sábado, 20 de febrero de 2010

ABUELOS HIJOS Y NIETOS

Hemos considerado dos tipos de actitudes en los matrimonios jóvenes respecto a padres y suegros.

Una actitud de utilidad y una actitud de admiración.

Sucede, por tanto, que:

-Algunos abuelos tienen que seguir preocupándose, más que nunca, de incrementar sus ingresos para prestar ayudas económicas a los hijos ya independientes;

-Algunas abuelas tienen que cuidar a sus nietos, como prisioneras del aparcamiento habitual que hace de sus niños el nuevo matrimonio;

-Algunos abuelos dicen sí a estas relaciones de utilidad cuando deberían decir amablemente no;

-Algunos abuelos recogen, en estas relaciones con los matrimonios jóvenes, lo que sembraron, al respecto, en la educación de sus hijas e hijos;

-Por eso, no siempre los padres jóvenes fomentan relaciones de utilidad: algunos fomentan, de modo natural, por amorosas razones educativas, la vinculación de sus hijos con los abuelos;

-Por tanto, no abusan de la debilidad de sus padres por los nietos: no se creen con el derecho a pedir a los padres porque sí en orden a tiempo y cuidado para los nietos;

-Y no siempre las relaciones de los matrimonios jóvenes son del mismo tipo respecto a las dos ramas de los abuelos: a veces, con unos son relaciones de utilidad y con los otros son relaciones de admiración y de respetuoso aprovechamiento educativo.

Hay, pues, respecto a los abuelos buenos hijos que ya son padres, aparte de otros, menos buenos, que abusan, llegando a utilizar en algunos casos el chantaje afectivo.

Quedémonos con los buenos hijos, con los que saben que:

-Los abuelos tienen mucho que aportar a la familia, si se les sabe pedir y no se abusa de ellos;

-A los nietos hay que ayudarles a crecer en respeto, obediencia y amor a los abuelos, tarea no muy difícil para los padres, si se lo proponen;

-Unas relaciones bien enfocadas de nietos, hijos y abuelos pueden fructificar en ocasiones, ¡muchas ocasiones!, de felicidad compartida;

-Cuando, a su vez, sean abuelos recogerán lo que ahora siembren respecto a estas relaciones familiares.

Un caso concreto

Es un caso, relativamente breve, que se titula así:

Mis padres son abuelos

En él se destaca el punto de vista del hijo ya casado respecto a los abuelos:

-¿Cómo le están influyendo ahora?

-¿Qué mejoras espera de sus padres como abuelos?

-¿Son buenos abuelos, en su opinión?

Alfredo se explica así:

"Mis padres se han hecho -los he hecho- abuelos, y no han dejado de ser mis padres. Muy lejos de haberse modificado o variado mi relación con ellos, yo diría que se ha intensificado, o incluso se ha completado. Al ser abuelos, lo que ha ocurrido es que los veo y los siento como más padres míos.

Quiero decir que ahora, con mis hijos en el mundo, reparo en que se ha desarrollado la relación padres-hijos en lo que a mí toca. Mi filiación respecto de ellos es más sólida, más plena; se ha arraigado más a través de mis hijos, que son sus nietos.

Presiento que esto es lo natural, lo que tendría que suceder en todos los casos. Pero no puedo dejar de reconocer que, si sucede así en nuestro caso, se debe a ellos, a los abuelos.

Su modo de actuar, de entender y de sentir, hace que lo natural se cumpla; que el ser abuelos constituya, ante todo, un premio, un ahondamiento en la relación de paternidad conmigo.

Yo no diría que se ha abierto otra vía para su cariño, la de mis hijos. Yo sigo siendo su hijo, y su cariño, el de siempre, va todo para mí; por la misma vía de siempre. Lo que ocurre es que no se acaba en mí, sino que se prolonga en mis hijos.

En suma, puedo decir con una frase hecha que:

«Los abuelos están cumpliendo muy bien su papel»

Tal vez se deba a que se han dado cuenta ambos que el ser abuelos es mucho más que un papel a desempeñar: es una nueva dimensión de la vida que han aceptado con naturalidad y de todo corazón.

Por cierto, que hay cosas en que pueden mejorar. Voy a decir una para cada uno, que creo que son centrales.

Mi madre se preocupa excesivamente, a mi juicio, de hacer las cosas bien como abuela. A veces, me da la impresión de que teme estorbar, interferir o equivocarse.

En este aspecto, mi padre es más suelto, no más despreocupado, sino más informal. Mi padre no teme meter la pata,- mi madre, sí. Pienso que un abuelo o una abuela deben actuar como tales sin temor a errar.

Si hay una equivocación, se corrige, y a otra cosa. Pero no es conveniente la excesiva preocupación en el trato, que lleva en ocasiones a la inhibición. Esto le ocume a mi madre con sus nietos.

En cuanto a mi padre, tal vez podría aprender a decir que no.

De ninguna manera voy a decir que es un abuelo que malcría o consiente demasiado a sus nietos; esto sería falso. Pero aún no acaba de ver que la educación es exigencia, y que esta exigencia se manifiesta muchas veces en renuncia, en decir que no. Y en enseñar a sus nietos a que digan que no, cuando hay que decirlo.

Al fin y al cabo, son los riesgos de los abuelos, ¿no es cierto? No querer estorbar
-como le pasa a mi madre- por no tener suficiente confianza o convicción en la misma condición de abuelos, y no querer disgustar a sus nietos -como mi padre- por no acabar de ver la misión educadora que tiene y debe cumplir un abuelo.

Pero es indudable que son unos buenos abuelos”.

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