martes, 6 de marzo de 2012

SAVEMOS QUE VAMOS A MORIR Y NO TENEMOS MIEDO,ES LEY DE VIDA

“Los viejos disfrutan la vida sabiendo que morirán”

Una reflexión sobre la vejez y la proximidad de la muerte: esta es la esencia del documental con el cual la cineasta mexicana apuntala su carrera.


  • 2012-02-11•Cine
Escena de <i>Un día meno</i>s.
Escena de Un día menos. Foto: Dariela Ludlow
Carmen y Eme llevan juntos más de cincuenta años. Su amor ha superado toda prueba; también han aprendido que su reloj de pareja no cuenta los minutos y su calendario los días. Su unidad de medida es la cercanía de la muerte. Desde su casa de Acapulco, ven pasar la vida. Ambos son los abuelos de Dariela Ludlow, que durante cerca de tres años se dedicó a filmar aspectos de su vida cotidiana. El resultado es Un día menos, documental que plantea profundas reflexiones sobre lo relativo que pueden ser el tiempo y la manera en que podemos perdernos de las cosas esenciales de la vida. Una parte de las ganancias generadas en taquilla serán destinadas a centros de atención para los ancianos.
¿Por qué hacer una película sobre sus abuelos?
Me crié y viví un tiempo con ellos. Eso me generó un profundo respeto por las personas de la tercera edad y me hizo muy sensible a su situación. Conforme envejecieron me di cuenta de su deterioro y nadie de mi familia parecía verlo. Para entonces ya había estudiado cine en el Centro de Capacitación Cinematográfica y, a fin de llamar la atención y mostrar sus condiciones de vida, se me ocurrió hacer una película. Quiero aclarar que cuando hablo de sus condiciones me refiero al abandono emocional más que a lo económico.
Una de las reflexiones de la historia tiene que ver con el tiempo y la manera en que se diluye.
Los ancianos tienen una amplia capacidad de reflexión porque saben contemplar el pasado. Su tiempo se detiene. Para mí era muy importante generar eso en la película; es curioso porque, para ellos, el día de ayer, el de hoy y el de mañana son prácticamente los mismos. En su caso, el tiempo deja de tener la importancia que tiene para nosotros, que estamos todo el día en el ajetreo. Para ellos se convierte en un espacio para reflexionar sobre la vida. De ahí que su imagen viendo por el balcón sea recurrente; es algo que hacían con frecuencia. Cuando estaba en la ventana le preguntaba a mi abuelito “¿Qué haces?”, y respondía: “Viendo la vida”.
¿Cómo construyó este tipo de metáforas visuales?
Se hicieron sobre la marcha porque el proceso de filmación fue muy largo: duró casi tres años. Construir las metáforas fue muy reconfortante porque, a diferencia de cuando llevas un guión establecido, fui encontrando esta película en el camino. Las imágenes se hicieron también con lo que me contaban; quería que la cámara viera lo que ellos veían. Una ventaja que tienen los ancianos sobre los demás es que saben lo que los hace felices: han llegado a un momento en que valoran el cariño de sus seres queridos. Nosotros todavía no nos detenemos en ello porque las cosas nos pasan muy rápido.
Tres años con ellos se traducen en muchas horas de filmación. ¿Qué criterios de edición siguió?
Ese fue el proceso más complicado porque teníamos mucho material. Había anécdotas y momentos significativos, y para mí fue difícil distanciarme. Lo que sí tuvimos muy claro es que no queríamos imágenes lastimeras. Quería que la película fuera intimista pero apegada a cómo es la vida, que a veces es triste y en otras ocasiones alegre o nostálgica. No queríamos irnos hacia el melodrama y sí recrear situaciones con las que todos nos sintiéramos identificados. Una de las cosas más maravillosas que tiene el cine es que puede conseguir que reflexiones sobre tu propia vida.
El tiempo, la vejez… Creo que la película tiene una posición relativista de la vida.
No me la propuse así, aunque no voy a negar mi interés por plantear lo relativo que es la vida. A los viejos se les han muerto padres, hermanos, amigos, y tienen claro que eso forma parte del proceso y que todos vamos para allá. Creo que disfrutan la vida sabiendo que morirán, cosa que no sucede con los jóvenes, que nunca lo pensamos.
¿El toque intimista que le quería dar a la cinta fue lo que la llevó a trabajar con una fotografía naturalista y costumbrista?
La fotografía fue complicada porque trabajamos en los mismos espacios. Me preguntaba cómo retratar la casa en sus distintos ángulos y descubrir cuál serviría para cada momento. La película empieza fuera del cuarto, con mis abuelos mirando por la ventana, una forma de invitar al espectador a que entrara; y termina dentro de la habitación, con la idea de decirle al público: “Ya viste a los personajes; ahora formas parte de su vida”. Nunca me interesó una foto efectista y por eso me apegué al naturalismo. No quería que se sintiera que había un intruso y, en cambio, busqué una narrativa cercana a la ficción pero sin perder la mira de que filmaba un documental.
En un documental con estas características se inducen situaciones. ¿No se rompe con el sentido de realidad?
Induces, pero no pierdes realismo. Por ejemplo, cuando mis abuelos están en las hamacas. He presenciado esa escena cualquier cantidad de veces. Y sí, les decía de qué hablaran, pero su conversación era real. Creo que el documental de cinema verité y de filmar el momento está muy bien pero también hay otras estructuras. Nunca alteré la realidad. No le pedí a mi abuelo que fuera Hamlet sino que hiciera las cosas que hace día a día. Mientras no alteres la realidad, no tiene nada de malo inducir situaciones que son cotidianas. Aparte, el público entiende todo y está acostumbrado a formas narrativas más complicadas. A final de cuentas, lo importante es hacer una película que haga reflexionar al público. Lo de menos es si es documental o ficción.
Carlos Jordán • gonzalezjordan@gmail.com

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