PÉRDIDAS Y GANANCIAS
La vida afectiva del adulto mayor se caracteriza por un aumento de las pérdidas,
entendiéndolas como vivencias por las cuales siente que ya no tiene algo que es
significativo para él a nivel real y subjetivo. Como parte de las mismas se
refieren la pérdida de la autonomía (valerse por sí mismo, hacer lo que desea) y
las pérdidas referidas a la jubilación, muerte del cónyuge y de seres queridos,
las cuales afectan a todos los ámbitos e implican para el adulto mayor un
proceso de elaboración de duelo.
Otro aspecto de suma preocupación en esta etapa de la vida y que constituye a su
vez, una de sus principales neoformaciones, es la representación de la muerte
como evento próximo, la cual también debe tenerse en cuenta desde una concepción
del desarrollo humano, ya que el adulto mayor comienza a pensar en la inminencia
de su propia muerte, siendo presa de un miedo terrible con tan sólo pensar en lo
“poco que le queda de vida” y no en lo que puede hacer día a día para vivir de
una mejor manera.
Algunos estudiosos perciben la muerte como la última crisis de la vida, ya que
la misma es el punto culminante de la vida; todo se encamina hacia ella. Se
podría ver la vida entera como una preparación para la muerte; aunque cuando la
enfrentamos estemos ante la verdadera prueba de madurez de lo aprendido a lo
largo de los años, lo cual puede ser puesto a prueba en ese momento decisivo en
el que hacemos frente a duelos y rupturas difíciles, pero irremediables. Así
este temor o miedo a la muerte será una especie de miedo al examen de la vida,
al mayor de los exámenes, aunque también se este ante el mayor de los miedos el
cual se va acrecentando en la medida en que transcurren los años.
Con respecto a la soledad, que según muchos autores constituye otro de los
temores en esta etapa del desarrollo, se refiere que la percepción de la misma
depende de la red de apoyo social de que disponga el individuo y de los propios
recursos psicológicos que posea. Entonces no debe ser asociada como un
patrimonio de la vejez, sino que esto está en dependencia de la red de
influencias sociales y culturales que entretejen la vida del adulto mayor.
Estas aristas de interés que muestran respecto al tema de la muerte y el
sentimiento de soledad, reflejan dos de las principales preocupaciones que más
aquejan al anciano en su cotidiano de vida, a las cuales se unen otras como los
conflictos intergeneracionales, la jubilación, los problemas de salud y el
empleo del tiempo libre.
De los llamados “conflictos intergeneracionales” se tiene mucha tela por donde
cortar, fundamentalmente porque los adultos mayores se ven expuestos a enfrentar
la experiencia de los años vividos con diversos criterios y opiniones de la
adolescencia y juventud. Por ello suelen verse inmersos en diversos conflictos
matizados por barreras comunicativas, prejuicios y estereotipos que desencadenan
sentimientos de malestar y sufrimiento en todas direcciones; la convivencia se
ve afectada en muchos casos por la falta de comunicación, de tolerancia y
benevolencia.
La jubilación también constituye un tema preocupante en este período etáreo, ya
que muchas mujeres y hombres llegan a la edad establecida para la jubilación
sintiéndose aún a plenitud para seguir desarrollándose dentro del ámbito
laboral. Frecuentemente se encuentran personas de edad avanzada que están
plenamente en forma, totalmente vigentes, lúcidas, llenas de iniciativas y
planes de trabajo. A pesar de que ellos se aprecian bien a sí mismos, la
sociedad les dice por medio de la jubilación o de otras señales, que ya deben
dejar el puesto a gente más joven y nueva, y que deben retirarse. Este
sentimiento en la mayoría de las ocasiones le trasfiere al anciano una gran
frustración que muchas veces suele acompañarlo en su diario vivir, entorpeciendo
su eficiente desenvolvimiento posterior a la jubilación.
Cuando la persona está preparada para decir adiós a su vida laboral activa y dar
la bienvenida a las nuevas situaciones, la afectación es menor, encuentra su
nuevo espacio en el hogar y la comunidad y conserva su autonomía y autoestima.
Los problemas de salud también configuran el marco de las principales
preocupaciones de la adultez mayor, entrelazadas con el cierto deterioro físico
al que se ven expuestos los ancianos y a través del cual vislumbran los últimos
albores de su vida. La enfermedad es percibida como un freno, el dolor que puede
ponerle fin a la existencia, de ahí que se preocupen constantemente por sus
dolencias y malestares, abogando por la salud de otros tiempos
Algunos adultos mayores suelen ponerle trabas a la intención de mantener un
estilo de vida activo y productivo, propiciando el deterioro de sus capacidades
físicas e intelectuales, por lo cual limitan el acceso al disfrute y recreación
de su tiempo libre. En la Tercera Edad, la actividad física-intelectual y el
interés por el entorno canalizadas a través de actividades de recreación y ocio
productivo, favorecen el bienestar y la calidad de vida de los individuos.
3. LA PERSONALIDAD DEL ADULTO MAYOR
El estudio de la personalidad del anciano se ha concentrado tradicionalmente, en
la cuestión acerca de ¿cómo afecta el envejecimiento a la personalidad? o ¿cómo
afecta la personalidad al envejecimiento? Para dar solución a estas preguntas se
han propuesto diversas teorías y conceptos que revelan el comportamiento del
individuo.
La literatura refiere algunas tipologías de personalidad para el anciano. Un
ejemplo de ellas es la ofrecida por el Kansas City Study of Adult Life (1998) en
los Estados Unidos que las agrupa en 4 tipos fundamentales de personalidad:
• las “personalidades integradas” donde se encuentran los reorganizadores.
• las “personalidades acorazadas-defensivas” donde se encuentran los de pautas
resistentes.
• las “personalidades pasivo-dependiente” donde se encuentran los buscadores de
socorro y los apáticos.
• y las “personalidades desintegradas”
Esta tipología, basada en la estructura personológica, enmascara en alguna
medida una visión involutiva de la ancianidad, por el sesgo negativo que le
confiere a los comportamientos de cada uno de los tipos que propone, obviando lo
nuevo que sin lugar a dudas ocurre durante esta edad (Orosa, 2001).
El proceso de envejecimiento y el cúmulo de pérdidas psicosociales que acontecen
durante la vejez parecen determinar en algunos ancianos cierta incapacidad para
percibir sus capacidades y habilidades y, desde luego, los aspectos positivos
del entorno que les rodea y de la vida en general.
Las personas mayores necesitan estar preparadas para defender la calidad de sus
vidas y para ello han de saber enfrentar nuevas y diversas situaciones. En esta
tarea no sólo los rasgos personológicos juegan un papel primordial, sino también
las capacidades emocionales del anciano que le permitan resolver diversos
problemas cotidianos más allá de aquellos identificados por la lógica y la
razón. Al respecto, la inteligencia emocional emerge como requisito esencial.
DE LA INTELIGENCIA ACADÉMICA A LA INTELIGENCIA EMOCIONAL
Todas las personas añoran una vida digna donde las expectativas se cumplan y
para eso se trabaja y se esfuerza, pero ¿cómo saber qué conductas conducirán a
este logro? Muchos investigadores se han preocupado por dar respuesta a esta
interrogante. La inteligencia ha sido la explicación más utilizada, sin embargo
no es tan sencillo definirla, de hecho, aún no se cuenta con un concepto acabado
de lo que significa ser una persona inteligente.
El periodista Daniel Goleman ha tenido el acierto de lograr llamar la atención
sobre la importancia del tema emocional mediante la publicación de su conocido
libro “La Inteligencia Emocional” (1995). Mediante este best seller ha sacado el
tema del estricto claustro académico y lo ha llevado a la comprensión de la
gente de la calle. Hoy sabemos que la inteligencia es mucho más que una
determinada función de la mente humana medida en términos de Coeficiente
Intelectual (CI); el ser humano, a la hora de actuar de alguna manera y de tomar
determinadas decisiones, no lo hace tanto guiado por su inteligencia cognitiva,
sino sobre todo a impulsos de sus emociones y sentimientos que deben ser
guiados, orientados, controlados y expresados mediante los dictados de una sana
inteligencia emocional.
La teoría de la inteligencia emocional ha tratado de reformular los términos a
través de los cuales se describe a la persona inteligente y el comportamiento
que la caracteriza, enfocando la atención hacia aquellas cualidades que permite
que una persona obtenga éxito en su vida. Su visión se dirige hacia las
capacidades que justifican el éxito en las personas que se destacan. Goleman
afirma que el inadecuado manejo de las emociones y sus consecuencias constituye
una particularidad de la sociedad, que ha desembocado en una amplia
disfuncionalidad psicológica por parte de todos.
Según Goleman (1998), la inteligencia emocional se refiere a: “la capacidad de
reconocer los propios sentimientos, los sentimientos de los demás, la motivación
y el manejo adecuado de las relaciones que se sostienen con los demás y con
nosotros mismos”, por lo que ha considerado la propuesta de Peter Salovey y John
Mayer, quienes subsumen todas estas capacidades como el entusiasmo, la
perseverancia, control de los impulsos, autoconciencia, autodisciplina, y otras
más, a cinco dimensiones fundamentales que permiten explorarlas. Estas son:
Autoconocimiento o conciencia de sí mismo: Se refiere a la capacidad de
reconocer y comprender los sentimientos, emociones y necesidades propios en un
momento determinado, así como el efecto que estos ejercen sobre los demás, lo
cual constituye una guía en la toma de decisiones. Además permite reconocer las
propias fortalezas y debilidades a partir de una autovaloración realista y de la
autoconfianza.
Autocontrol: Es la capacidad de manejar las emociones, se refiere al control de
los estados, impulsos y recursos internos. Ser capaces de asumir la
responsabilidad de la actuación personal; ser flexibles a la hora de enfrentar
los cambios y sentirse cómodo y abierto ante las nuevas ideas, enfoques e
información.
El objetivo del autodominio es el equilibrio, no la supresión emocional.
Mantener bajo control nuestras emociones perturbadoras es la clave para el
bienestar emocional. El arte de serenarse o tranquilizarse es una habilidad
fundamental para la vida.
Automotivación: Se refiere a la capacidad de movilizar la conducta para
aprovechar oportunidades que permitan alcanzar las metas personales y superar
contratiempos con perseverancia y optimismo. Es la capacidad emocional que
facilita o guía el logro de los objetivos.
Empatía: Es la capacidad de reconocer y comprender lo que otra persona está
sintiendo, sus necesidades y puntos de vista, para ponerse en el lugar del otro,
así como para aprovechar y adaptarse a la diversidad existente entre las
personas.
La empatía se construye sobre la conciencia de uno mismo; cuanto más abierto se
es ante las propias emociones más hábil se deberá ser para interpretar los
sentimientos del otro.
Habilidades sociales: se refiere a la capacidad para conducir o saber manejar
emociones en las relaciones con los demás, influir sobre ellos, inspirarlos,
dirigirlos y negociar. Es la capacidad emocional que permite inducir respuestas
deseables en los demás, utilizar técnicas de persuasión eficaces, emitir
mensajes claros y convincentes, inspirar y dirigir los cambios, negociar y
resolver conflictos, ser capaz de colaborar con los demás en la consecución de
una meta común y formar equipo.
Diversas investigaciones en diferentes ámbitos de la vida cotidiana constituyen
pruebas fehacientes de la importancia y los beneficios de carácter
personológico, e incluso de carácter económico que reporta el entrenamiento de
la inteligencia emocional en las personas.
LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL ADULTO MAYOR
Son todavía pocos los estudios sobre las características del desarrollo
emocional en las personas mayores. En las investigaciones sobre los cambios en
la emoción y motivación de las personas con el paso de los años, se ha analizado
la intensidad de la experiencia emocional con resultados contradictorios.
Existen investigaciones que apoyan la idea de una menor activación del sistema
nervioso aunque algunos estudios argumentan lo contrario debido a un decremento
en la eficiencia de los mecanismos homeostáticos de restauración del equilibrio
(Fernández-Ballesteros, 1999). Por lo que se refiere a la capacidad de expresar
las emociones, las personas mayores no diferirían de las más jóvenes.
El desarrollo emocional del adulto mayor adquiere una significación especial que
se enraiza en un manejo factible de las emociones y en la capacidad de
expresarlas en toda su magnitud de una forma muy particular e irrepetible, de
ahí que resulte muy importante comprender cómo se manifiesta y expresa la
inteligencia emocional en esta etapa de la vida.
Apreciando de cerca las pérdidas que va vivenciando el anciano, además de las
preocupaciones con las que convive en su cotidiano de vida, se hace necesario
disponer de un conjunto de capacidades en la esfera emocional, en aras de
enfrentar satisfactoriamente un arsenal de situaciones personales y sociales. Y
entonces la educación emocional se impone.
Para llevar a cabo esta tarea satisfactoriamente es necesario esclarecer en qué
consistiría el éxito de la misma y hacer eco en las visiones más saludables, lo
que se propone es que la meta en esta etapa de la vida sea lograr que sea como
otras, una etapa de crecimiento personal.
Un recorrido por las distintas dimensiones de la inteligencia emocional sugiere
un conjunto de capacidades emocionales que resultan pertinentes y necesarias
para una ancianidad que le apueste a la felicidad.
RECONOCER EL ENVEJECIMIENTO. ACEPTAR LA VEJEZ
La vejez hay que aceptarla y disfrutarla como cualquier otra etapa del
desarrollo humano. No se trata de negar la llegada de la ancianidad y pretender
seguir funcionando con esquemas que resultaron útiles en etapas anteriores, ni
tampoco de esperarla como una tragedia ante la cual no hay nada que hacer.
Resulta indispensable reconocer las vivencias emocionales, sobre todo las
negativas que provoca la evidencia de la vejez .Las limitaciones físicas y a
veces intelectuales deben ser reconocidas para poder ser compensadas o
corregidas. La pérdida de ciertos atributos relacionados con la belleza
corporal, por ejemplo, debe ser aceptada como inevitable. No se espera por
supuesto, que se reciban las arrugas con alegría, ni que se celebre la
disminución de la virilidad, lo cual en nuestra cultura es algo lamentable, pero
se debe tener en cuenta que todas las etapas de la vida llevan consigo pérdidas
y ganancias. Se exige entonces desarrollar la capacidad de reelaborar el
concepto de belleza, reajustar el ritmo de la actividad, así como el abandono o
reemplazo de ciertas actividades por otras que pueden ser igualmente placenteras
y fuentes de emociones positivas.
Cuando se ha vivido mucho, existe la posibilidad de haber sufrido y vivenciado
situaciones desagradables, que provocan fuertes sentimientos de ira, rabia y
hasta desesperación. Identificar estas emociones, las situaciones en que
aparecieron y las consecuencias que tuvieron en la conducta, resulta una
habilidad emocional de gran utilidad para el adulto mayor.
LA DESEADA AUTORREGULACIÓN
A veces lo que más se desea en la vida es poder controlar nuestras emociones
negativas como la tristeza, la ira, el miedo, etc. Sin embargo, es interesante
plantearse si la adultez mayor se caracteriza por el desbordamiento afectivo, o
por el contrario, por el adecuado equilibrio de las vivencias emocionales.
Una de las tareas centrales del anciano es cuidar de su salud y una condición
para ello es el adecuado manejo de las situaciones conflictivas con las cuales
suele tropezar. No se trata de “reprimir el sentimiento” o “dejar de sentir”,
sino ser capaces de reorientar las emociones negativas de forma tal que logren
expresarse con el menor daño posible.
Quizás se ha sufrido, y la respuesta sea un enfado o molestia excesiva (con
demasiada fuerza), tornando este acontecimiento difícil y a lo mejor sin tener
una percepción objetiva de los motivos que la llevaron a cabo. Pero la
inteligencia emocional sugiere que se puede reconsiderar la forma de emocionarse
y poder dejar de ser esclavos de las pasiones, no justificar los estados de
ánimo negativos, ser capaces de ajustarse a las condiciones de la edad, hacer
uso de la calma para que los problemas no se conviertan en crisis y responder de
manera efectiva a las múltiples demandas que aún la vida requiere. Los adultos
mayores necesitan saber o aprender a manejar adecuadamente éstas u otras
herramientas que le permitan esgrimir los pensamientos negativos de la mejor
manera en pos del autocontrol.
Una situación podría ser aceptar la jubilación, necesitar de apoyo externo para
caminar con seguridad, no ser ya el criterio dominante en el seno familiar y
enfrentar el tratamiento de una enfermedad. El reto consiste en valorar si éstas
son condiciones que inevitablemente deben irritar y deprimir o si se puede ser
lo suficientemente hábil emocionalmente como para no atribuirle esa potestad.
La autorregulación también hace un llamado a la resiliencia como la capacidad de
respuesta inherente al ser humano, a través de la cual se generan respuestas
adaptativas frente a situaciones de crisis o de riesgo (Vera y otros, 2006). Sin
lugar a dudas este concepto suele estar vinculado al autocontrol del adulto
mayor en el sentido de saber afrontar y responder adecuadamente frente a los
diversos problemas cotidianos y acontecimientos vitales a los que se ve
expuesto. Además, la resiliencia tiene su vinculación con otras aristas de
interés de la inteligencia emocional que se retomarán más adelante.
MANTENER LAS RIENDAS DE LA PROPIA VIDA
Desde una perspectiva cognitivo-motivacional, los investigadores consideran las
metas y los proyectos personales como unidades mediadoras que proporcionan
información no sólo de lo que la persona “es o tiene”, sino también de lo que
“hace y espera lograr” (Ctsikszentmihalyi, 2005). De esta forma, todo lo que la
persona desea alcanzar, y la actividad que realiza para lograrlo, se convierten
en el punto de partida para la comprensión del bienestar subjetivo. Es por ello
que la felicidad va a depender de la distancia que la persona sienta con
respecto a sus metas, de donde se desprende que el logro de las metas se vincula
a distintos grados de satisfacción.
Toda actividad humana es intencionada y está dirigida a la satisfacción de
diversas necesidades. La Tercera Edad no escapa a esta condición. Como en toda
etapa de la vida, el anciano debe tener la capacidad de plantearse retos y
perseverar en su consecución, aprovechando para ello las distintas oportunidades
que se le presentan en su cotidianeidad. Esto no es tarea fácil y apunta a la
automotivación como capacidad emocional que permite la orientación afectiva de
nuestra vida.
Si el anciano es consciente de que aún le queda camino por recorrer resultará
más fácil elaborar proyectos que impriman sentido a su vida. La capacidad de
establecerse metas no debe disminuir con la edad, sino todo lo contrario. La
utilización emocionalmente inteligente de la experiencia acumulada puede aportar
el optimismo necesario para proyectarse al futuro desde la perspectiva del éxito
y disfrutar el trayecto hacia la consecución de objetivos reales para esta
etapa, lo cual constituye la verdadera esencia del bienestar subjetivo.
Después de haber vivido un tiempo que puede se percibido como largo para
algunos, es posible que en ocasiones el adulto mayor se vea tentado a abandonar
la lucha por la vida y adoptar posturas pasivas haciendo alusión a criterios
como el cansancio, el “no vale la pena” o “posiblemente ya no lo disfrute” lo
que constituye un riesgo o amenaza para su salud y bienestar toda vez que
compromete su futuro. Pero es cierto que en ocasiones cuesta mucho trabajo
seguir y controlar el impulso de “salirse del camino”, lo cual necesita de una
gran claridad en las metas y una alta capacidad para disfrutar los pequeños
logros como aproximaciones a ellas.
El optimismo es una capacidad emocional de importancia crucial en esta edad.
Teniendo en cuenta las dificultades o limitaciones reales de la ancianidad, una
actitud optimista favorece una valoración de los obstáculos como modificables,
lo cual moviliza la búsqueda de situaciones más ventajosas. A su vez, permitiría
ver la adultez mayor como una posibilidad para realizar proyectos que antes no
fueron posibles por falta de tiempo, oportunidades, u otras causas. Si el
anciano percibe su edad como una oportunidad de vida, si interpreta la vejez no
como proximidad a la muerte sino como testimonio de haber vivido, encontrará la
manera de enriquecer el contenido de su vida en lo que le queda por vivir. El
optimismo le llevará a no atormentarse por cuánto tiempo le falta de vida y le
permitirá participar activamente en la construcción del cómo aprender a vivirla.
El disponer de estas capacidades emocionales, tanto las referidas a la
conciencia de las emociones propias, como su autorregulación y adecuada
orientación hacia objetivos de vida ubicadas en la esfera de la inteligencia
intrapersonal, le permiten al anciano lidiar mejor y de manera más eficaz con su
mundo interior, “llevarse mejor consigo mismo”, disponer de un conjunto de
estrategias que tributen a su bienestar personal, lo cual es condición para la
comprensión y el adecuado manejo de las relaciones interpersonales.
NECESIDAD Y VENTAJAS DE LA EMPATÍA
“...es la empatía hacia las posibles víctimas, el hecho de compartir la angustia
de quienes sufren, de quienes están en peligro o de quienes se hallan
desvalidos, lo que impulsa a ayudarlas”, así refiere Martín Hoffman, uno de los
principales investigadores de la empatía donde se asientan las raíces de la
moral (Goleman, 1995).
La habilidad empática se erige sobre la base del autoconocimiento, es por ello
que en la medida en que se comprende mejor los propios sentimientos, se
comprenden mejor los ajenos; pero el reconocer los sentimientos de las demás
personas no puede estar sujeto a que se hayan vivido, es decir, no es la
convalidación con la experiencia personal lo que los hace válidos, sino el hecho
de sintonizar con el sentimiento ajeno en función de una situación y una
historia de vida.
Generalmente el senescente es concebido como una persona de mucha experiencia,
que atesora una gran sabiduría, lo que le confiere la posibilidad de ser un buen
consejero. Gracias a esto pudiera ser una persona bastante comprensiva; pero no
siempre suele ser así. Entonces cabría preguntarse si la experiencia, los años
vividos y la ancianidad, constituyen una ventaja o una fuente de riesgo para la
comprensión de los demás.
El reto será por tanto, aprender a sintonizar emocionalmente con el otro y no
enjuiciar su estado de ánimo, así como aprender a ser flexible ante la
diversidad sin atrincherarse en las posiciones propias. Es por eso que la
inteligencia emocional le brinda apoyo al anciano a través de la empatía como la
capacidad emocional que le permite ser más sensible y sintonizar con el
sentimiento ajeno, aceptarlo como legítimo y ver el contacto con los otros como
una oportunidad para el aprendizaje y el intercambio.
LAS INDISPENSABLES RELACIONES CON LOS DEMÁS: UN ANTÍDOTO PARA LA SOLEDAD
Es cierto que convivir es a veces muy difícil, pero al ser inevitable, lo más
inteligente sería tratar de que sea lo más agradable posible. Así como cualquier
otra persona, el anciano también se ve expuesto a convivir en familia,
relacionarse con sus familiares, amigos, vecinos y demás personas que va
conociendo en el día a día. Es por esto que la persona de avanzada edad puede
también funcionar como un experto de las relaciones interpersonales, siempre y
cuando utilice esa condición de manera emocionalmente inteligente, es decir,
desplegando la capacidad de lidiar efectivamente con los otros teniendo en
cuenta sus sentimientos y controlando los propios.
Quién mejor que un anciano para conocer la gama de emociones humanas y las
consecuencias negativas de los desbordamientos afectivos; para saber de la
alegría, del entusiasmo de una ilusión, del dolor de una pérdida, del sabor
amargo del arrepentimiento y de la rabia por dejar pasar una oportunidad. En su
condición de “persona de más edad”, él tiene la intención de trasmitir su
experiencia con el propósito de ayudar, apoyar, evitar fracasos, recomendar lo
más beneficioso y en muchas ocasiones aliviar el dolor. Para que su experiencia
y buenas intenciones den el resultado deseado debe ser persuasivo, no invasivo,
sugerir en lugar de ordenar y tender puentes en cambio de levantar barreras.
El manejo inteligente de las relaciones interpersonales garantizaría al
senescente el desempeño exitoso de una serie de tareas pertinentes de la edad,
como mantener su papel de guía familiar, ser consultor de los más jóvenes y
servir de mediador en conflictos familiares alentando el desarrollo de una
armonía familiar sobre la base de la comprensión mutua, entre otras.
Estas capacidades también resultan necesarias para el mejor desempeño del adulto
mayor en el ámbito social, ya que resultan indispensables en situaciones que
constituyen exigencias o demandas a satisfacer en la vejez, tales como la
posibilidad de integrarse a nuevos grupos y el enfrentar cambios en la vida o
avances tecnológicos.
Si se logra valorar la diversidad humana como algo interesante, centrarse en lo
positivo de las personas y disfrutar de la compañía de los demás, difícilmente
en esta etapa se optará por la soledad, así como tampoco se encontrarán
excesivas razones para estar irritado o deprimido.
Si bien en la calidad de vida de la ancianidad confluyen múltiples factores, el
plano psicológico tiene un peso relevante en tanto, marca el momento activo de
la persona, donde la inteligencia emocional es una alternativa que promueve el
logro y el afrontamiento de diversas problemáticas, además de que posibilita el
adecuado manejo de las relaciones con el otro.
El desarrollo de las capacidades emocionales permitiría una clara distinción de
las fortalezas y debilidades de la vejez, sobre la base de una autovaloración
realista donde las limitaciones físicas anotarían un punto débil, pero a su vez
la experiencia acumulada puede emerger como recurso para capitalizar lo
conservado. Todo esto tributaría a una potenciación de la autoestima y el logro
de la confianza y seguridad en sí mismo. Aunque viejo, el hombre sigue siendo el
protagonista de su vida y ha de tener la capacidad de vivirla de la manera más
sana y feliz posible.
APUNTES FINALES
Sin lugar a dudas, la adultez mayor es una etapa del desarrollo en la que se
hace necesario afrontar adecuadamente diversas situaciones y preocupaciones que
entretejen la cotidianeidad que vivencia el anciano, es por ello que contribuir
a la formación de adultos mayores mejor preparados en lo afectivo, les
permitiría ofrecer soluciones creativas a los diversos problemas que se les
presenten, beneficiando de esta forma el matiz de sus interrelaciones con el
medio que les rodea.
El desarrollo emocional del adulto mayor constituye la clave fundamental en la
solución exitosa a los principales problemas que se desencadenan en esta etapa
del desarrollo debido a la indiscutible importancia que posee el conocimiento y
manejo de las emociones propias y las de los demás, en virtud de la satisfacción
personal y el éxito en la vida.
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